Creo que nunca antes había titulado una columna con una obviedad tan simple, pero lo obvio tendemos a pasarlo por alto. Los enemigos de la libertad están ganando la guerra por el control de la opinión, así neutralizan sus derrotas políticas y culturales de corto plazo. El futuro, que todavía no se ha creado, por ahora les pertenece. Les pertenece porque el futuro del orden espontáneo de la sociedad a gran escala, de la civilización misma, se forma ante todo en el campo de las ideas, de las creencias devenidas en usos y costumbres, de los valores institucionalizados a largo plazo. Ahí, juegan solos. Que el futuro pertenezca a los socialistas, en última instancia, significa que la civilización no tiene futuro alguno.
Si bien el propio orden espontáneo favorece aquellas ideas y valores que producen libertad y prosperidad, eso se limita a la emulación por el éxito material de las sociedades que las adoptan. Las malas ideas se imponen sobre sociedades prósperas y libres cuando los hombres rechazan emocionalmente la relación causal entre los valores e instituciones que les dieron libertad y prosperidad y sus efectos. Cuando se empeñen en extirpar la causa creyendo que seguirán disfrutando el efecto. Así se hundirán en la miseria hasta el colapso del infierno que crearon para sí mismo y sus descendientes. E incluso entonces, nada garantiza que encuentren nuevamente la vía para retomar la paz y la prosperidad. Ese es el problema de largo plazo.
El poder de la mentira
El socialismo es un anhelo atávico de retorno a los valores tribales más primitivos de las etapas más tempranas del orden social de nuestra especie. Y únicamente en tales miserables condiciones puede mantenerse a largo plazo. Pero los socialistas tienen astutas tácticas para evadir ese hecho. Negarlo sin cesar. El socialismo es un error de hecho sobre la forma en que la información que permite la existencia misma de la sociedad a gran escala surge y se difunde en aquella. Negarlo es fácil porque se trata de una realidad contra-intuitiva en procesos de muy largo plazo.
Todo intento de imponer el socialismo lo proclamarán heroico, nuevo y jamás antes visto avance de la civilización hacia la liberación. Felicidad ilimitada y futuro brillante. Y cada intento lo proclaman éxito indetenible y glorioso. Niegan sus miserias, magnifican sus limitados éxitos y le inventan los que nunca llegó a tener. Niegan con desesperación la verdad sobre cada infierno socialista y persiguen a quienes la revelan. Cada intento socialista se declara un nuevo paraíso en construcción. Pero nada de aquello llegó ni llegará jamás. En su lugar, siempre llegaron y llegarán, en mayor o menor grado, miseria material y moral por la fuerza de la fanática intolerancia. Y tras aquellas, tarde o temprano, la derrota o el colapso.
Tras cada caída se aferran los socialistas a negar que aquello que apenas ayer aplaudieron sin límites fuera realmente socialismo, reservando el sagrado calificativo para cualquier otra nueva utopía más o menos criminal. Una y otra vez, siempre lo mismo, siempre nuevo y siempre falso.
El socialismo juega a largo plazo
A largo plazo, todo socialismo está condenado al colapso porque la economía socialista es materialmente inviable en una sociedad a gran escala. Pero la idea sobrevive a la realidad de su inevitable fracaso. Como ave fénix renace una y otras vez, no de sus propias cenizas sino de las de sus millones de víctimas inocentes. Una idea condenada a largo plazo por la realidad misma subsiste como una mentira de largo plazo en las mentes de una generación tras otra.
El fanatismo y la irracionalidad tras el anhelo y la brutalidad que todo socialismo implica, en mayor o menor grado, se inician en la manipulación del resentimiento y se completan con una retorcida fe en el mal trastocado falazmente en bien supremo. La peor maldad está protegida por su propia magnitud. Rechazamos ingenuamente que un mal tan terrible sea lo que está tras quienes no cesan de declararse infinitamente humanitarios. Rechazamos que las peores bestialidades del totalitarismo las infrinjan a sus víctimas, principalmente personas comunes y corrientes, indistinguibles de nosotros. Pero la realidad nos demuestra con la misma tenacidad que negamos lo equivocados que estamos.
El terreno de un mal sin enemigos
En al menos 20 de los 22 años que el socialismo filocastrista ha regido y destruido mi país, no he dejado de escuchar a quienes pretenden desplazarlo del poder que el largo plazo no importa, que lo urgente es atacar al poder destructor sin tocar sus ideas. En parte es porque las comparten en mayor o menor grado. Pero más porque en el largo plazo no pueden esperar cosechar los frutos de una victoria a la que no asistirían. Así terminan por vivir de las migajas de un poder destructor que les manipula como tontos útiles.
Venezuela es apenas un ejemplo. Veinte años de éxito enemigo en los que a largo plazo el poder totalitario se ha consolidado sobre las ruinas de la destrucción que causó, esa que reclaman los que afirman combatirlo como causa de la urgencia para no ver siquiera el largo plazo. Es una tragedia que nadie, o casi nadie, quiera o pueda enfrentar a los socialistas en sus esfuerzos de largo en el campo de las ideas y creencias. Eso les garantiza neutralizar todas sus derrotas a corto plazo y retomar una y otra vez el camino hacia la miseria material y moral.
Así seguiremos hasta que enfrentemos y derrotemos al mal, ahí donde se decide un futuro que no llegaremos a ver. Ellos luchan ahí porque se creen equivocadamente dueños de un futuro brillante en realidad jamás llegará. Nosotros deberíamos hacerlo también porque sabemos que su inevitable fracaso y colapso futuro no nos garantiza que no se repita el ciclo infernal del socialismo, una y otra vez.