La lucha política y jurídica contra el presunto fraude electoral denunciado por Trump, aunque esté en su peor momento, todavía compromete que Biden asuma la presidencia en enero —más y más voceros demócratas admiten una escala nueva de fraude, pero sosteniendo que no fue suficiente fraude para torcer el resultado— mientras los tribunales, del Supremo a los estadales y federales, evitan —aferrados a motivos de forma— juzgar, la agitación y propaganda de una prensa vergonzosa, apoyada en la censura de redes sociales abusivas, son escasas las posibilidades de Trump. Aún así, Trump y parte del partido republicano pelearan hasta la victoria, o el amargo final. Por desgracia, Biden tiene hoy muchas más posibilidades que Trump de estar en la Casa Blanca en enero.
Será dudosa la legitimidad de una administración Biden-Harris. Además del presunto fraude —presunto para siempre, si nunca se juzga en tribunales o investiga en Asambleas estadales— por serios señalamientos de corrupción en el extranjero —comprometiendo intereses estratégicos estadounidenses— al clan Biden. Para 74 millones de estadounidenses —como mínimo— Biden será el verdadero “commander in thief”. Pero en geopolítica es de una administración social-comunista —socialdemócrata escorada a izquierda por Biden y neo-marxista por Harris— de lo que debemos especular. Es más que probable, nos guste o no. Y lo que haría Trump ante China, en el dudoso caso de salvar su reelección, no hay que especularlo: lo sabemos.
Biden y China
Biden nombró su círculo de reciclados de la administración Obama. El establishment izquierdista de Washington regresaría con esteroides. Tenemos declaraciones de Biden sobre China como vicepresidente. Y de sus reciclados. También declaraciones de Harris sobre China. Y posiciones del partido demócrata sobre China —y el PCCh— en documentos oficiales. Podemos estimar lo que una administración Biden haría con la política ante China de la administración Trump.
Trump vio acertadamente al totalitarismo chino como principal adversario estratégico de EE. UU. Asumió una nueva guerra fría contra la proyección global de China como nueva superpotencia totalitaria socialista, una radicalmente diferente —y más compleja— a la anterior. Biden no. Él matiza que China sea un adversario ideológico —lo admite con reservas— y matiza que sea el mayor competidor estratégico de EE. UU. Admite que EE. UU. compite con China en economía, tecnología y defensa. Pero asume una posible cooperación comercial y mucho más. Confía en Beijing como aliado de su agenda sobre cambio climático, salud pública global y proliferación nuclear. Biden jugará para la agenda globalista esperando que China la apoye. Beijing usará la agenda globalista como caballo de Troya de su propia agenda de hegemonía global.
Retorica y realidad
Aunque Biden calificó en la campaña electoral a Xi Jinping de “matón” y prometió tratar a China “enérgicamente” nada indica que fuera verdad. Apenas su presunto secretario de Estado, Antony Blinken, declaró una sola vez que China representa “el mayor desafío” para EE. UU. Pero muchas veces que Rusia es la amenaza y la política exterior estadounidense debería centrarse en combatir a Vladimir Putin. Jake Sullivan —estrella emergente del nuevo partido demócrata— comparte la simpatía de Biden y Harris con el totalitarismo socialista Chino. Ya en 2017 se opuso a la contención y propuso “un camino intermedio que aliente el ascenso de China (…) consistente con un orden regional abierto y justo (…) propicio para un ascenso pacífico y positivo de China”. La complacencia demócrata con el totalitarismo de Beijing explica que tantos disidentes chinos apoyaran la reelección de Trump. La amistosa evaluación de Biden sobre Xi durante su vicepresidencia, y el historial de Harris, también.
Respecto a China, una administración Biden no se apartará —sino muy limitadamente— del indulgente Obama. Con retorica “dura” intentará disfrazar la continuidad. La presión republicana jugará contra China. En el mejor de los casos, Biden —bajo mucha presión republicana, si el GOP asciende en las elecciones legislativas de medio término— intentaría una “tenacidad blanda” inútil ante la sofisticada estrategia de largo plazo de Beijing. En algún momento Biden se vería obligado —por presión de gobiernos aliados afuera y del GOP adentro— a exigir que China cumpla las reglas del comercio y las finanzas internacionales. Pero con medidas simbólicas sin efecto. Aunque se ha mencionado, integrar a EE. UU. en la Asociación de Comercio Transpacífico (CPTPP) impulsando su agenda ideológica, más que comercial, es técnicamente imposible a corto y mediano plazo.
Los intereses de Silicon Valey
La complacencia no logrará que Beijing cumpla las reglas del comercio y las finanzas internacionales. Y eso, no otra cosa, promete Biden. Trump entró tardíamente al enfrentamiento —confiando en una reelección segura, antes del escenario de pandemia— y no forzó a China a una reforma económica estructural que incluyese la privatización real de empresas del Estado. Biden ni siquiera intentaría convencer a Xi y al PCCh de renunciar tal poder interno Será la desescalada unilateral de Washington en la guerra económica con China. A cambio de nada. Y favorable a intereses concentrados, que vieron su apuesta por la mano de obra barata y sojuzgada de China, en peligro con la presión de Trump sobre Beijing.
Biden le debería todo a la agitación y propaganda de la prensa y la ultraizquierda —que hoy define la agenda demócrata— la censura y desinformación de grandes tecnológicas en redes sociales. Complaciendo a Silicon Valey Biden favorecerá la deslocalización de empleos hacia China —como Obama— revirtiendo la exitosa política de recuperación de empleos industriales e inversiones de Trump. Pero las grandes tecnológicas ya notan que el costo oculto de presumir de millonario socialista verde en casa, mientras explotan mano de obra barata y sojuzgada empleando proveedores contaminantes en China, como coste oculto en robo de tecnología. O lo sabían, pero subestimaron la capacidad de las empresas privadas mercantilistas chinas de aprovecharlo para competir efectivamente contra ellos en el mundo y en EE. UU. En eso una administración Biden no podrá ser tan complaciente con Beijing como Obama. Lo que trataremos en la próxima entrega.