En Uruguay los llamados “partidos tradicionales” son el “Colorado” y el “Blanco”. Se ubican entre los más antiguos del mundo porque se fundaron en 1836.
El Colorado gobernó durante casi todo el siglo XIX y el XX. Durante ese dilatado lapso fue hegemónico y estuvo estrechamente ligado al poder del Estado.
El dos veces expresidente de la república, el colorado Julio María Sanguinetti, imbuido de una gran dosis de egocentrismo y soberbia, calificó a su partido como el “constructor de la República”. Esta categorización es errónea, dado que pasa por alto las revoluciones que tuvieron que hacer los blancos para obtener garantías electorales (para evitar los continuos fraudes), voto secreto y coparticipación en el gobierno.
Durante la mayor parte del siglo XX, colorados y blancos dirigieron al país. El Estado fue expandiéndose tanto en funciones como en organismos. La incorporación de empresas públicas monopólicas ayudó a “engordar” sustancialmente al hipertrofiado Estado. Eso otorgó un amplio margen para realizar prácticas cuestionables como el nepotismo, amiguismo y clientelismo. Malas prácticas a las que restaban importancia designándolas como “desprolijidades” pero sin ponerles coto.
Mediante esa conducta, la casta política se fue alejando cada vez más del sentir ciudadano. Estaban inmersos en su propio mundo, peleándose por cuotas de poder, cuidando sus “chacras”. Hasta tal punto se distanciaron del hombre común y de sus inquietudes, que ni siquiera se dieron cuenta del rechazo popular que despertaban sus “desprolijidades”.
Ese fue uno de los motivos por los cuales se fundó en 1971 el Frente Amplio. Aglutinaron a su alrededor a dirigentes desencantados con los partidos tradicionales. Su lema principal era limpiar la forma de hacer política. Un discurso ético que atrajo a mucha gente.
Luego, pasó mucha agua bajo el puente. Hubo dictadura militar y retornó la democracia en 1985. Desgraciadamente, ella también trajo consigo el regreso de las “desprolijidades”.
No obstante, dentro de los partidos tradicionales, comenzaron a perfilarse dos tendencias antagónicas: una que seguía afiliada a la “vieja” forma de hacer política y otra que la censuraba y exigía acabar con los antiguos vicios. Dentro del Partido Colorado, el expresidente Jorge Batlle fue uno de los más notorios exponentes de esa segunda corriente de opinión.
Pero su voz era minoritaria. Los dirigentes partidarios -colorados y blancos- en su mayoría, parecían no percibir la bronca popular con las corruptelas. Y si se daban cuenta, le restaban importancia.
Esa fue la razón principal de que el Frente Amplio fuera obteniendo cada vez más apoyo ciudadano, hasta que en 2005, les dio una paliza electoral a los partidos tradicionales. Especialmente al Colorado, que prácticamente desapareció del mapa político.
En gran medida, el discurso que le permitió obtener la victoria fue ético. Es recordada la sentencia de Tabaré Vázquez de aquel entonces: “Podremos meter la pata, pero no la mano en la lata”. Y enseguida agregaba, “si alguien la mete se la cortamos”.
Durante los quince años que el Frente Amplio estuvo en el poder, demostró que lo anteriormente dicho era puro verso. El conglomerado de izquierda hizo un curso exprés y puso en práctica todas las malas prácticas que anteriormente se le achacaban -con toda justicia- a los partidos tradicionales. Y entonces la indignación de la gente se volcó hacia ellos y por eso perdieron las elecciones de 2019.
En la actualidad, gobierna una coalición de partidos encabezados por el Blanco. El Colorado la integra.
Uno pensaría que luego de tanto tiempo en el llano, los antiguos dirigentes de los partidos tradicionales habrían recapacitado. Y que por los menos por un buen tiempo, esos “vicios” no reaparecerían. Uno supondría que no serían tan tontos de volver a menospreciar el sentir de la población. Que serían lo suficientemente lúcidos como para darse cuenta que con ese tipo de actitud, estarían llevando a que los ciudadanos desvaloricen a la república democrática porque pensarían que “todos los políticos son iguales”. Por tanto, su responsabilidad institucional es enorme. ¿No son conscientes de ello?
