Desde los lejanos tiempos de la Antigua Grecia, se sabe que el lenguaje no es tan solo un medio de comunicación neutro. Ya entonces se tenía conciencia de que el discurso manejado hábilmente es un poderoso instrumento de poder. ¿Por qué? Porque las palabras no se reciben “desnudas”, sino que conllevan determinadas connotaciones. Por eso los políticos, escritores y periodistas escogen cuidadosamente los términos que van a utilizar, de acuerdo a la impresión que desean provocar en la gente.
Al hombre común le suele pasar desaperciba dicha característica del lenguaje. Sin embargo, ha sido estudiada profusamente desde el campo de la filosofía. Incluso, actualmente ha acaparado la atención de muchos pensadores que la vienen analizando en profundidad.
En consecuencia, cada vez se comprende mejor que a través de las prácticas discursivas se ejerce poder. Eso ocurre porque mediante la palabra se busca persuadir sobre algo determinado, anclando los conceptos en las creencias y rasgos culturales del público al que va dirigido el mensaje. Mediante los discursos, es decir, la forma de presentar determinados hechos, es posible inducir actitudes de rechazo o por el contrario de apoyo hacia determinadas causas. O sea, soterradamente se hace política.
Los griegos llegaron a considerar que el lenguaje es un arma tan formidable, que el que tiene el poder de la palabra puede dominar a los demás. Por esa razón, los sofistas lo cultivaron con especial esmero y aprendieron el arte de hacer parecer verdadero lo que es falso, y falso lo que es verdadero.
Wilhelm von Humboldt (1767-1835), uno de los fundadores de la Universidad de Berlín, sostiene que el lenguaje ejerce control sobre el pensamiento. La misma línea de pensamiento sustentan los lingüistas norteamericanos Edward Sapir y Benjamin Lee Whorf, quienes en la década de 1940 expusieron que la lengua determina completamente la forma de conceptualizar y clasificar la realidad. Una postura análoga defiende Michel Foucault en su obra Las palabras y las cosas (1966).
Asimismo, numerosos autores han analizado la relación entre palabra, ideología y poder. Especialmente fecundas han sido las investigaciones de la escuela denominada Análisis Crítico del Discurso. Uno sus integrantes, Norman Fairclough, señala que “la lengua conecta con lo social por ser el dominio primario de la ideología y por ser tanto el interés principal como el lugar en que tienen lugar las luchas de poder”.
Según los autores de dicha escuela, con el lenguaje se pretende, primordialmente, convencer y cambiar la mentalidad de un grupo de personas mediante la comunicación de creencias, actitudes y valores, dado que la palabra es el instrumento a través de la cual se ejerce un sutil control sobre sus mentes.
Una prueba de lo anteriormente dicho lo podemos encontrar en la forma en que ciertos medios de prensa informan a sus lectores. Por ejemplo, podemos señalar a la BBC Mundo cuando explica la situación que se está viviendo en Venezuela y los conceptos que escoge para reseñarlos.
En un reciente artículo redactado por la redacción de ese medio titulado “Crisis en Venezuela: Maduro admite que hay conversaciones entre altos funcionarios de su gobierno y Estados Unidos” , se describe la situación planteada en estos términos: “El país está envuelto en una lucha por el poder entre el presidente Maduro y el líder de la Asamblea Nacional de Venezuela, Juan Guaidó“.
Se lee, asimismo, que “Guaidó se declaró presidente interino en enero, alegando que las elecciones que llevaron a Maduro al poder por un segundo mandato fueron fraudulentas. Aunque Guaidó se ha ganado el respaldo de más de 50 países, hasta ahora no ha logrado destituir a Maduro del poder”.
Esos párrafos son una muestra manifiesta de cómo a través del discurso –con apariencia de neutralidad informativa– se procura ejercer un control sutil sobre las mentes de los lectores. De forma explícita se está conceptualizando y clasificando lo que ocurre en Venezuela. Al modo de los sofistas, se pretende que parezca verdadero lo que es falso y falso lo que es verdadero.
Para empezar, es una falacia que entre Guidó y Maduro hay “una lucha por el poder”. Lo que existe, es una heroica y desigual batalla entre la opresión y la libertad. Guiadó es, en estos momentos, la cabeza visible del movimiento prodemocracia venezolano: no busca “destronar” a Maduro para ocupar él su lugar sino presionar para que en Venezuela se den las condiciones para la realización de elecciones libres y limpias. Guiadó no quiere “destituir” a Maduro sino que este se vea obligado a reconocer su ilegitimidad y abandone el poder, y así posibilitar que los ciudadanos escojan a sus futuros gobernantes.
Al expresar que hay “una lucha por el poder”, se está distorsionando la realidad y quitándole grandeza a los esfuerzos del pueblo venezolano para recuperar la democracia. Porque Guiadó, más que un hombre de carne y hueso, es el símbolo de una nación que busca desesperadamente liberarse de las cadenas que la oprimen. Por cierto, una pelea admirable dado que se ha realizado en forma pacífica a pesar de las brutalidades del régimen (que han sido minuciosamente detalladas por la ONU en su informe sobre el estado de los derechos humanos en Venezuela).
Además, Guiadó “no se declaró presidente interino” sino que fue la Asamblea Nacional la que lo designó como tal, siguiendo lo que indica la constitución venezolana. Por algo, como bien dice el artículo, más de 50 países (los más democráticos) lo han reconocido como tal. ¿O están todos confundidos? ¿Queda alguna duda de que las elecciones fueron fraudulentas, cuando hasta la empresa que diseñó las máquinas de voto electrónico denunció que hubo un fraude masivo porque las máquinas fueron manipuladas?
La forma en que la BBC se expresa en el mencionado artículo podría ser catalogada de “imperialismo mental”. Sus redactores miran lo que sucede en Venezuela con el prisma de sus prejuicios hacia América Latina, a la que aparentemente consideran un tierra de bárbaros, donde hay golpes de Estado a cada momento y donde las luchas no son por la libertad, el Estado de Derecho y la democracia, sino por “el poder político”.
Es decir, banalizan lo heroico que aquí sucede y miran a los habitantes de estas tierras con menosprecio. Eso se comprueba porque en una búsqueda rápida en Google” no se encuentran artículos de la BBC que designen a las movilizaciones ciudadanas en Venezuela como “pro-democracia”.
Una visión que, por cierto, contrasta con el modo en que se refieren a lo que está sucediendo en Hong Kong, antigua colonia británica. Parecería que lo que allí ocurre, sí puede ser catalogado de movilizaciones y líderes “pro-democracia”. ¿Acaso no es también una “lucha por el poder”? ¿Por qué se utilizan términos con connotaciones negativas para referirse a lo que sucede en Venezuela pero unos con connotaciones positivas con respecto a Hong Kong, si ambas situaciones son análogas?
Con las palabras se rebaja a Guaidó y por extensión a los venezolanos, mientras que se ensalza a los habitantes de Hong Kong. ¿Será por el orgullo de la madre hacia sus criaturas dado que Hong Kong fue “concebido” por Inglaterra?
Mediante el lenguaje cuidadosamente seleccionado, estos periodistas pretenden controlar sutilmente la mente de su público porque bajo la apariencia de “información”, en rigor, están transmitiendo sus creencias, valores y diferentes actitudes hacia las habitantes de ciertas regiones del mundo.
En pocas palabras, están falseando la realidad imperante en Venezuela y revelan sus prejuicios con respecto a América Latina.