
Luis Lacalle Pou, el presidente de Uruguay, es promocionado como liberal. Etiquetar a la gente no es una práctica que compartamos porque consiste en simplificar la naturaleza del ser humano que es compleja. Se suele actuar así por pereza intelectual. Hay una tendencia a colocar rápidamente a cada quien en su “cajoncito”, con su “cartel identificatorio”, para ahorrarnos el esfuerzo de tener que estar analizando cada una de las acciones de esa persona en forma independiente. Es decir, una vez que al individuo lo hemos clasificado, todo lo que haga será metido en esa “bolsa”, aunque no tenga nada que ver.
Lacalle Pou no es liberal: es una persona y como tal, tiene diversas facetas, algunas contradictorias entre sí. Con la calificación de “liberal” aludimos a una doctrina filosófica que tiene como foco la salvaguarda de la libertad individual. Ergo, es lo opuesto al estatismo porque la esencia de las burocracias es aniquilar la autonomía de los sujetos. Las acciones y políticas de gobierno que vaya tomando, serán el “termómetro” para juzgar cuánto se acerca al “tipo ideal” (en el sentido weberiano de ese término) de liberal. En otras palabras, lo que demuestra si alguien encuadra dentro de determinada ideología es su conducta y no su discurso.
Es importante aclarar esto en momentos en que el presidente uruguayo goza de mucha popularidad, tanto dentro como fuera del país. ¿Por qué? Para evitar desilusiones y falsedades: que no vaya a pasar como con Carlos Menem o Mauricio Macri, cuyos gobiernos fueron tildados de “(neo)liberales” cuando en realidad el de Menem fue estatismo puro y duro y el de Macri un “kirchnerismo de buenos modales”, al decir de José Luis Espert.
Lacalle Pou encabeza un gobierno de coalición. Es relevante tenerlo en cuenta. Eso significa que muchas de sus políticas no estarán determinadas por lo que él considera en forma personal sino por lo que quede luego de negociar con sus socios. Es un dato significativo dado que la inmensa mayoría de los partidos políticos uruguayos son estatistas y han contribuido a engordar a este Estado hipertrófico, que constituye un pesado lastre sobre las espaldas de los productores e innovadores privados. Como muestra un botón: los funcionarios públicos representan actualmente el 20 % de los empleos formales.
Por consiguiente, hay que acotar expectativas desmesuradas con respeto a qué tan liberal podrá resultar, en los hechos, esta administración.
Teniendo en cuenta lo anteriormente dicho, hay que juzgar a Lacalle Pou solo por las medidas públicas que él impulsa en forma directa.
Una, fue su intención de desmonopolizar la importación de combustibles, que desde hace décadas está en manos de la petrolera estatal ANCAP. La consecuencia obvia que ha acarreado dicho monopolio, ha sido que los uruguayos deben pagar los combustibles más caros de la región. Lacalle Pou no pudo llevar a buen puerto su deseo porque sus socios en la coalición se opusieron tenazmente a dejar operar a los mercados libres.
Otro punto alto en su conducta como gobernante es la forma en que está llevando adelante la lucha contra el coronavirus. En vez de obligar a los habitantes a someterse a una reclusión forzosa -con los perjuicios sociales, económicos y psicológicos que dicha medida origina- se inclinó por apelar a la responsabilidad individual de los habitantes.
En diferentes ocasiones manifestó que el fin de semana en que tuvo que tomar una decisión al respecto, fue uno de los momentos en que se sintió más solo porque desde distintos ámbitos, incluso de gente amiga, lo estaban presionando para que actuara en sentido contrario. Pero siguiendo lo que le dictaba su conciencia, optó por apelar a la libertad responsable de la población en vez de imponer una cuarentena obligatoria.
Los dos asuntos anteriormente mencionados retratan la conducta asumida por Lacalle Pou -más allá de si tuvo éxito o no en su gestión- como liberal. Pero hay otras decisiones que producen estridencia. Concretamente, su decisión de crear un nuevo ministerio, el de Medio Ambiente, pretensión que contó con el voto afirmativo entusiasta de todo el espectro político.
¿Un nuevo ministerio? ¿Más burocracia? ¡Y que no vengan con el cuento de que no van a contratar a nadie nuevo porque el personal provendrá de otras reparticiones públicas! Esa historia la vimos varias veces. Justifican al nuevo “recipiente” a llenar con burócratas con la falacia de que serán unos pocos. Pero en cuanto el tema sale de la agenda pública y la gente no le presta más atención, nos encontramos con que en el ministerio donde supuestamente iban a trabajar solo unas “pocas docenas de personas”, hay miles contratados, muchos con sueldos de privilegio, chóferes, autos oficiales, corruptelas y toda esa parafernalia que suele rodear al privilegiado mundo estatal. El Ministerio de Desarrollo Social (Mides) es el ejemplo más cercano en el tiempo.
Si Lacalle Pou anhelaba tanto erigir ese ministerio -tan cerca de lo políticamente correcto que caracteriza a nuestros días- entonces, para ser fiel a la doctrina liberal, debería haber cerrado otro ministerio (mucho mejor si más de uno).
Lo concreto es que desde el retorno de la democracia en 1985, todos los partidos políticos uruguayos -derecha, izquierda y pseudoliberales- han gobernado. Y todos han agrandado al Estado: unánimemente son estatistas.
Vayamos a los hechos: En 1985, había 10 ministerios con sus respectivas estructuras; las intendencias eran 19, cada una con su Junta Departamental con 31 ediles; había decenas de organismos y empresas públicas con directorios de más de un integrante.
Actualmente, los ministerios son 14; a las intendencias y juntas departamentales se les agregaron 112 alcaldías; los organismos y empresas vinculadas (bajo diversas formas jurídicas) con el Estado, pasaron a ser centenas.
Los políticos tienen cada vez más lugares donde “colocar” a sus amigos, familiares y correligionarios. El sector privado sufre las consecuencias económicas y personales que origina dicha situación porque como señala Milton Friedman, “Nadie gasta el dinero de otro con el mismo cuidado que gasta el propio”. Por tanto, el despilfarro es la tónica general y el gasto público crece y crece.
Friedman dice que se le suele asociar con el aforismo “no hay almuerzo gratis”, pero no fue él quien lo inventó, sino Robert Heinlein. No obstante, señala que sí hay almuerzos gratis que son el libre mercado y la propiedad privada. Cuanto más extendida esté esta área, menor será la extracción de recursos que el sector público le succione a los ciudadanos y viceversa. Cada vez que un organismo público innecesario deja de existir, surge un “almuerzo gratis” para la población porque ese dinero queda en los bolsillos de quienes lo producen y no en manos de los políticos. Ergo, hay mayor bienestar general.
Lacalle Pou hace tan solo unos pocos meses que gobierna. Es demasiado pronto para juzgar su conducta. No obstante, ya demostró que su liberalismo tiene “pata de palo”. Ojalá, por el bien de los uruguayos, que la degradación no siga aumentando.