Toda crisis es en algún sentido una oportunidad y toda oportunidad contiene algún elemento de crisis. Pero el asunto es que las crisis suelen implicar oportunidades muy diferentes para unos u otros fines, que beneficiarían a unos u otros actores.
Una crisis que ocultó otra
Al inicio del 2020 la Unión Europea atravesaba una crisis que sus líderes políticos e intelectuales tendían a minimizar. La popularidad de los principales líderes políticos de la Unión y la de la euro-burocracia de Bruselas nunca había sido tan baja. El impacto del Brexit en el nuevo presupuesto a largo plazo era una bomba de tiempo que junto a la crónica debilidad financiera de la economía italiana ponía en riesgo el futuro del euro como divisa internacional. Y la viabilidad misma de la Unión como proyecto político transnacional.
La pandemia del virus de Wuhan —al que una OMS cómplice de Beijing oficialmente denomina COVID 19— fue devastadora en las economías europeas, especialmente en las más débiles, pero también ofreció oportunidades políticas y económicas —desperdiciadas completamente— para enfrentar lo que estaba lastrando la economía de la Eurozona. Y poniendo en riego al propio Euro. Lo que mejoró fue la imagen de los líderes políticos, una Angela Merkel con baja popularidad signada por su pésimo manejo de la crisis de refugiados norafricanos y de los conflictos que la imposibilidad de su inserción rápida en el aparato productivo —empeorados por su rechazo a los usos y costumbres de la Europa contemporánea—, subió a corto plazo por el contraste entre su razonablemente efectiva gestión de la pandemia, ante los fracasos de sus vecinos. Emmanuel Macron, caudillo del proteccionismo europeo bajo el disfraz de ecologista y centro liberal, tuvo una lenta y mala respuesta a la Pandemia, pero incluso así se vio favorecido por la reducción de movilizaciones contra su gobierno. Y muchos otros políticos europeos han logrado hacer buena publicidad de sus manejos mediocres de la crisis, mientras el grueso de la prensa y la intelectualidad se niega a sacar las más obvias conclusiones sobre la incapacidad y torpeza de los Estados del bienestar nacionales. Y la inoperatividad de las instituciones comunitarias ante un desafío serio.
La alianza franco-alemana
El hecho es que se ha reforzado la hasta ayer frágil alianza franco-alemana en su acuerdo por la peor respuesta presupuestaria a la crisis, con lo que el proteccionismo y burocratismo inmovilista signan el futuro de la Unión. Berlín y París sacaron adelante un acuerdo de 750 mil millones de euros en préstamos, mientras concedían a los “cuatro frugales” —Austria, Dinamarca, Suecia y los Países Bajos— reducir la proporción de ayudas a fondo perdido versus préstamos en el total del paquete. Y un controvertido presupuesto a largo plazo se aprobó sin ajustes indispensables. El presupuesto proclama que se cubrirán milagrosamente los agujeros presupuestarios que deja el Brexit. Y la presión de Austria, Dinamarca, Suecia y Holanda por recortes reales del gasto comunitario y un presupuesto realmente viable cesaron al garantizárseles descuentos en sus contribuciones.
Esto se anunció como un gran avance del proyecto europeo, pero es difícil que más, y de hecho, mucho más de lo mismo que ya antes ponía en riesgo el futuro del Euro y la viabilidad de la Unión sea un avance. El historial de abuso, corruptelas, y refuerzo de vicios político clientelares entre los previos beneficiarios de grandes paquetes de préstamos —y limosnas para políticos— con fondos de Bruselas anunciaba lo que veremos ahora multiplicado. Pero la urgencia de la crisis política sirvió de cortina de humo a políticos, burócratas y grupos de interés. Temporada abierta de caza mayor de rentas.
Un eufórico Macron afirmó que estábamos en “el momento más importante en la vida de nuestra Europa desde la creación del euro” cuando lo que celebra pone en riesgo al propio Euro como nunca antes desde su creación. Europa tienen una unión monetaria sin unión fiscal, y los eurócratas se prometen que el mega-fondo de rescate forzará —de una u otra forma— la unión fiscal que transformaría a la UE en una unión de transferencia, lo que creen que llevaría finalmente a unos Estados Unidos de Europa. Que eso sea deseable realmente es hoy más dudoso que nunca. Que sea posible es poco probable. Lo probable es que la eurozona quede atrapada en agrios enfrentamientos políticos, crecientes conflictos y cada vez mayores desacuerdos sobre el significado y el detalle de lo tan apresuradamente acordado.
Incertidumbre y preferencia temporal
El mayor impacto del fondo de rescate no será otro que el de ocultar problemas estructurales cada vez más serios. Los países menos productivos evitarán ajustes necesarios y reforzarán el clientelismo. Las presiones por más proteccionismo, que hacen feliz a Macron, se verán reforzadas; también las burocracias, regulaciones y las transferencias clientelares a empresas y personas, fortaleciendo la influencia de grupos de presión a la caza de esas rentas. Como en la sinceramente absurda metáfora de Keynes, se trata de pagar a unos para que caven agujeros en la mañana y a otros para llenarlos en la tarde con la esperanza de que lo que gasten en la noche ponga fin a una recesión sin atacar lo que la ocasionó, pues eso y no otra cosa es “impulsar la demanda”. Dudoso especialmente en un escenario de incertidumbre en que en lugar de impulsar la demanda ese gasto tendería a satisfacer la necesidad de contar con más fondos de reserva ante la incertidumbre, lo que obviamente no es gasto pero tampoco ahorro, propiamente dicho.
Y como veremos en la próxima entrega, ya que los líderes de la UE usaron la crisis como una oportunidad clientelar a escala masiva, fortaleciendo a corto plazo a políticos, burócratas y grupos de intereses concentrados, el paquete de rescate aumentará la ya excesiva burocracia y regulación, al tiempo que debilitará la competitividad empresarial europea. Y el resultado político a largo plazo difícilmente será otro que cada vez más euroescepticismo.