Cuando vi que el primer ministro británico Boris Johnson había realizado la consulta sobre las fechas de cierre y reapertura del Parlamento, quedando apenas un par de meses para la fecha límite del Brexit sin acuerdo, me quedó claro que lo usaría para salir de una u otra forma, sin que el Parlamento lo retrase. La medida es constitucional aunque inusual. Ya lo anunció. La leal oposición de su Majestad, liderada por un marxista que apoya dictaduras totalitarias en otras islas, afirma que es antidemocrático. Nadie duda de que la soberanía resida en el Parlamento desde 1767. De aquello resultó un levantamiento en colonias que no toleraron la anulación de sus propias legislaturas electas. Hoy son la primera potencia global y el más cercano aliado del Reino Unido.
Johnson sabe que el Brexit es transversal en la política y sociedad británica. Lo que haga, o deje de hacer, tendrá oposición y apoyo dentro y fuera de su partido. Muchos partidarios del Brexit ya ven inevitable la ruptura sin acuerdo. Algunos opositores insisten en anular parlamentariamente el referéndum. De lado y lado hay quienes preferirían prolongar negociaciones en que la contraparte no cederá. Todos saben que de firmar, el Reino Unido aceptaría ser una colonia de la Unión Europea, sometidos a Bruselas sin voz ni voto.
Quienes en el Reino Unido intentaron por dos años imponer una minoría –numerosa, ruidosa y organizada– en las calles, sobre una mayoría electoral, reclaman (por “antidemocrático”) que se les escamoteé la última oportunidad de imponerse en el Parlamento contra la voluntad de la mayoría. El referéndum fue vinculante y no se podía repetir. ¿Es acaso antidemocrático un gobierno defendiendo la voluntad de la mayoría contra la opinión de una ruidosa minoría de dudosos representantes?
Si usted vio protestas en Londres, leyó medios groseramente sesgados y no evaluó las elecciones al Parlamento Europeo en el Reino Unido, le informo que la opinión no ha cambiado. El Brexit sigue siendo mayoría. Sí, hay tanta incertidumbre sobre un Brexit sin acuerdo como rechazo al acuerdo sobre la mesa.
Los políticos británicos tienen entonces tres alternativas:
- Burlan a la mayoría y sufren las consecuencias.
- Insisten en ganar tiempo.
- Aceptan lo inevitable.
Políticos y burócratas de la UE, ante la realidad del Brexit, se atrincheraron en la insensatez propia de la fatal arrogancia de socialistas –de todos los partidos– que no cambiará.
Pero la política contemporánea es de “cisnes negros”. El Brexit lo fue para quienes creían que los británicos ya no eran el pueblo insular que hizo una revolución, decapitó un rey, instauró efímera república y, sin la locura de la Revolución Francesa, cerró el ciclo con una monarquía sometida al Parlamento. La británica es una tradición política y jurídica a la que el proyecto actual de la UE le resulta indigesto. Lo intentaron antes y a su manera, el laborismo de posguerra impuso el socialismo a la economía británica tras décadas de insistir en lo que los empobrecía.
Votaron por salir de ahí. Valían los votos, y de ahí salieron. Al hacerlo, conservan mucho pero rompen con la planificación central y el control político de la economía. La mayor parte del continente todavía cree (y vota) en eso. Los eurócratas lo aprovechan para acumular poder.
Puedo equivocarme. Es temporada de cisnes negros. Pero de lo que veo en las islas británicas y el continente, no puedo concluir sino que el Brexit no tiene vuelta atrás. En Bruselas no lograron revertir o retrasar el rompimiento, solo forzarlo.
Sin duda los políticos británicos fueron inusualmente torpes. Poner al frente de la negociación del Brexit a una partidaria del Remain (1) fue muy británico, pero no funcionó. En el continente se negaron a entender. No les ofrecían que May impulsara el Remain como una conspiración de gobierno. Tampoco que aceptara el castigo y la pretensión imperial de Bruselas, algo que terminó haciendo. Ofrecían la negociación más amistosa posible: mantener los negocios sobre la política. El viejo espíritu de la CEE, no el de esta UE.
El gobierno de May manejó un momento crítico de la historia de su país como una comedia de entuertos. Quienes se le oponían dentro de su partido tampoco actuaron como exigía el momento, incluyendo al actual Primer Ministro. Lo que pudo ser brillante en el Reino Unido, ha sido mediocre. Pero el gran problema estuvo, y está, en el continente. Ahí creyeron que anunciando el apocalipsis neutralizarían el Brexit. No funcionó: el apocalipsis no llegó.
Apenas tembló un instante nuestro frágil sistema monetario. Luego se empeñaron en una venganza impolítica y antieconómica: imponer un acuerdo insensato al gobierno débil de un país fuerte. Colocaron a los británicos entre la espada y la pared. Dicha actitud, no obstante, suele regresarse contra quien lo hace lo de poner a los británicos entre la espada y la pared –Boudica, Agincourt, Dunkerque– y el peor escenario, aunque malo, estará lejos del apocalipsis, ya antes anunciado en falso.
En Washington ven la necesidad, y oportunidad, estratégica del caso. No es un capricho de Trump. Es Trump asumiendo –a su, poco usual, manera– un consenso de política exterior de Estados Unidos, su relación especial con el Reino Unido. La UE no quiere sino la insensatez que forzó la dimisión de May: un acuerdo que para los británicos sería claramente peor que la incertidumbre de romper sin acuerdo alguno. No se ve mayoría parlamentaria dispuesta al suicidio de aprobar tal despropósito.
Johnson no quiere arriesgar ni tampoco la locura parlamentaria. No aspira, asimismo, a un retraso que termine en su propia dimisión. Así que a menos que el del suicidio político fuera Boris Johnson, no hay quien lo vea en ese papel. En dos meses o después. No se ve otra salida que la salida, esta vez sin acuerdo alguno. O el impredecible cisne negro.
N. del E.: Remain, inglés para “permanecer”; es decir, opositores al Brexit, como Theresa May.