Es indudable que la idea misma de racionalidad contemporánea es sinónimo de cálculo, y esa convención cultural tiene orígenes perfectamente claros en la historia de la filosofía, cuando Inmanuel Kant exilió la metafísica a la Siberia de la creencia, reduciendo el saber racional a la integración copernicana de la matemática y la física.
Y es precisamente la paradoja de tal creencia cultural —a la bien que cabría calificar también de prejuicio— en la racionalidad reducida al cálculo la clave del desconocimiento de los grandes avances de la economía escolástica por los economistas contemporáneos, empeñados en que su agente maximizador racional, en cuanto racional, tiene que realizar tal maximización mediante una forma —como mínimo implícita— de cálculo matemático que se pueda formular en números reales.
Con tal concepto de racionalidad, el marginalismo en lugar ilustrar el proceso de la mente creativa que descubre fines, la reduce a un agente que calcula medios y así, en los modelos del paradigma dominante, vemos a los agentes tratando de maximizar su utilidad en ese sentido matemático estrecho, con lo que el descubrimiento de la utilidad marginal intersubjetiva se intentará reducir “científicamente” al cálculo.
Y eso implica limitar la ciencia económica a la racionalidad instrumental de Weber, como asignación eficiente de medios a sus fines. Lo que llega a no reconocer ninguna otra racionalidad cuando se cruza la frontera que va de Jevons, Baroni y Paretto, a Marshall y la mayoría de las líneas de pensamiento económico subsiguientes.
Y —dejando de lado que siguen empeñados en imitar la mecánica clásica ignorando olímpicamente los avances de la propia física— es en ese sentido que el enfoque de la mayor parte de la economía neoclásica es erróneo en su imitación de un método de las ciencias naturales, cuya demoledora crítica para las propias ciencias naturales fue completada por epistemólogos como Kuhn, Lakatos y Feyerabend.
Hay demasiadas cosas de las que los modeladores neopositivistas en la ciencia económica en particular, y las ciencias sociales en general, aparentemente aún no han tenido noticia. Y es por eso que el paradigma de la Escuela Austriaca es tan importante, por la diferencia que representa desde el principio, ya que en última instancia, el único de los descubridores del valor marginal que se resistió consistentemente a reducir la racionalidad al mero calculo, manteniendo la visión del hombre como agente activo y creativo, en lugar de como mero maximizador matematizado, fue justamente Karl Menger. La diferencia entre la escuela austríaca y el resto de la llamada economía neoclásica, y por consecuencia del keynesianismo, neokeynesianismo y síntesis neoclásica, es nada menos que antropológica y epistemológica.
El propósito de la ciencia económica es explicar los procesos económicos que ocurren en el marco del orden espontaneo de la civilización —sin dicho orden no habría fenómenos de intercambio voluntario que explicar, ni capacidad de abstracción y razonamiento lógico para explicar nada de lo poco que existiría en cuanto a producción y consumo— y la civilización en que vivimos, la sociedad misma en cualquier estadio y tiempo no han sido previstas ni planeadas por los individuos de cuyas interacciones emergen, principalmente porque únicamente tienen un conocimiento limitado, disperso y en gran parte intransmisible que sería imposible centralizar. Algo hasta cierto punto conocido, cuando menos en el derecho, desde la antigüedad, pues como señaló Cicerón:
“…nuestra república romana no se debe a la creación personal de un hombre, sino de muchos. No ha sido fundada durante la vida de un individuo particular, sino a través de una serie de siglos y generaciones. Porque no ha habido nunca en el mundo un hombre tan inteligente como para preverlo todo, e incluso si pudiéramos concentrar todos los cerebros en la cabeza de un mismo hombre, le sería a éste imposible tener en cuenta todo al mismo tiempo, sin haber acumulado la experiencia que se deriva de la práctica en el transcurso de un largo periodo de la historia”.
Tal visión del orden espontaneo de la sociedad humana ya prefigura la imposibilidad de la planificación central del orden social. Fue el paradigma austríaco en la ciencia económica el que se adentró tempranamente –desde Menger a Hayek– en la explicación de los fenómenos económicos como parte del orden espontaneo. Permítanme resumirlo en cinco puntos claves:
1. El carácter disperso, circunstancial, tácito y efímero —y frecuentemente intransmisible— de gran parte de la información crítica para la armonía del orden espontaneo, hace imposible que el orden de la civilización responda al propósito racional del hombre, en la medida que éste está sujeto a tal irresoluble limitación en su conocimiento.
2. El ser humano está dotado de ciertas capacidades innatas por las que las conjeturas universales serán anteriores de algún tipo de observación inductiva previa; pero en la medida que tales conjeturas son a su vez resultados emergentes de la evolución, de la que también han resultado ciertas disposiciones innatas de acción que nos permiten alcanzar conjeturas intelectualmente elaboradas, para actuar en un mundo cuya esencia nos es desconocida.
3. El ordenamiento espontaneo, por selección competitiva en el largo plazo, de sistemas evolutivos interdependientes en una compleja civilización en ampliación, ocurre mediante la selección evolutiva de resultados intersubjetivos involuntarios de innumerables acciones individuales.
4. Tal orden espontaneo es completamente ajeno a la categoría de finalidad; ésta es exclusiva del orden deliberado mediante el cual, haciendo uso de las ventajas que proporciona la inserción en el orden espontaneo de la civilización, los individuos son capaces de crear nuevo conocimiento y tecnología.
5. Son las disposiciones innatas de conducta de las que nacen las habilidades abstractas la causa de que individuos con conocimiento limitado y disperso del proceso intersubjetivo sean los involuntarios agentes de ese orden en el cual se interrelacionan y coordinan infinidad de cambiantes informaciones que resultan por su propia naturaleza incognoscibles e inabarcables para quien pretendiera planear integral y deliberadamente un orden social “racional”, que sin tal información completa resulta a largo plazo inviable.