Un consenso universal entre los economistas es hoy que a la pandemia del virus chino seguirá una recesión global y será peor para economías y poblaciones más pobres. Hasta ahí hay consenso. Para explicar cómo y por qué una pandemia –y las medidas de excepción para contenerla– ocasionarán una recesión, hay profundas diferencias –incluso paradigmáticas– de importancia. Las distintas, distantes y contrarias posiciones de los economistas –y de los políticos que escuchan a unos u otros, según convenga a su interés del momento– darán diferentes formas de enfrentar lo que vendrá tras la pandemia.
Diferimos en cuanto a la relación entre el tipo de medidas que se toman para enfrentar la pandemia y la magnitud de los efectos económicos y sobre la capacidad de Estados, economías y sociedades para enfrentar, mejor o peor, una pandemia. Hay quienes creen en la mítica superioridad de la inviable economía socialista y la mítica efectividad de la planificación central en economías “de mercado” sobrereguladas. Son defensores económicos y sociales de altos impuestos para Estados sobredimensionados, excedidos y omnipresentes, que estiman normal y conveniente que Estados “del bienestar” gasten más de la mitad del PIB de las naciones. Recomendarán más de lo mismo. Contra toda evidencia, afirmarán que fue eso –el Estado sobredimensionado y ampliamente excedido, fuera de sus funciones naturales– lo que permitió responder a la crisis sanitaria y que será la respuesta a la recesión que siga.
No es cierto. Los primeros indicios en hechos y números creíbles –lo que excluye por definición estadísticas de gobiernos totalitarios o autoritarios– comienzan a señalar ya que la respuesta de Estados más próximos al ideal liberal tradicional del Estado limitado, los que gastan menos de un tercio de PIB –garantizando más ahorro privado y desarrollo de la sociedad civil– responden más efectivamente a una crisis sanitaria que Estados elefantiásicos, dispersos y esclerotizados.
La teoría austríaca del capital y las recesiones
La mayoría de los economistas de la Escuela Austríaca coincide en que una recesión es una consecuencia no intencionada de distorsiones en la estructura del capital originadas en la política monetaria. A grandes rasgos, el abaratamiento artificial e inflacionario del crédito desarticula el equilibrio dinámico inter temporal, tanto entre ahorro e inversión como entre inversión presente y demanda futura. Únicamente se puede invertir lo que antes se ha ahorrado. La demanda futura de bienes de consumo se equilibra dinámicamente en el tiempo con la inversión presente, mediante previsiones de rentabilidad de empresarios. Para que sean acertadas, para invertir hoy en lo que se demandará efectivamente mañana, para orientar el ahorro presente a la producción de la efectiva demanda futura, las tasas de interés no deben distorsionarse. Abaratar artificialmente el crédito equivale a crear de la nada una oferta de fondos prestables que no ha sido ahorrada antes y no se corresponde con real demanda futura, sino con demanda artificial presente, por lo que desorientados por efectos de la política monetaria expansiva en el crédito, los empresarios invierten en aquello no tendrá demanda real futura y dejan de invertir en lo que sí la tendrá.
Al revelarse tardíamente la inflación en los precios, la política monetaria tiende a revertirse, el costo del crédito sube y se descubren los errores de inversión, quedando sin usar –o mal utilizándose– capital y trabajo fuera de lugar. Es desempleo y líneas de producción cerradas. Hasta que con esfuerzo y sacrificio se reorienta el capital y trabajo mal invertidos. Y claro, tanto el trabajo como el capital son difíciles de reorientar, requiere tiempo y ocasiona pérdidas. Eso, la corrección dolorosa de errores de inversión producto de la política monetaria expansiva, es una recesión.
Shock real, recesión inflacionaria y respuesta efectiva
Que una recesión puede iniciarse en un shock real y no exclusivamente en uno monetario, es discutible. Lo que no es discutible es que nuestro sistema monetario actual expande y abarata el crédito por norma y lo equilibra por excepción. Y así las cosas, lo que llamamos shock real, resulta ser una disrupción en la economía que revela inmediatamente la fragilidad acumulada, producto de las expansiones crediticias y las regulaciones. En la mayor parte del mundo las economías, incluso en países desarrollados razonablemente orientados al libre mercado, están en mayor o menor grado sobrereguladas precisamente en lo que más dificulta la reorientación de capital y trabajo de unas a otras líneas de producción. Y buena parte del gasto extraordinario de la crisis sanitaria –y más donde el apoyo económico de emergencia, en lugar de limitarse a los necesitados, se extienda a redes clientelares– se financiará mediante monetización inflacionaria. Causas todas, de lo que enfrentamos tras la pandemia.
La única respuesta válida empezaría en la rápida reorientación del gasto gubernamental, eliminar gasto superfluo ajeno a funciones naturales del Estado, el fortalecimiento presupuestario de funciones propias del Estado. Eso en cuanto al ahorro público y el gasto extraordinario inevitable en la pandemia. También se necesitaría una reducción final y clara del gasto público total –como porcentaje del PIB– inmediata a la crisis –sobrarán por “respuesta” hipócritas tonterías obviando que empecé por el fortalecimiento presupuestario de funciones propias del Estado–. Por el lado del ahorro privado –sí, fortalecimiento del ahorro, no del consumo– hay que recordar que para consumir, hay que ahorrar primero, no al revés. Son necesarios entonces desde ya, diferimientos y recortes importantes de impuestos y desregulaciones para reorientar –hoy y mañana– capital y trabajo más rápidamente.
No es más Estado para todo. Es Estado concentrado en lo que le compete. Es rápida reorientación de capital y trabajo. Rápida reorientación de gasto y funciones del Estado. Ni más, ni menos. Más, incluso en la dirección correcta, sería todavía irrealizable. Menos –y lo que se haga en dirección contraria– traerá consecuencias materiales y humanas peores a corto, mediano y largo plazo, que la propia pandemia. Es la única forma de enfrentar las consecuencias económicas de la pandemia. Y de salir de ella mejor preparados para futuras pandemias.