Siempre regreso en ésta columna sobre estos temas por tres motivos: por una parte que a algunos lectores parecen interesarles en cada oportunidad en que trato de ellos, por otra, que quienes pudieran leer esto seguramente no han leído mis columnas anteriores sobre los mismos temas y finalmente porque son asuntos de importancia, sobre los que siempre es posible decir algo más, o explicar lo mismo mejor que antes. Y no se me ocurre mejor momento de hacerlo que al cierre de un año terrible, e inicio de otro lleno de incertidumbre.
Empecemos porque es un error inconscientemente —muy común y extendido— admitir los llamados de la moral atávica como reclamos de justicia, cuando nada en el orden social es más injusto que la moral atávica. Y los intentos de imponerla sobre la sociedad extensa únicamente ocasionan destrucción material y moral. Dejemos claro que las normas generales, abstractas y consuetudinarias se fundamentan en la moral superior de la sociedad extensa que es la propia civilización. En tanto que la normatividad positivista, discriminatoria y voluntarista que prevalece en la actual legislación de todo el mundo complace únicamente atávicos llamados de moral tribal.
El asunto es que la gratificación emocional y seguridad que promete falsamente la idea de reconstruir la sociedad extensa —orden espontaneo evolutivo e intersubjetivo milenario— por un constructivismo racionalista arrogantemente ignorante de la complejidad de la información necesaria, paradójicamente anclada en el atavismo moral, es tan amplia como irracionalmente sentida por el hombre contemporáneo por los cientos de miles de años que nuestros antepasado vivieron bajo tal orden moral, ante poco más de una decena de miles de años en que se desarrolló finalmente el orden moral superior de la civilización.
Esa diferencia temporal es vital para comprender el extendido conjunto de sentimientos y anhelos primitivos en los que realmente basa el socialismo en sentido amplio su capacidad de apropiación de la ética. Y aunque eso nos daría la falsa impresión de que nuestras únicas alternativas serían quedar atrapados en un orden social reducido de relaciones personales y supuesta hermandad amorosa, condenándonos a perder todos los frutos de la civilización y su capacidad de mantener con vida a la humanidad en números superiores a los de la población del paleolítico. O abrazar un orden amplio de cooperación, reglas impersonales, abstractas e iguales para todos, que garantiza mediante la libertad de acción y la estabilidad de la propiedad, la generación de riqueza y prosperidad creciente, al costo de renunciar completa, radical y definitivamente a las antiguas seguridades tribales. Pero ese no es el dilema realmente, el dilema real es más complejo e interesante.
Es la indispensable coexistencia de dos códigos morales dentro de un mismo orden social, y no en competencia sino en orden jerárquico y campos de acción separados pero interdependientes. Así que la solución no es el de desterrar la moral tribal de la faz de la tierra y someter toda interacción humana a la moral civilizada, entre otras cosas porque sería una pretensión de ingeniería social constructivista imposible de imponer sobre la evolución espontanea del orden intersubjetivo extenso. Toda pretensión constructivista sobre el orden social es inviable porque carecemos de la información necesaria, debido a la naturaleza dispersa, subjetiva, circunstancial, intransmisible e incluso efímera de la misma, pero en este caso peculiar, también porque los individuos que cooperan impersonalmente en la civilización requieren para su supervivencia y desarrollo de ordenes tribales en los que prevale en cierto sentido la moral primitiva entre los propios miembros, pero limitados a ámbitos muy específicos, incorporados dentro y sometidos a la normatividad impersonal del orden extenso.
Lo que sí es posible reconstruir a la luz de la teoría del orden espontaneo en el orden moral, es nuestra interpretación de una Ley natural como fuente de normatividad moral deducida de la propia naturaleza humana. Ni la naturaleza humana, ni la ley natural de ella deducida son a esta luz eternas e inmutables, pero tampoco históricas o racionales. Para la velocidad relativa del la evolución social, la evolución biológica nos da una naturaleza aparentemente inmutable en la categoría de la especie, pero para la escala temporal de la evolución del individuo —clave de los propios fenómenos intersubjetivos agregados, generacional e inter-generacionalmente— es la tradición institucionalizada lo puede ser entendido como aparentemente inmutable, y sujeto más a interpretación que a reconstrucción. Que a largo de tal reinterpretación legítima, de naturaleza mayormente casuística, surgirán tradiciones completamente nuevas —particularmente cuando en la tradición se admite la tolerancia con la experimentación moral que resulta del ejercicio real del derecho a “la búsqueda de la felicidad”; o en otras palabras, al libre desarrollo de la personalidad individual dentro de las normas generales e impersonales de la sociedad extensa, en lugar de la asfixiante calidez del microcosmos y su absoluta intolerancia con toda originalidad, novedad o diferencia destacable— lo que nos revela es que dicho proceso necesariamente es parte de la experimentación evolutiva inter-generacional a largo plazo. Una que tiene sus propios tiempos.
El problema pues se reduce a que someter el orden praxeológico de la civilización al orden teleológico de la tribu garantizaría la destrucción de la civilización, y con ella de la moral universal abstracta —la noción misma de justicia retributiva— y todos sus logros materiales, intelectuales y artísticos. En tanto que someter al orden teleológico tribal a la praxeología moral de la Ley natural evolutiva de la civilización implica, no sólo la supervivencia de los mejores aspectos de tal orden, sino su evolución dentro del marco de la sociedad extensa, que no podría existir sin subsumir en sí a los ordenes teleológicos tradicionales familiares y comunales, e incluso desarrollar otros nuevos de similar naturaleza. La civilización empieza con la sustitución de la xenofobia tribal de violencia y aislamiento, por el orden intersubjetivo extenso de la división del trabajo y el intercambio a escala creciente. Y a poco más se reduce finalmente, como veremos en la próxima entrega.