Para los resultados a la vista es irrelevante si la pandemia del virus chino se inició cuando el mismo saltó de anfitrión mediante la cadena alimenticia, por una sopa murciélago en un mercado de Wuhan. O salió de un laboratorio de armas bacteriológicas. Accidental o intencionalmente. Pocos son los casos en que tras teorías aparentemente conspirativas y muy alucinantes hay algo de verdad. Pero sea o no este uno de esos escasos casos, los efectos son los mismos. Y los motivos por los que la pandemia no fue contenida en origen, extendiéndose por China y el mundo, también son los mismos.
Pandemia, censura y desinformación
Hoy vemos un esfuerzo de agitprop gigantesco del totalitarismo socialista chino para ocultar su criminal responsabilidad en la pandemia. Esfuerzo de desinformación ampliamente apoyado —abierta o veladamente— por la casi totalidad socialismo en sentido amplio de occidente.
Pero la realidad de los hechos y su cronología siguen siendo ampliamente conocidas. El virus aparece y comienza a extenderse en Wuhan, dónde médicos chinos dan la alarma y advierten que se transmite de persona a persona. Las autoridades chinas lo niegan, censuran y persiguen a quienes advierten el peligro, prohíben las más elementales medidas de contención, y ordenan a su genocida mascota en la OMS que difunda globalmente la desinformación del Partido Comunista chino como “verdad científica”. Esa, más que cualquier otra, la causa de la extensión del virus por china y el mundo entero. La responsabilidad criminal del totalitarismo socialista encabezado por Xi Jinping y la complicidad de una OMS encabezada por Tedros Adhanom están a la vista. Nos guste o no.
Por qué la inteligencia occidental falló miserablemente
Pero la pregunta que no nos estamos haciendo sería: ¿Cómo y por qué los servicios de inteligencia occidentales no vieron y advirtieron la amenaza a tiempo?
No sabemos, y tardaremos muchas décadas en conocer hechos relevantes al interior de los servicios de inteligencia. Hay ahí secretos en reserva legal por motivos legítimos. Con el desafortunado pero inevitable efecto de ocultar los errores de una parte vital de los gobiernos del escrutinio oportuno de los gobernados. Pero podemos analizar desde lo que conocemos:
- Existía información sobre la epidemia y su naturaleza que se difundió por fuentes calificadas desde el primer momento.
- Los esfuerzos de censura y desinformación del totalitarismo socialista chino siguieron la conocida mecánica de ocultar fallas, errores y debilidades, sin importar el costo.
- Tedros es un criminal genocida al servicio del totalitarismo socialista Chino, que logró imponerlo como presidente de la OMS para manejar esa agencia de la ONU como herramienta al servicio de sus intereses geopolíticos e ideológicos.
- La temprana alarma, censurada y perseguida en China, fue escuchada en Taiwán dónde antes y mejor se respondió a la emergencia de la pandemia.
Los servicios de inteligencia occidentales no vieron la amenaza frente a sus narices a tiempo. O sí la advirtieron pero no fueron escuchados por los responsables políticos. No lo sabemos y no lo sabremos en mucho tiempo. Pero en democracias occidentales, el segundo caso es menos probable. De haberse identificado y señalado la grave amenaza —partiendo de información que era pública y notoria desde el primer momento. Y sabiendo lo que la inteligencia occidental no puede dejar de conocer sobre usos y costumbres del totalitarismo socialista en censura y desinformación— y no haber sido escuchados por los responsables políticos de turno, es difícil que las filtraciones políticas no ocurrieran y fueran aprovechadas por fuerzas de oposición en el juego político democrático.
El peso de la ideología
El caso es que ni los servicios de inteligencia, ni la prensa libre de occidente vieron lo que estaba ante sus ojos. Y occidente reaccionó tarde. La desinformación china apoyada por la OMS garantizó que una epidemia local se transformara en pandemia global. La intelectualidad, prensa y fuerzas políticas del socialismo en sentido amplio en occidente fueron amplia y mal disimuladamente cómplices del crimen.
Rara vez consideramos los efectos de la hegemonía cultural del socialismo en sentido amplio sobre las democracias occidentales y cómo influye sobre todos los aspectos de sus gobiernos. No es una teoría conspirativa, es un hecho a la vista de todos, entre cuyos efectos está el que buena parte de las comunidades de inteligencia —y casi toda la prensa libre— de occidente simplemente no comprendan al enemigo totalitario que enfrentan porque la cultura de la que inevitablemente forman parte está a su servicio.
La insurrección ignorada
¿Fue un caso aislado o parte de una tendencia? Es decir, quienes fallaron en advertir la amenaza de la pandemia y adelantar mucho más tempranamente una respuesta más efectiva, fallaron también, por los mismos motivos, en identificar otras amenazas desarrollándose ante sus ojos. Se negaron acaso a ver lo evidente en diferentes amenazas, cuando lo que lo único en común fue que la venda en sus ojos —junto a la sorpresa, y la tardía, confusa e inicialmente inefectiva reacción— únicamente se pueda atribuir a la amplia y difusa hegemonía cultural del socialismo en sentido amplio.
Pues sí. Porque entender los esfuerzos insurreccionales dirigidos por fuerzas de ultraizquierda en todo este hemisferio lo único que requería era estudiar las teorías y tácticas de la ultraizquierda neomarxista. No las ocultan, las publican. Y si ocultan, a medias a decir verdad, los esfuerzos de coordinación internacional en la acción que va de la desobediencia a la insurrección. Y pasa por la crisis y el terror como una forma de gobierno en la sombra, mediante la dinámica de la falsa negociación y la crisis recurrente bajo sucesivas excusas. No sería difícil para servicios de inteligencia alerta identificar las conexiones entre teorías, tácticas y agentes de esfuerzos insurreccionales tan abiertos. Pero no, eso tampoco lo vieron, no hasta que estalló ante sus asombradas caras, de Santiago a Washington. Algo les impide ver lo que deben ver. Y los neutraliza en su función para la protección de la república.