Las redes sociales son clave en nuestras vidas —especialmente en las de usuarios jóvenes— y tema de grandes polémicas por dos motivos:
- Filtran la información que la mayoría recibe sobre su propia sociedad y el mundo. Y con ello son la mayor influencia sobre la política en democracias, autoritarismos y totalitarismos. De hecho el mayor totalitarismo contemporáneo prohíbe las redes sociales externas y fomentan las propias.
- Muestran efectos negativos inesperados en la autoestima y madurez de los más jóvenes.
Sus múltiples —y no completamente claros— efectos en cultura, política —y madurez emocional de los jóvenes— se estudian y discuten mucho. Pero están en juego principios fundamentales y efectos críticos sobre el poder. Eso envenena la discusión dificultando separar el trigo de la paja.
Efectos no intencionados
Estamos tropezando con una realidad del complejo orden espontaneo evolutivo de la sociedad civilizada. Efectos no intencionados generalmente impredecibles de acciones humanas. Lo que cada agente hace, persiguiendo sus propios fines, además de lograr —o no— efectos esperados, ocasiona otros —buenos y malos— no intencionados e imprevisibles.
De las redes sociales obtenemos tanto y de tal valor subjetivo, que hoy nos resultan indispensables. Del que sean medio para diversos fines de infinidad de usuarios depende el éxito empresarial de sus creadores. Hasta ahí, todo bien. Empresas en competencia ofrecen un medio eficiente para diversos fines subjetivos. Enriqueciéndose en el proceso.
Pero existen consecuencias no intencionadas. Sesgos ideológicos y atavismos ancestrales. Y luchas por poder e influencia de diversas agendas.
Con la información, los efectos no intencionados siempre resultaran polémicos. Incluso efectos intencionados beneficiosos de las redes son polémicos para más de una agenda de poder.
Lo que las redes sociales no son
Las empresas de redes sociales no son monopolios. Ni son agentes exclusivamente positivos de avance. No son monopolios porque la parte de la teoría del monopolio de red: a grandes rasgos, que en un servicio en red las ventajas para cada usuario dependen del número total de usuarios y el valor de éstas empresas depende críticamente del número de usuarios es cierta, para redes sociales y otros productos y servicios.
La falsa es que alcanzar un número elevado de usuarios de a una red la posición de monopolio natural. Primero, porque la teoría del monopolio natural es inconsistente en el mundo real. Y segundo porque:
- Ni cobran imponen de monopolio.
- Ni impiden la entrada de competidores al mercado.
La mejor investigación del asunto examinó el supuesto monopolio natural de la hoy olvidada red Myspace. Tenía 75 millones de usuarios. Al alcance de aquella internet era muchísimo.
Concluyeron que la inutilidad para el usuario de ingresar a una nueva red en la que no estarían los miembros de su red de contactos, impediría toda posible competencia. Las únicas redes adicionales viables no serían competencia para Myspace, decían, sino limitadas a nichos. Y cubriendo la mayoría del nicho lograrían el monopolio natural del nicho. Surgieron, Facebook, Twitter, Youtube, etc. Olvidaron Myspace y con deshonestidad intelectual repiten lo mismo de los competidores que la desplazaron. Lo mismo decían de la telefonía y otros supuestos monopolios naturales inquebrantables, rotos por cambios económicos y tecnológicos.
Lo que sí son
Internet surgió en EE. UU. y sin detallar su historia —interesante y reveladora— un momento clave de su evolución fueron las leyes y regulaciones que la hicieron plataforma para negocios. Pocos recuerdan que casi todo lo que hacemos en internet estaba prohibido.
La administración Clinton —con consenso bipartidista— abrió realmente a negocios la tecnología que permitiría una economía digital. Ahí empezó el nuevo marco legal —y regulatorio— de la economía digital como actividad no criminal. Y en tal marco surgieron leyes y regulaciones para lo que denominamos redes sociales.
Y la mayoría de los problemas con estas redes sociales son consecuencias no intencionadas de tales leyes y regulaciones. Las consideran plataformas neutrales sin responsabilidad editorial por el contenido —sonaba razonable, el contenido lo crean usuarios— pero llegó a privilegio para evadir responsabilidad editorial por filtrar información para sus propias líneas editoriales.
Se suponen plataformas estrictamente neutrales del negocio de la información, sin responsabilidad editorial. Suena bien, excepto por la difusión de información antisocial o criminal. Y de desinformación —no solo política— en redes.
La efectividad del algoritmo para el negocio es identificar y ofrecer al usuario solo lo que le interesa. Nada más. Cuando grupos de usuarios —y el usuario promedio— prefieren mala información —y desinformación— confirmando sus sesgos y prejuicios, crean aisladas burbujas de prejuicios enfrentados. Es la paradoja de las redes. Y responsabilidad de usuarios mas que de empresas. Aunque es demagógicamente útil afirmar lo contrario.
Censura en la red
La paradoja origina los efectos negativos que discutimos. Pero otros son los pecados de estas redes. Las redes no son plataformas neutrales ni intentan serlo, excepto bajo presión política contra su privilegio clave.
Tienen línea editorial activa, sobre la neutralidad, que daría exclusivamente líneas diversas automáticas de usuarios, favorecen su propia agenda ideológica y política. Censuran y debilitan otras. Y han facilitado a terceros —por acción u omisión— información de usuarios. Y herramientas de desinformación peligrosas en cualquier democracia. Que sepamos, hasta ahora por accidente. Pero intencionalmente incumplen su obligación de neutralidad. Son editores sin responsabilidad editorial.
La mayoría de problemas que —junto a enormes beneficios— traen estas redes sociales no tienen soluciones fáciles. Cambiar la regulación, ajustándola por experiencia, es tan necesario como peligroso. Pero que sean plataformas neutrales resulta ya una condición sine qua non de una democracia republicana y liberal. Ahí hay solución:
- Obligarlas a ser plataformas neutrales, sometiéndolas a responsabilidad editorial cuando violan la neutralidad.
- Asumir que los efectos negativos de la neutralidad —existen, pero son menores a los de tener poderosos editores irresponsables censurando e impulsando a unos u otros en la principal vía de acceso a las noticias— no serían responsabilidad de redes realmente neutrales. Sino de usuarios. Y las excepciones —que serán necesarias— deberán establecerlas tribunales independientes
Nos guste o no.