El Premio Nobel de la Paz 2019 fue anunciado el pasado 11 de octubre. El ganador fue Abiy Ahmed, primer ministro de Etiopía. Al escribir estas líneas, empero, aún no sabíamos quién sería el galardonado. No obstante, para lo que queremos señalar en esta columna, eso es un dato menor, dado que lo realmente importante es poner en relieve la frivolidad de la que hacen gala muchos escandinavos con respecto a este tema.
Como es sabido, en marzo tres políticos noruegos propusieron para recibir dicho Nobel a Greta Thunberg, cabeza visible de un poderoso grupo de presión empresarial sueco en el área de las energías renovables. La adolescente sueca promueve huelgas escolares internacionales, con el propósito encubierto de promover los intereses económicos de aquellos que financian sus actividades.
Eso descubrió Justin Rowlatt, periodista especializado en asuntos climáticos. En un extenso reportaje publicado en The Times, revela los millonarios negocios que están detrás de la movida de Greta.
Uno de los que promueven su candidatura es el diputado socialista Freddy André Ovstegård. Afirmó que “Propusimos a Greta Thunberg porque el cambio climático, si no lo frenamos, será la principal causa de las guerras, los conflictos y el flujo de refugiados que vendrán”. Agregó, que ella “lanzó un movimiento de masas en el que veo, quizás, la principal contribución a la paz”.
La “marioneta” Greta promueve una completa transformación de la economía global y de los hábitos de consumo. Es decir, “un mundo” y “hombre” nuevos. Pero no surgirían de una espontánea evolución social, sino de un forzado proceso que sería traumático para millones de personas, especialmente en los países pobres.
Greta personifica a esos fanáticos que aparecen cada tanto en la historia, que con sus arengas provocan terribles males a la humanidad. Es una mezcla entre Girolamo Savonarola y Carlos Marx. El primero era un monje que con sus exaltados sermones despertaba indignación revolucionaria en las masas. Y Marx promovió sangrientas transformaciones que esparcieron la pobreza allí donde sus ideas fueron o son aplicadas.
En ambos casos, la puesta en práctica de sus ideas, desembocaron en crueles dictaduras impuestas en nombre de “fines superiores”.
Esos escandinavos —que con tanto desapego presionan para imponer un “mundo nuevo”— nos recuerdan al “señorito satisfecho” del que habla José Ortega y Gasset.
El autor señala que ese personaje anda por doquier y en todas partes quiere imponer su barbarie íntima. Es el niño mimado de la historia humana, el heredero que se comporta exclusivamente como heredero. Actualmente, el legado que recibe es la civilización occidental con sus comodidades y seguridades. Ortega dice que solo dentro de la holgura vital que esta civilización ha fabricado —que en los países escandinavos se da en grado sumo— puede surgir este carácter. “Es una de tantas deformaciones como el lujo produce en la materia humana”, afirma.
Desde su nacimiento, el “señorito satisfecho” se halla instalado en medio de sus riquezas y prerrogativas. Desenvuelve su vida en cómodas condiciones que él no ha creado. En consecuencia, no está íntimamente ligado a ellas porque no provienen de él. Esos personajes “juegan a la tragedia porque creen que no es verosímil la tragedia efectiva en el mundo civilizado”.
Ortega añade que cuando “veo que hacia un hombre o grupo se dirige fácil e insistentemente el aplauso, surge en mí la vehemente sospecha de que en ese hombre o en ese grupo, tal vez junto a dotes excelentes, hay algo sobremanera impuro. Acaso es esto un error que padezco, pero debo decir que no lo he buscado, sino que lo ha ido dentro de mí decantando la experiencia”.
El activismo de Greta ya está dañando a los más vulnerables. ¿Huelgas escolares? ¿A quién favorece? Greta y otros chicos pueden darse ese “lujo” sabiendo —ellos y sus padres— que esa irresponsabilidad en nada afectará sus posibilidades de una futuro mejor. Pero, ¿se podría decir lo mismo de esos niños y adolescentes que imitan su ejemplo en Uganda, Bangkok, Bangladesh, Nigeria y Argentina?
