Hay momentos en que la historia parece acelerarse y otros en los que permanece estable, sin que grandes acontecimientos alteren su cansino andar.
En los tiempos de estabilidad, las personas pueden prever con cierto grado de seguridad lo que acontecerá en el futuro cercano. El horizonte se proyecta diáfano y los hechos parecerían deslizarse con suavidad sobre la superficie de las vidas de las naciones. Son tiempos de paz y tranquilidad, tanto a nivel personal como comunitario.
En cambio, hay períodos en que las cosas parecen precipitarse. Son tiempos convulsionados. Los individuos parecerían haber perdido el norte y voluntariamente se dirigen al precipicio. Generalmente, en esas ocasiones, esos vientos que preanuncian tempestades son impulsados desde las sombras por figuras siniestras, por aquello de “a río revuelto ganancia de pescadores”. En esas épocas, se puede “palpar” la desgracia flotando en el aire.
2019 fue un año que se inscribe en los ciclos tenebrosos. Trajo cosas buenas y malas. No obstante, generalmente las buenas o no duraron mucho o negros nubarrones se yerguen sobre ellas.
Analicemos los principales acontecimientos ocurridos en este hemisferio.
En Venezuela, el año comenzó en forma esperanzadora. Cuando parecía que la ominosa dictadura castrochavista –ante la indiferencia de la comunidad internacional– había logrado asentarse en ese país, apareció en el escenario Juan Guaidó. Este muchacho inyectó nueva vida a la oposición política hacia el régimen y la invasión cubana, que con el beneplácito de las más altas autoridades chavistas, estaba fagocitando a los venezolanos.
Guaidó, en aplicación del artículo 233 de la constitución nacional, asumió las responsabilidades de presidente encargado y anunció que no cejaría hasta que Nicolás Maduro fuera desplazado del poder que usurpa. Además, aseguró que no aceptaría ningún “diálogo” con la dictadura, debido a que las experiencias pasadas demostraban que solo habían servido para otorgarle “oxígeno” pero que no había, de parte de esta, ninguna intención de soltar el mando. Asimismo, afirmó cuando estuvieran las condiciones para la realización de elecciones limpias, las convocaría de inmediato.
Los primeros meses de 2019 fueron auspiciosos. Unos cincuenta países reconocieron a Guaidó como presidente (e). Los venezolanos de a pie recobraron nuevos ánimos, y volvieron a salir masivamente a las calles a protestar y exigir el fin de las violaciones de los derechos humanos.
Guaidó cometió algunos errores graves, como por ejemplo al “garantizar” que el 23 de febrero ingresaría al país “sí o sí” una ayuda humanitaria internacional. No obstante, su buena imagen persistía debido a que ese traspié fue atribuido a la falta de experiencia del joven presidente (e).
Con el pasar de los meses, paulatinamente, la buena opinión que existía sobre Guaidó se fue deteriorando. El primer indicio de que se estaba apartando del camino anunciado fue en abril, cuando se supo que había negociado con la cúpula de la dictadura la “salida” de Maduro. En esa ocasión –a pesar de que Guaidó la denominó la “fase final de la Operación Libertad”– el único resultado fue la liberación de su mentor, Leopoldo López, tras cinco años de estar arbitrariamente detenido y sometido a torturas (él y sus familiares). Pero la situación política para el común de la gente permaneció incambiada.
Otra gran desilusión provocó Guaidó cuando en mayo, a escondidas, comenzó un “dialogo” con Maduro –teniendo a los noruegos como “facilitadores– a pesar de que había asegurado enfáticamente que jamás entraría en ese juego. Incluso, tomó esa decisión sin comunicarla con anterioridad a aquellos gobernantes ni tampoco a Almagro –secretario general de la OEA– que siempre lo habían apuntalado. Fue una especie de traición hacia sus aliados.
A lo dicho hay que agregarle las denuncias de corrupción que rodean a algunos funcionarios suyos, así como a malas prácticas dentro del Parlamento. Es decir, a aquellas cosas que en el pasado habían desprestigiado a los adecos y copeyanos y habían facilitado el ascenso de Hugo Chávez a la presidencia mediante elecciones libres.
Por tanto, 2019 está culminando para Venezuela con un fortalecimiento de Maduro y la dictadura que encabeza, y con el correlativo debilitamiento de la esperanza de que finalmente la democracia y la decencia retornen a esa nación.
En Brasil, Jair Bolsonaro puso fin a 17 años de gobiernos del Partido de los Trabajadores (PT). Al asumir, la situación política y económica lucía frágil.
Por otra parte, desde abril de 2018 el expresidente y líder del PT, Luiz Inácio Lula da Silva (2003-2010), estaba cumpliendo en la cárcel una condena de más de 8 años por corrupción pasiva y lavado de activos. Una manifestación de sus partidarios protestó por la sentencia. En noviembre de 2019, fue liberado debido a que la Suprema Corte prohibió la prisión hasta que no se agoten todos los recursos de la justicia. Esa decisión provocó la indignada reacción de miles de manifestantes que cantando “Lula ladrón”, exigían poner fin a “este establishment político de impunidad”. Desde entonces, se siguen acumulando las sentencias judiciales en contra de Lula.
En el plano económico, Brasil logró dejar la recesión atrás y se encuentra en franco crecimiento. Los economistas consideran que el crecimiento del 1,2 % del PBI, evidencian que “la agenda de reformas económicas del gobierno está ordenando las finanzas públicas”.
Chile, el más exitosos de los países sudamericanos, súbitamente se ha visto envuelto en un espiral de violencia difícil de explicar. La “excusa” –dado que nada objetivo puede explicar la reacción de parte de la población– fue un mínimo aumento en el precio del boleto del subte. Ahora parecería encaminarse hacia una reforma constitucional que, en el estado convulsionado en que se encuentra el país, hace presagiar que nada bueno saldrá de esa iniciativa.
En Argentina, tras el gobierno de Mauricio Macri, que fue correcto en cuanto a los principios republicanos pero un desastre en materia económica, el peronismo –primordialmente la expresidenta Cristina Fernández de Kirchner– vuelve al poder. A juzgar por la forma en que gobernó en el pasado, nada bueno se puede esperar de este déjà vu.
En Uruguay, tras 15 años de gobierno del Frente Amplio, la oposición –de la mano del presidente electo Luis Lacalle Pou, líder de la coalición vencedora– lo desplazó del poder en elecciones limpias. No obstante, ciertos sectores de esa izquierda –entre ellos, los líderes sindicales– están avisando que impulsarán una situación análoga a la de Chile en cuanto los nuevos gobernantes pretendan poner en vigor las medidas por las cuales fueron votados por los ciudadanos.
En conclusión, 2019 fue un año tumultuoso, poco claro con respecto al futuro. Sin embargo, hagamos votos para que el 2020 sea un año donde la democracia, la vigencia plena de los derechos humanos, la concordia y la paz prevalezcan en la región.