Dentro de los colorados, en 2018 surgió una nueva camada de dirigentes liderados por Ernesto Talvi. Su movimiento se denomina “Ciudadanos”. Los que adscriben a la vieja “escuela” están aglutinados en el sector “Batllistas” del expresidente Sanguinetti.
Talvi es uno de los que parece tener claro las razones por las cuales el Partido Colorado, al que respeta mucho, pasó a ser insignificante. En consecuencia, al lanzarse a la carrera electoral, recalcó que venía con una nueva mentalidad política. Por eso rechazó el apoyo que le ofreció Sanguinetti.
Al fundamentar su posición, declaró que “Lo que no aceptamos, y venía junto con el paquete, es su aparato político territorial de captación de votos a nuestro proyecto. Nosotros no queremos tener compromisos con la vieja organización política que lo acompañó toda la vida”. Sanguinetti sí, el viejo aparato electoral sanguinettista no. Agregó, que “Las estructuras políticas imponen luego muchas demandas sobre el Estado. Por posiciones, por cuota política, y nosotros estamos armando una estructura política chica, ágil, dinámica y moderna para que las demandas sobre el Estado sean mínimas”.
“Tengo un respeto enorme por el doctor Sanguinetti y nos hubiera encantado tener su respaldo, pero no de todo el plantel. Tenemos plantel propio, tenemos jugadores propios, tenemos juveniles en ascenso, tenemos una estructura renovada, más joven, más vocacional”, explicó.
En palabras de un integrante de Ciudadanos, “con Batllistas somos dos culturas políticas diferentes, dos formas diferentes de ver y entender la política”.
En las elecciones internas, el sector de Talvi le ganó por 21 puntos de diferencia al expresidente Sanguinetti. Rotunda señal de que incluso dentro de los colorados, mayoritariamente se inclinaban por la “nueva forma de hacer política”.
Pero parecería que Sanguinetti no está dispuesto a dejar de lado los antiguos vicios que antaño tanto desprestigiaron a su partido. Ante el asombro generalizado, presionó para “colocar” a su hijo, Julio Luis, en un alto cargo gubernamental.
Primero pretendió que estuviera al frente de la Comisión Administradora del Río Uruguay, un organismo binacional (con Argentina). La firma de esa designación correspondía a Talvi, que es el actual canciller. Pero Talvi se negó argumentando: “No es un tema personal. Nosotros como política en Cancillería y en los órganos en los que vamos a tener la responsabilidad de decidir, entendemos que es una política sana que familiares de líderes políticos no integren los órganos de Cancillería. Espero que se nos respete”. Agregó que “A nosotros nos preguntaron si estábamos considerando el nombre de una persona y dijimos que no, que la Cancillería no estaba considerando ese nombre para un cargo en las comisiones binacionales ni para ningún cargo en Cancillería”.
En vez de darse por aludido y “captar” el mensaje, Sanguinetti siguió insistiendo para que su hijo tuviera un alto puesto dentro del Estado (por integrar la coalición de gobierno, a Batllistas le correspondía una cierta cantidad de cargos). Así que finalmente su hijo fue designado como vicepresidente de UTE (empresa estatal de eléctrica).
Pero también entre los blancos subsisten los viejos vicios. El caso más impactante es el de la vicepresidenta de la República, Beatriz Argimón. Nombró a su hermana como asesora en su despacho del Senado, bajo un vínculo de pase en comisión. La designación es hasta el 28 de febrero de 2025, último día del actual período de gobierno.
Otro caso entre los blancos fue el de Miguel Loinaz, presidente de la Corporación Nacional para el Desarrollo. Contrató como su asistente personal, con un abultado sueldo, a su pareja. Sin embargo. luego reaccionó y se dio marcha atrás, anulando dicho nombramiento.
En conclusión, parecería que algunos dirigentes siguen sin comprender por qué la ciudadanía consideró prudente mantenerlos alejados del poder durante tanto tiempo. ¿Seguirán tropezando con la misma piedra? ¿Continuarán tan distanciados de la sensibilidad moral de la gente común?