A la izquierda latinoamericana se le fue la mano. Un error que se paga caro. Hasta ahora, habían sido exitosos en instalar el “relato” de que durante las décadas 1960-1980, sus activistas habían sido unos “corderitos” que no tuvieron arte ni parte en la imposición de dictaduras militares en sus respectivos países.
Su capacidad para distorsionar la verdad histórica estuvo potenciada por dos factores:
Por un lado, que hayan accedido al poder democráticamente. Esa circunstancia contribuyó a lavar su imagen y además, puso en sus manos cuantiosos recursos materiales y humanos estatales para impúdicamente desinformar y manipular al pasado.
Y por el otro que mucha gente de izquierda –aunque no sólo ellos- fueron tratados en forma inhumana e incluso asesinados por los militares.
Ante ese tremendo sufrimiento humano, la ciudadanía quedó sensibilizada y estuvo de acuerdo en reparar en lo posible a las víctimas. Además, quedó tan conmocionada por lo sucedido durante esas trágicas décadas, que consideró oportuno preservar la memoria de lo ocurrido, para que “nunca más” se repitiera.
Y es aquí donde la izquierda latinoamericana muestra la hilacha. Está procediendo de un modo tan vil, exhibiendo tan poca empatía hacia aquellas personas que fueron sus víctimas –algunos izquierdistas también secuestraron, torturaron y asesinaron a sangre fría- que están provocando una ola de indignación popular.
Esa conducta prueba que ellos no sienten aprecio genuino hacia la dignidad intrínseca de TODA persona. En otras palabras, parecen creer que sólo sus miembros tienen derechos humanos. Asimismo, que no profesan real apego hacia la república democrática, sino que tan solo están “acumulando fuerzas” para paulatinamente irla disolviendo.
Esa amenaza, indujo a personas que conocen a fondo lo sucedido en esas oscuras décadas porque lo vivieron en carne propia, a “refrescar la memoria” de la población. Ergo, está surgiendo una historia más verídica.
De esa forma, el “relato izquierdista” está perdiendo su hegemonía y en consecuencia, se está resquebrajando.
Veamos algunos ejemplos:
En Uruguay, el Parlamento está debatiendo un proyecto de ley sobre memoriales del pasado reciente, enviado por el Ejecutivo. Se busca reconocer a las “víctimas de terrorismo o accionar ilegítimo del Estado que sufrieron violaciones a sus derechos humanos por motivos políticos, ideológicos o gremiales desde 1968 hasta el 28 de febrero de 1985”, fecha en que terminó la dictadura.
Fue aprobado por unanimidad en el Senado pero en Diputados la cosa no está tan fácil. La oposición quiere realizarle dos modificaciones: “Incluir en el memorial a las víctimas abatidas por los tupamaros, como civiles, policías y militares, y cambiar la fecha de 1968 a 1973” porque fue recién entonces que comenzó la dictadura.
Distorsionar las fechas para que se “acomode al relato”, es uno de los recursos favoritos de la izquierda.
La diputada colorada Susana Montaner señaló, que el proyecto de ley “da una mirada muy hemipléjica” porque establece como inicio 1968. Es decir, “en pleno gobierno electo que nunca se apartó de la Constitución” -según reconoció Líber Seregni, líder histórico de la izquierda (ya fallecido).
Por cierto, Seregni no estaba de acuerdo con esta tendencia de su partido a deformar la realidad. Fue uno de los pocos líderes izquierdistas que hizo autocrítica y aprendió de los errores cometidos en el pasado. Por eso no titubeó en criticar esta posición de la izquierda: “las violaciones a los derechos humanos perpetradas por los ‘adversarios’ son malas y las cometidas por quienes ‘piensan como yo’ no lo son tanto”.
Esa nobleza no fue comprendida y mucho menos respaldada por sus camaradas. Por el contrario, fue repudiado. Por ejemplo, José Mujica declaró: “no tiene derecho a cometer semejante grosería intelectual, salvo que esté en una involución impuesta por los años”…
Volviendo al tema de la discusión parlamentaria, la diputada oficialista Manuela Mutti -integrante del Movimiento de Liberación Nacional Tupamaros- cuyo padre fue preso político por 13 años, expresó que esos memoriales buscan “incentivar la identidad cultural de la comunidad” y “promover una reflexión conjunta sobre este tema para generar consciencia de que estos hechos no se repitan nunca más”.
Esas palabras irritaron a la diputada blanca (ex izquierdista) Graciela Bianchi. Al fundamentar su oposición al proyecto tal como fue aprobado por los senadores, afirmó que queremos “una memoria justa”. Por consiguiente, debemos “incluir a TODAS las víctimas del terrorismo de Estado” porque también los tupamaros torturaron.
Mutti reaccionó gritándole:
“¡No hay fundamentos para decir eso! ¡Es mentira!”
Bianchi le refutó diciendo:
“Hay una biblioteca entera de pruebas”.
Esta acalorada discusión salió reproducida en los medios uruguayos y redes sociales, provocando que la verdad empiece a ser conocida…
En Chile se está produciendo una dinámica similar. Dos de las voces más potentes son las de Roberto Ampuero y Mauricio Rojas, ambos ex izquierdistas. Rojas incluso integró el grupo guerrillero MIR.
Ampuero reprocha a la izquierda chilena que obvie mencionar cómo era el ambiente previo al golpe militar:
“Y con lo que digo no justifico ni una sola violación de derechos humanos sobrevenida bajo la dictadura. Pero hay que ser honestos hasta que duela: nos gustó meterle miedo a los momios y a los militares”. Pero los izquierdistas “eluden la responsabilidad, prefieren asumir el rol de víctimas, y la división y la polarización prefieren pintarla como que cayó del cielo de la noche a la mañana, después del 11 de setiembre de 1973”.
Por su parte Rojas acota, que han realizado “una distorsión de la verdad histórica que para muchos se ha transformado en un capital político del que han vivido durante largo tiempo. Víctimas inocentes, blancas palomas de la paz, luchadores idealistas por la democracia, todo un cuento que debería dar vergüenza”.
Ambos están indignados por la forma en que está estructurado el Museo de la Memoria. Consideran que presenta una “debilidad ética y pedagógica” brutal, porque “cuenta una historia trágica que comienza abruptamente, sin hacer referencia al Chile que destruimos entre todos a comienzos de los años setenta”.
Ampuero es enfático al manifestar:
“Nada justifica la violación de derechos humanos bajo la dictadura, pero el Museo de la Memoria no explica bajo qué circunstancias estalló el horror que condenamos. Esa omisión, obedece a un estilo de hacer política que se basa en guardar silencio para eludir la autocrítica y juicios sobre asuntos esenciales”.
Rojas agrega, que “debe imperar un sentido responsable y serio de la historia”. El referido museo es “un montaje cuyo propósito, que sin lugar a duda logra, es impactar al espectador, dejarlo atónito, impedirle razonar. Es una manipulación de la historia usada por quienes manejan el presente a fin de controlar el futuro, tal como Orwell decía”.
Remacha su pensamiento afirmando: “Es un uso desvergonzado y mentiroso de una tragedia nacional que a tantos nos tocó tan dura y directamente.”
En conclusión, si sinceramente se desea que “nunca más” haya dictaduras –DE NINGÚN PELO- en Latinoamérica, debemos contar la historia completa. Sólo así se comprenderá cabalmente, cómo es la dinámica que conduce a la aniquilación de la libertad y dignidad individual.
Hay un imperativo moral de reconocer la parte de la culpa que le cabe a cada uno. Y por favor, ¡muestren un poco de empatía hacia aquellas víctimas que no pertenecen a sus filas!