Que tantos den por hecho –y en tal sentido por dado e indestructible– aquello de lo que depende su nivel de vida –y en última instancia su propia supervivencia– y que sea algo en realidad tan frágil y novedoso en el largo plazo de nuestra especie como para que fuera obvio que su existencia requiere mantener, profundizar y extender valores, usos, costumbres e instituciones de y con las que emergió, y sin las que dejaría de existir, es la paradoja suprema de la civilización. La civilización como proceso no es otra cosa que el surgimiento, desarrollo y expansión de la libertad individual en sociedades que institucionalizaron la propia individualidad que es condición sine qua non de la diversidad que asegura el crecimiento material y moral del hombre.
Aunque en la mayor parte del mundo disfrutemos hoy de más libertad que nunca antes en la historia humana, para cada vez mayor número de personas –y no olvidemos que mucha sangre se derramó para lograrlo– la humanidad en lugar de buscarla, está siendo empujada a ella, muy en contra del anhelo mayoritario. Como he dicho muchas veces, lo cierto es que la mayoría de quienes hoy disfrutan la más amplia libertad que se ha conocido están empeñados en menoscabarla, consciente e inconscientemente, por acción y omisión.
Entre tanto, aquellos que de poca o ninguna libertad disfrutan, raras veces encuentran la inspiración –o la desesperación– para luchar por ella. Y cuando lo hacen, difícilmente logran otra cosa que el cambio de una tiranía por otra. Tenemos que admitir que, aunque la libertad sea uno de los mayores anhelos del hombre, otros igualmente poderosos en la propia naturaleza humana conspiran en su contra. Y para explicar en algo tal contradicción les propongo una ruta de reflexión intelectual.
Partimos de una paradoja. En el momento de la historia en que más libertad podemos decir que han disfrutado jamás mayor número de seres humanos, y siendo las sociedades con tal libertad mayormente democráticas, nuestras democracias parecieran orientarse fatalmente a menoscabar la libertad. Y es un hecho indiscutible hoy que el grueso de la intelectualidad está claramente orientado a combatirla, gran parte de los gobiernos del mundo a aplastarla, y la mayoría de la humanidad a oscilar entre la indiferencia y el servilismo.
Una primera clave sería la apropiación colectivista de la ética –en términos de sentido común elemental sobre la misma– lograda por los enemigos de la libertad mediante el mito moral del bien común como antítesis del bien individual. Es una falsa moral que da soporte a cualquier forma de constructivismo social porque, aunque es impracticable una ética derivada de tal módulo moral y sus resultados lo evidencian una y otra vez, en la medida que subsista un convencimiento moral erróneo, el impulso a una tras otra inviable reconstrucción constructivista del orden social será inmune a sus inevitables y recurrentes fracasos.
Partiendo de ahí, debemos revisar las teorías que han prevalecido en el socialismo post-soviético. Observando que la síntesis marxista neo-maltusiana es lo que todas comparten hoy, identificaremos fácilmente las similitudes entre el amplio marco del sincretismo religioso-cultural que sustenta las simpatías por tal socialismo “nuevo”. Es tan poco novedoso que no es sino la repetición con variaciones de terminología de variantes derrotadas y demonizadas por el socialismo prevaleciente el siglo pasado. Como explicó Hayek, el socialismo no es otra cosa que un error de hecho sobre la naturaleza dispersa, circunstancial, subjetiva e incluso efímera de la información que se ha de generar y emplear en la sociedad a gran escala. Eso es someramente la teoría evolutiva del orden social espontaneo y sus sistemas interdependientes. Destaquemos la evolución de la moral como uno de los sistemas de dicho orden, la reconstrucción conjetural de cuya evolución da luz a la coexistencia dentro de la sociedad a gran escala, con su módulo moral propio, de subsumidos órdenes correspondientes a las previas sociedades a menor escala, con su módulo moral correspondiente. Así es como podremos entender la la tensión ética de la coexistencia de dos morales antagónicas.
Es eso lo que nos permitirá explicar el atractivo de todo socialismo en un anhelo atávico por imponer el módulo moral más primitivo a la sociedad a gran escala. Entonces, y solo entonces, veremos que el rechazo al módulo atávico en sí, dificulta en lugar de facilitar la mejor comprensión de las contradicciones de la naturaleza humana en torno a su propia libertad. De incluirlo en dicha comprensión, derivamos la necesidad de asumir la realidad de su relativa vigencia, mediante su propia evolución como marco normativo de escenarios originarios de socialización, subsumidos en la gran sociedad y solapándose entre sí, lo que a su vez genera grupos intermedios y riqueza cultural indispensable para la subsistencia de la que civilización. Pero al desbordarse de su cauce, atacan la individualidad con colectivismos tribales primitivos, lo que mediante el Estado moderno llegará incluso al totalitarismo
A la luz de la necesidad del dinámico equilibrio entre el módulo moral atávico –evolucionado en normatividad de grupos menores subsumidos en la gran sociedad– y los impersonales módulos morales de la sociedad a gran escala, vemos que en la solución evolutiva de tal equilibrio reside la clave de la expansión o retroceso de la libertad en nuestros tiempos. Habiendo llegado a una explicación nos asomamos aterrados al abismo hacia el que corren ansiosamente la mayor parte de nuestros contemporáneos, nos preguntamos si no es su propia razón –esa razón universal al alcance de todos y cada uno– qué podría impedirles arrojarse hacia su propia destrucción, a la de todos y a la de todo, en nombre de lo imposible, y lo cierto es que no lo sé. Pero sé que insistir en buscar la respuesta donde ya sabemos que no está únicamente porque no sabemos dónde está, es la forma más tonta posible de correr hacia a ciegas al abismo.