Veíamos en la entrega anterior al mundo en la cuerda floja. Pero recordemos que cuando en 2018 el presidente Trump afirmó en el Foro Mundial de Davos:
“No he venido a Davos a hablar con élites globalistas. He venido a explicar el éxito económico espectacular de mi política de desregularización y reducciones históricas de impuestos que están favoreciendo a todo el mundo, y no solo a mi país. Y a decir a los grandes inversores mundiales que su mejor opción es América”.
Renunciaba a levantar de la tumba un TTIP torpedeado por el obstruccionismo europeo de 2013 a 2016. El tratado trasatlántico —asesinado por Europa— fue abandonado por los EE. UU. en 2018.
La última oportunidad de Europa
El Pacto Transatlántico de Comercio e Inversión (TTIP) posiblemente fue la última oportunidad de Europa para jugar un papel importante en un mundo cuyo centro se desplaza al Asia-Pacifico. Habría creado una gran área de comercio sin aranceles entre América del Norte y Europa, impulsando las economías en ambos lados del Atlántico. Pero las negociaciones del tratado fueron envenenadas con agitación y propaganda para crear pánico ante la supuesta amenaza de una inundación de los mercados europeos por productos estadounidenses baratos —y supuestamente poco saludables— particularmente alimentos. Para matar cualquier posibilidad de tratado, una amplia gama de partidos políticos —con medios de comunicación, intelectuales, ONG´s y “movimientos sociales” de Europa se aferraron a exigir que las disputas en el marco del tratado fueran resueltas por tribunales nacionales, sin árbitro neutral de norma usual en cualquier acuerdo comercial, para evitar la sospechas de tribunales nacionales parciales. Que grandes corporaciones europeas simpatizaran con aquello puso sobre la mesa que temían a la competencia estadounidense en Europa. Y que no confiaban en sí mismas para entrar al mercado estadounidense. Posiblemente tuvieran razón, entre la presión fiscal y regulatoria y las subvenciones y protecciones, se han tornado cada vez más incompetentes. Trump, realista como es, admitiendo que por mucho que su combinación de su nueva política fiscal y regulatoria de tipos bajos y desregulación iniciara un verdadero “milagro económico de reindustrialización estadounidense” no podía resucitar de entre los muertos al tratado. Y cavó la tumba del tratado él mismo, de la forma que consideró mejor para los intereses de los EE. UU.
La apuesta por el nuevo socialismo estadounidense
La obtusa esperanza europea de que una presunta administración Biden sería muy complaciente con su agenda proteccionista es una ilusión. Biden en la Casa Blanca sería rehén de tantas fuerzas y agendas que confluyeron en impulsar lo que Trump califica —y combate política y judicialmente— de fraude electoral, que dejarían con tantas y tan grandes facturas por pagar a la primera administración socialista de los EE. UU. como para que los gestos simbólicos —por demás imprudentes— de políticos en funciones de Estado de Europa occidental, apoyando la coronación anticipada de Biden por la gran prensa y las corporaciones tecnológicas dueñas de redes sociales, poco o nada signifiquen realmente. Lo único claro es que esa presunta administración carecería de legitimidad para más de 70 millones de estadounidenses, sería débil rehén de muchas agendas radicales. Y su única carta para impostar la fuerza de la carecería —ceder ante pretensiones de persecución ideológica y política de la ultraizquierda que hoy marca agenda al partido demócrata no sería fuerza, sino debilidad— sería la que pudiera imponer sobre los aliados y enemigos más débiles, así que como mínimo sería más dura en sanciones a Rusia que el propio Trump. Y la Federación Rusa sigue siendo un socio comercial importante para Europa. Especialmente en materia energética.
La hipocresía del delirio imperial trasnochado
Los europeos se convencen a sí mismos —y a más nadie que a los mayores idiotas en el resto del mundo— de que imponen altas normas morales para condicionar benéficamente el acceso al mercado Europeo desde el extranjero. Pero no es otra cosa que el disfraz hipócrita del proteccionismo al que los empuja la creciente incompetencia que se causan a sí mismos. Y como arma geopolítica se hace cada vez menos significativa en la misma proporción en que aumenta la importancia de otros mercados. Los productos europeos están condenados a tornarse cada vez menos innovadores y competitivos por la combinación fatal de sobrerregulación, agendas ideológicas neo-marxistas y globalistas, y el efecto del proteccionismo abierto, que pretenden encubrir de moralina tan hipócrita que en lugar de ocultarlo lo exhiben.
Los fabricantes y distribuidores europeos afirman que sus cadenas de suministro respetan altos estándares sociales y medioambientales. Basta investigar un poco para encontrar la mentira en el exterior de esas cadenas de suministros —mientras más “verdes” más hipócritas— que violan subrepticiamente tales estándares fuera de Europa —y también dentro— mientras exigen que imponerlas a fabricantes extranjeros, bajo artificiosas regulaciones arbitrarias diseñadas para ser de imposible cumplimiento.
Un acuerdo comercial entre la Unión Europea y Mercosur para establecer una amplia zona de comercio sin aranceles entre Europa y buena parte de América del Sur —enrevesado, complejo y cargado de ideología por demás— estaba listo para ser ratificado. Europa bloqueó arbitrariamente la ratificación pretextando falsas “preocupaciones” —de hecho uso falsas acusaciones, como los fake news de Macron— en cuanto a que Brasil no hacía lo prometido para detener la deforestación. Negarse a firmar el acuerdo no ayudará a la selva amazónica. Ayudará a productores europeos incapaces de competir con productos del Mercosur. Grupos de intereses concentrados que mueven votos y financian campañas —con capacidad de propaganda e incluso agitación—. Ese acuerdo con Mercosur haría crecer a las economías de ambos lados del Atlántico. Y el crecimiento económico es la precondición sine qua non de la protección del medio ambiente. Europa se suicida y lo celebra. Asia asciende en un escenario geopolítico peligroso. Y América pende de uno de los momentos más críticos de la historia de unos EE. UU. que siguen siendo la única superpotencia real del mundo libre ante la superpotencia totalitaria ascendente que es China.