Las medidas económicas que ciertos grupos económicos y políticos poderosos de los países ricos proponen por “boca” de Greta, serían catastróficas para los habitantes de las naciones pobres. Así lo denuncian Bjorn Lomborg y otros especialistas en temas ambientales.
Lomborg —autor de El ecologista escéptico— expresa que Greta Thunberg en la ONU aseveró que si realmente entendemos científicamente el cambio climático y aun así no actuamos, somos “malvados”. Según la adolescente sueca, tal es la causa de que “la gente está muriendo”. Para remediar ese mal, debemos cerrar todo lo que funciona con combustibles fósiles antes de 2028 porque en ocho años habremos alcanzado nuestro límite de emisiones de carbono.
Lomborg sostiene que la afirmación de Greta es esencialmente errónea. Además, la puesta en práctica de su propuesta producirá ganadores y perdedores.
Obviamente que los ganadores serán aquellos empresarios y políticos escandinavos que están detrás de la “espontánea” acción de Greta. A propósito, nos gustaría saber si ellos —que tan inescrupulosamente se han valido del trastorno de la chica para beneficio propio— se van a hacer cargo cuando, inevitablemente, pase la “moda Greta” porque uno de los rasgos de su patología es que los afectados aman la alabanza, ganar y ser primeros, pero el fracaso, la imperfección y la crítica les resulta difícil de sobrellevar. ¿No les preocupa el colapso mental que podría sufrir luego de tanta parafernalia?
Los perdedores serán los países en desarrollo e incluso los sectores sociales vulnerables de las naciones más poderosas.
Teniendo conciencia de ello, Lomborg recalca que “no emitimos CO2 con intención maligna” sino que por el contrario, “es una consecuencia de dar a la humanidad acceso a niveles de energía sin precedentes. Hace apenas un siglo, la vida era desgarradora. La abundante energía hizo posible una vida mejor, generando calor, frío, transportes, luz, alimentos y oportunidades, duplicando la esperanza de vida”.
Pero a muchos “señoritos satisfechos escandinavos” les tiene sin cuidado que “la abundancia de energía, principalmente procedente de combustibles fósiles, haya sacado a más de mil millones de personas de la pobreza en los últimos 25 años”.
Greta vive en la opulencia. Viajó a Nueva York a dar su discurso en el velero de un príncipe. Está dogmáticamente convencida de que el cambio climático implica que las personas están muriendo. Eso se explica porque la enfermedad que padece produce inflexibilidad del pensamiento y campos de interés estrechos y absorbentes. Posiblemente, por eso fue seleccionada para promocionar veladamente los intereses económicos de ciertas personas.
Lomborg aclara para los desinformados, que “los desastres relacionados con el clima hace solo un siglo mataban a medio millón de personas cada año. Hoy, pese al aumento de la temperatura, pero gracias a la menor pobreza y la mayor capacidad de recuperación, las sequías, las inundaciones, los huracanes y las temperaturas extremas matan un 95 % menos. Un logro moralmente encomiable. Poner fin al uso mundial de combustibles fósiles para 2028 es una tontería. La energía verde no está lista para ser la alternativa. Causaría una verdadera catástrofe global, que nos enviaría a la mayoría de nosotros a una pobreza extrema”.
Ergo, la presión de Greta y de los que están detrás de ella no está contribuyendo para nada a la paz mundial ni a relaciones más equilibradas entre naciones ricas y pobres. Por el contrario, está avivando las tensiones mundiales.
Además, si hubieran otorgado este premio, habría sido un insulto para aquellos que en diferentes regiones —especialmente en las más problemáticas— se están jugando la vida para hacer de este planeta un mundo mejor. Ellos sí que tienen auténticos méritos para ser galardonados con el Nobel de la Paz.