Del mundo imaginario de las fabulas en que los animales —y los insectos— hablan, se visten, viven en casas, trabajan en granjas y fabricas, tienen comercio y gobiernos, como los humanos del mundo real, recordemos la de la hormiga trabajadora y la cigarra holgazana. Porque la historia no terminó ahí. Y lo que siguió es una gran fabula de hormigas, cigarras —y langostas— en la que pasaron muchas otras cosas —y mucho peores— poco tiempo después del de la fábula que conocemos.
Las hormigas de estas fábulas eran granjeras, artesanas, comerciantes, obreras y empresarias. Incluso había hormigas políticas. Pero las hormigas políticas eran pocas. Y existían porque las hormigas pagaban sus impuestos. Y votaban para elegir gobernantes. Todas las hormigas eran trabajadoras y ahorrativas. Todas guardaban para mantener alimentadas y calientes a sus familias en el invierno.
Todas respetaban a sus vecinos y cumplían fielmente sus acuerdos, en los negocios y los asuntos públicos. Ninguna hubiera votado por una hormiga holgazana. Por lo que las que las hormigas políticas lucían muy atareadas siempre.
Pero estas hormigas no eran iguales. Aunque en algún sentido lo eran más que las que conocemos. La que desde el capullo son obreras o soldados, reinas o zánganos. Estas eran todas muy similares desde el capullo. E iguales en derechos y obligaciones de adultas. Pero no en preferencias ni en resultados. Todas eran —o procuraban ser— igualmente modestas, industriosas, ahorrativas y decentes. Respetaban religiosamente la propiedad. Cumplían escrupulosamente sus acuerdos. Se dedicaban a sus propios asuntos, evitando entrometerse en los ajenos. Y vivían en paz.
Las cigarras eran muy diferentes. Holgazanas, deshonestas y escandalosas. Aunque eran pobres sus vidas eran una fiesta. Viviendo de lo poco que la naturaleza les ofrecía sin esfuerzo y de pequeños timos, eran felices. Hasta el invierno. En invierno recurrían a las hormigas en busca de lo no habían ahorrado en verano. Mendigaban. Robaban. Y la mayoría moría de hambre y frío. Cada primavera las escasas cigarras sobrevivientes reiniciaban su fiesta sin fin. Y cada invierno sus filas se reducían hasta casi desaparecer. Así que las cigarras eran pocas.
Las hormigas no entendían a las cigarras. Les molestaba que tras holgazanear todo el año, corrieran a pedirles a ellas, que tanto habían trabajado y ahorrado, alimento y refugio en invierno. Y las dejaban a su suerte. Suerte que habían sellado con su holgazanería. Pero las hormigas, como había comentado, aunque muy parecidas en virtudes y costumbres, no eran iguales. Unas eran granjeras y otras artesanas.
Unas comerciantes y otras empresarias. Y hasta políticas. Eran diferentes en ocupaciones. Y en resultados. Algunas hormigas granjeras obtenían más y mejores cosechas que otras. Algunas hormigas comerciantes hacían mejores tratos que otras. Ciertas hormigas empresarias se enriquecían con inversiones innovadoras, que toda hormiga admiraba. Otras se arruinaban en malos negocios.
Pero las hormigas, pese a lo que algún intelectual socialista concluyó de la fabula original, no eran crueles, ni carecían de solidaridad. Toda hormiga ayudaría a otra hormiga en desgracia. Y ninguna hormiga dejaría de pagar como deuda de honor mañana, lo que por caridad le dieran hoy.
Pero algunas hormigas que habían amasado fortunas notables encontraron divertidas a las cigarras. Y se lamentaron por su triste destino en invierno. Dieron alimento a refugio a las cigarras, que tras sobrevivir al invierno por su generosidad, las envidiaban y odiaban más que a las hormigas comunes que nada les daban.
Las langostas, que ocasionalmente llegaban, saqueando y destruyendo. Llegaron y se detuvieron a observar un mundo había cambiado. Había más cigarras que nunca. Y más riqueza. Las hormigas que tenían menos resentían que las hormigas que tenían más mantuvieran a las holgazanas cigarras. Y las cigarras envidiosas odiaban a las hormigas que las alimentaban. Las langostas, en lugar de lanzarse al saqueo, hablaron con las hormigas trabajadoras y les dijeron que las hormigas ricas las explotaban.
Que había hormigas pobres porque había hormigas ricas. Y pobres se sintieron como no se habían sentido nunca hasta que las langostas les enseñaron a comparar su riqueza con las sus vecinos. En lugar de con la de ellas mismas en el pasado, como habían hecho siempre. Así les enseñaron las langostas a las hormigas a envidiarse unas a otras. Y quedaron muy satisfechas de su discurso.
Hablaron también con las cigarras, que ahora eran muchas. Les dijeron que eran víctimas del racismo de todas las hormigas. Y de las explotación de las hormigas más ricas. Que tenían derecho a vivir como las hormigas, sin trabajar como las hormigas. Que de cada necesidad nace un derecho. Y que el injusto y desigual mundo de la hormiga caería con la gran revolución de las justicieras langostas. Y quedaron todavía más satisfechas de ese discurso. Finalmente hablaron con las hormigas ricas.
Les dijeron que las hormigas pobres las envidiaban y las cigarras desagradecidas las odiaban. Que las hormigas políticas eran débiles e incapaces de defenderlas de multitudes que, tarde o temprano, las atacarían para robarles sus riquezas. Que únicamente las langostas, dotadas de fuerza —y ferocidad— que todos temían podrían protegerlas ese día. Y quedaron tan satisfechas de ese último discurso como para dar confiadas el siguiente paso de su plan.
Llegaron las elecciones. Las langostas presentaron sus candidaturas. Y arrasaron. Las hormigas ricas financiaron sus campañas. Las hormigas que ahora se consideraban a sí mismas pobres, las votaron en masa. Y las cigarras sellaron su triunfo con canciones y fiestas. Y también aportaron sus votos porque ahora eran muchas.
Las langostas tomaron el poder. Expropiaron la propiedad de las hormigas ricas. Cargaron de impuestos al resto forzándolas a trabajar cada vez más, para retener cada vez menos. Encerraron a las cigarras en campos de trabajos forzados, pero por más que se esforzaban con sus látigos, no lograron que produjesen más de lo que consumían para no morir. Y cansadas de las cigarras, las fumigaron con insecticida.