Años atrás tuve un interesante debate en el muro de Facebook de un amigo, conservador en el sentido europeo —diferente al estadounidense— liberal en economía, nuevamente en sentido europeo o hispanoamericano —opuesto al estadounidense— sobre un tema polémico.
Uno que por polémico, e importante, se discute frecuentemente des posiciones —y expresiones— groseras. Rara en redes sociales la altura con que debatimos aquella vez. Mi amigo, cuyo conocimiento de geopolítica, de la civilización occidental y los peligros internos y externos que enfrenta, no era menor que el mío, argumentaba desde solidas e intelectualmente honestas posiciones morales, filosóficas políticas; yo desde solidas e intelectualmente honestas posiciones morales, económicas y políticas.
La sutileza, amplitud y respeto mutuo con el que debatimos nos obligó a analizar atentamente lo del otro y revisar lo propio. Me hizo dudar de partes importantes de mis argumentos y me convenció de algunos de los suyos. Y viceversa. Y admito que ninguno de los dos alcanzamos tal nivel siempre.
Después, considerando valioso lo que habíamos dejado escrito, decidí copiarlo y eliminar comentarios de terceros para luego investigar al detalle fuentes que habíamos citado de memoria, con otras deducibles de la terminología y líneas de razonamiento, para reorganizar y ampliar por mi cuenta las posiciones enfrentadas.
Sería un ensayo interesante. O mejor un capitulo de un libro en que todavía trabajo. Mi argumento de teoría económica soportaba al resto de mi posición. Y en teoría económica era —y sigue siendo— indiscutible. Eso dio la impresión a la “ruidosa galería” que había yo aplastado al contendiente del debate.
No fue así. Un jurado de debate académico competitivo me habría declarado ganador por escasa diferencia. El público, votando al estilo de Oxford también. Pero no por abrumadora diferencia. Me hizo dudar de parte de mis argumentos y me convenció, de alguno de los suyos. El resultado no podía objetivamente era aplastante.
Pero no copié el hilo de inmediato. Estaba ahí, disponible en su muro, lo dejé para otro momento. Y mi amigo lo borró todo. Supongo que se arrepintió luego. Pero se perdió lo escrito. No lo discutiría con él, entonces o ahora. Y mi memoria no es eidética. No recordaba cada sutileza argumentada.
El capitulo jamás se escribió, ni se escribirá como pudo haber sido. Y mantenemos una amistad personal con mutuamente enriquecedor intercambio intelectual. Cuento la anécdota, de final mitad infeliz por lo que se perdió, el texto. Mitad feliz por lo que se conservó, la amistad. Porque si hubiéramos sido otros, incluso con las mismas ideas, formación e información, de quiénes éramos y en este sentido seguimos siendo, hubiera terminado con una amistad rota —temporal o permanentemente— tras una discusión airada e inutil.
Eso ocurre con frecuencia desalentador. No es culpa de Facebook. O de quienes con groseros comentarios fanáticos hacen toxicas las redes para quienes no tienen la inteligencia de ignorarlos, o la habilidad de ridiculizarlos, cuando pierden tiempo respondiéndoles. Los culpables son quienes pelean por nada. Y pro arrogancia rompen amistades.
¿A qué viene ésta anécdota? Sin obvia relación con el título. Pues a que, aunque la anécdota es detalladamente verídica —tristemente verídica por no copiarlo todo de inmediato— últimamente he revisitado al viejo género de la fabula con moraleja moral. Y esa anécdota se podría usar en tal género.
La relación con el titulo está en la moraleja del asunto. Y el asunto es que tal como existe socialismo en sentido amplio que hoy mayoría es mayoría en casi todo del globo —en el sentido más amplio de socialismo, es mayoría en el conservador, de sus dogmas, creencias y costumbres, mundo islámico—. Y está por verse si ya lo es, o lo pudiera ser mañana, en los EE. UU. Pues también hay liberalismo —en sentido europeo, o hispanoamericano del término, que es el opuesto a lo que liberal significa en los EE. UU.— en sentido amplio.
Los socialistas en sentido amplio, pese a las desventajas —para cooperar en paz, no para cualquier fin— de basar su moral en la justificación de la envidia y su ética en una sofisticado disfraz de la más primitiva xenofobia —la pre civilizada de minúsculos grupos colectivistas del tribalismo ancestral del temprano homo sapiens— y en tal sentido depender, en todo, de dos malignos atavismo ancestrales que justifican su doble moral —y sus prácticas criminales— manejan y solucionan mucho mejor que nosotros sus diferencias internas.
Lo que no deja resultar sorprendente, cuando los nodos claves de sus redes y sus fuerzas totalitarias en el poder, los dirimen mediante hachazos en la cabeza, o algo similar. El temor mutuo quizás los ayuda.
¿Por qué dedicamos los liberales más tiempo a pugnas internas por bizantinismos que pugnas con el enemigo real? ¿Por qué tantos liberales en sentido amplio son incapaces de reconocer las grandes amenazas a la libertad de los tiempos que vivimos, conociendo tan bien el pasoso, cercano o lejano? ¿Por qué nos atacamos ferozmente unos a otros, aunque compartimos principios fundamentales opuestos al maligno enemigo socialista? ¿Por qué tantos liberales son emocional, social e estéticamente atraídos por el brillo de oropel de ciertas élites del socialismo en sentido amplio?
Por arrogancia intelectual que da terca inmadurez emocional selectiva en personas, por lo demás, maduras. En otras palabras: Pataletas infantiles lastran al liberalismo en sentido amplio.
Anulan el principio sagrado de tolerancia que todos los liberales compartimos. Envenenan la posibilidad misma de esfuerzos comunes. Enajenan aliados que, sin ser liberales, nos son más cercanos que el enemigo, con el que incluso coqueteamos.
Desperdiciamos tiempo en eso en lugar de pensar, ampliar y comunicar el liberalismo, para ser más y mejores mañana que hoy. Es el problema fundamental del liberalismo en sentido amplio. El que mi amigo y yo, logramos esquivar aquella vez. Es el pecado —o la irracionalidad, si es usted ateo— que está matando el alma —o la conciencia moral, si es usted ateo— del liberalismo en sentido amplio. Nos guste o no.