Hannah Arendt le prestó uno de los mejores servicios a la humanidad cuando desmenuzó al artefacto que había convertido a la Alemania nazi en un Estado Criminal.
Al observar la inhumanidad con que ese régimen trató a ciertos grupos de la población, la gente suele creer que solo “monstruos” pueden actuar de esa manera. Arendt descubrió que no es así, que generalmente eran personas comunes y corrientes. Es lo que subraya y sobre lo que alerta.
Cuando la mencionada filósofa cubrió como periodista en Jerusalén el juicio de Adolf Eichmann —ex Teniente Coronel de las S.S. alemanas— pensó que se iba a encontrar con alguien diabólico. Su sorpresa fue grande cuando se dio cuenta de que no era así. En esas circunstancias, en vez de afiliarse a lo “políticamente correcto” que era afirmar que Eichmann era alguien perverso, tuvo la valentía moral para decir lo contrario. Su honestidad intelectual estaba plenamente justificada porque sólo conociendo la verdad, se puede evitar que algo semejante acontezca en cualquier otra parte del mundo.
El mecanismo que lleva a realizar actos inhumanos es lo que Arendt denominó la “banalidad del mal”. Al escuchar las declaraciones de Eichmann en el juicio citado, comprendió que estaba ante un simple burócrata que cumplía con la ley y las órdenes que le daban sus superiores. Incluso, estaba convencido de que había actuado correctamente y citaba a Kant que dice que una acción es moralmente buena si se realiza por “deber y nada más que por deber”; que no hay que dejar que ninguna inclinación (sentimiento o empatía) se interponga en el cumplimiento del deber. En consecuencia, no le incumbía a él determinar si obedecer órdenes de “arriba” implicaba condenar a tantas personas a sufrimientos extremos.
Eichmann era tan solo uno más entre tantos burócratas del nazismo que pretendían escalar en la pirámide del poder estatal alemán a fuerza de eficiencia. Un hombre ordinario, incluso adverso al uso de la violencia en lo personal, pero que fue muy eficiente en las tareas que le encomendaban que consistían en organizar los traslados de los judíos y otros prisioneros a los diferentes campos de concentración.
Arendt también señala que “el grado de responsabilidad aumenta a medida que nos alejamos del hombre que sostiene en sus manos el instrumento fatal”.
La brutalidad de un régimen surge de la unión de un aparato verticalizado de poder y una maquinaria burocrática, en la cual, la palabra del jefe supremo es ley. En esas condiciones, “hasta lo abyecto es convertido en algo rutinario y desapasionado (banal)”.
En la Argentina, recientemente, hemos sido testigos de que la brutalidad e insensibilidad humana no es algo intrínseco a la forma de ser de los alemanes, como algunos sin mayor espíritu crítico creen. Lo que lleva a esa situación es la presencia de los factores que hemos mencionado en el párrafo anterior.
El “caso Abigail” prueba que el mal está anidado en una parte de la Argentina, que debería tomar conciencia de ello y ponerle coto antes de que sea muy tarde y el “virus” se extienda sobre el territorio nacional entero (proceso que está muy avanzado).
Abigail Jiménez es una niña de 12 años que padece cáncer de huesos, que junto con su familia vive en la provincia argentina de Santiago del Estero. Ese día, como estaba muy dolorida, sus padres la llevaron en una camioneta prestada de la municipalidad (la ambulancia no estaba disponible) a Tucumán para hacerle un tratamiento oncológico paliativo. Luego, cuando pretendían regresar a su hogar bajo un calor sofocante, fueron detenidos durante dos horas en la frontera entre las dos provincias mencionadas y les impidieron pasar porque no contaban con el “permiso” exigido a raíz de la pandemia del coronavirus.
Dos videos que se viralizaron permiten reconstruir lo sucedido. Uno de ellos es un brutal testimonio de la “banalidad del mal” que está instalado en esa provincia. La cámara registra la insistencia y súplicas desesperadas de esos padres para poder pasar, le explican la situación al policía pero como las órdenes “de arriba” eran claras, no hubo forma de que entrara en razón o mostrara un poco de sensibilidad humana.
Este material sintetiza los 120 minutos que estuvieron demorados en la ruta. Comienza mostrando al oficial explicando los motivos por los cuales no los deja regresar a Santiago del Estero. “Tiene que tener el permiso pertinente para no tener este tipo de problemas”, expresa el agente.
Los padres —Diego y Carmen— insisten para que los dejen pasar y ante la negativa cerrada del policía, la charla comenzó a subir de todo. El agente le pide al padre que se calme y este le responde furioso: “¿Cómo quiere que haga? ¿Cómo quiere que me calme?”. En ese momento, Abigail comienza a llorar desconsoladamente.
Tratando de encontrar una solución al problema, el padre le pregunta al policía: “¿Ustedes no pueden ir a casa a hacer lo que tengan que hacer?”, buscando despertar empatía. Pero no tuvo suerte.
Mientras espanta las moscas del habitáculo de la camioneta donde descansa Abigail, Carmen interpela al policía. “¡No tenés corazón, hermano!”.
Hacia el final del video, se pueden ver las vendas que cubren la herida donde la niña tenía el tumor y se escucha su llanto angustiado.
El segundo video registra al padre levantando a su hija enferma en brazos y pasando el control a pie con el fin de recorrer caminando los 5 kilómetros que lo separaban de su casa.
Diego contó que Abigail quedó traumada con lo que pasó. La angustia de la niña fue tan grande que le subió la fiebre, se descompensó y tuvo que ser internada de urgencia.
El contexto político en que sucedió esta aberración coincide con el descrito por Arendt. Durante los últimos quince años Santiago del Estero es gobernado por un matrimonio que se turna en la jefatura de la provincia. El actual gobernador es Gerardo Zamora, que anteriormente ocupó ese cargo entre 2005 y 2013; entre 2013 y 2017 la gobernadora fue su esposa, Claudia Ledesma Abdala; y desde 2017 hasta el día de hoy volvió a ser gobernador su esposo. En 2021, de presentarse de nuevo, Zamora podría volver a ser gobernador. Y luego otra vez su esposa. Y así sucesivamente…
En Santiago del Estero —como en tantas otras provincias argentinas— existe una hegemonía política absoluta. Los gobernadores concentran el poder y su objetivo principal es mantenerlo. La división de poderes es inexistente; no hay organismos de control independientes; no existe una sociedad civil vigorosa. Los medios de comunicación son domesticados por la pauta publicitaria o pertenecen a personas cercanas al gobierno.
En Santiago del Estero —como en tantas otras provincias argentinas— el gobierno concentra no solo el poder político sino también el económico. Las empresas, los individuos y los medios dependen de esas autoridades para su subsistencia. Tal como expresa Pablo Secchi, “la suma del poder público, la ausencia de voces críticas, una ciudadanía que depende del empleo público, el clientelismo y el patronazgo son las explicaciones que mejor pueden resumir la situación”.
Tras la enorme indignación pública que despertó la situación de Abigail y sus padres, el gobernador Zamora pidió disculpas y se puso a disposición de la familia. Pero a no equivocarnos, lo hizo solo obligado por la difusión de la situación y no porque tenga la menor intención de modificar los factores subyacentes que llevaron a esa situación.
Si el proceso que se está produciendo en Argentina culmina a gusto de los actuales gobernantes, entonces el país entero pasará a funcionar igual que Santiago del Estero. En ese contexto, los “eichmanns” brotarán como yuyos tras la lluvia y las “abigails” no tendrán quien alce la voz en su defensa.