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Portada » El socialismo y la sombra de Chernóbil en Cúcuta

El socialismo y la sombra de Chernóbil en Cúcuta

Guillermo Rodríguez González Guillermo Rodríguez González
27 junio, 2019

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Lo que queda de la ciudad de Pripyat, a pocos kilómetros de Chernóbil. (Foto: Flickr)

Concluye una popular miniserie de televisión que exhibió las miserias del socialismo soviético en su obsesión por ocultar el criminal camino al colapso con censura, propaganda y represión. Estalla un escándalo de corrupción revelado por el periodista Orlando Avendaño en el socialismo venezolano. No otro de los mil millonarios escándalos de corrupción impune del socialismo en el poder. Uno de más modesto en filas del socialismo opositor.

¿Qué tienen que ver Chernóbil –la serie y la realidad que narra– con Venezuela y el caso de Cúcuta? Pues el socialismo y la degradación material y moral que ocasiona como causas de una tragedia.

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En Chernóbil –la serie de televisión– vemos la ampliamente extendida corrupción en todos los niveles del régimen –y la sociedad– soviéticos, del pequeño soborno para ver a un paciente aislado, gravemente afectado por la radiación, al que a la policía política nada le importase la corrupta violación de normas de seguridad con tales pacientes. E importaba mucho, por otro lado, mucho la menor posibilidad de que se revelase algo.

El núcleo del reactor en una planta nuclear explota. Los responsables niegan lo que tienen ante sus ojos. Amenazan con acusar de difundir informaciones «falsas» contra el partido y el Estado –lo que en la URSS era ir al gulag– a quienes dicen la verdad. Pero la realidad se esparce con la radiación. Y la muerte. Al partido y al Estado les preocupa contener la información, antes y más de lo que les preocuparía finalmente contener la radiación. Del primer al último capítulo, censura, propagada y la represión muestran lo que fue realmente la URSS.

La serie exhibe las miserias del poder soviético en todos los niveles. Y que en tal sistema no hay inocentes. Todos serán en algún grado cómplices y víctimas. Incluso los mejores –del entramado de podredumbre moral– fueron cómplices de aquello cuyos efectos eventualmente debieron enfrentar. Nos muestra la fragilidad y la grandeza del espíritu humano –de personas comunes– ante la maquina inhumana de una ideología criminal en un Estado totalitario.

El costo de la verdad para quienes la asumen. Y el de la mentira para millones de inocentes. Al condenar chivos expiatorios –nada inocentes– la pregunta fue: ¿cómo explotó? Cómo, no por qué. Se admite a regañadientes el poder soviético la culpa de funcionarios corruptos e ineptos. Falsificaron documentación sobre la seguridad y operatividad para obtener honores, y ascensos. Y realizaron la prueba de seguridad violando todas las normas de seguridad que conocían. Era su día a día. Y era lo normal en ese sistema.

Pero lo que nunca admitió el poder soviético (y que todavía niegan sus propagandistas tardíos) es que explotó porque aquellos corruptos e ineptos no podían saber que en las condiciones que crearon, el alto de emergencia del reactor era un botón de detonación. Y no lo sabían porque la policía política había censurado dicha información, destruyendo la carrera de los físicos que la publicaron para advertir el peligro.

¿Por qué el sistema soviético construía reactores tan inseguros y ocultaba los peligros a los que sometía a su propia población –y al resto de la humanidad– incluso a quienes debían operarlos? Pues por la misma razón que en lugar de combatir la corrupción la institucionalizó como parte de sus mecanismos de control social: los socialistas creen en imponer «la felicidad» a la humanidad por la fuerza y que todo crimen que se cometa por y para su causa es virtuoso y encomiable. Y toda resistencia decente a sus acciones, constituye el peor de los crímenes.

Y no es solo el paralelismo con la corrupción e ineptitud chavista o que esa corrupción se extienda de ahí a una oposición socialista a veces perseguida, otras cooptada con migajas de pastel envenenado. O, incluso, que los vicios expuestos en Chernóbil explican «mutatis mutandis» cómo quebraron la industria petrolera venezolana. Era lo único con que podían compensar parcialmente los peores efectos de la destrucción casi completa del resto de la economía como política de Estado. O la inexistencia en la vieja URSS y la contemporánea Venezuela de ese cuarto poder que es una prensa privada, independiente y diversa en una república. Aunque en mi país queden todavía algunos restos amenazados e internet hace de medios foráneos locales, cuando tratan nuestros asuntos.

Es todo eso y más. Es la mentalidad socialista (no exclusivamente soviética): la «solución» del problema es ocultarlo. Y la respuesta al que las consecuencias estallen, es sacrificar chivos expiatorios. Recordemos que emergió en los estertores del sistema soviético una oposición política, entre perseguida y cooptada, que en el colapso alcanzó el poder. Pero gobernó con una corrupción escandalosa, menos oculta que la soviética, y recurrió a censura y la represión para ocultarla. De ahí el autoritarismo corrupto y mercantilista de Putin.

El socialismo en el poder en Venezuela es un poder totalitario putrefacto de corrupción impune. Está destruyendo al país. Y la solución –cada día más compleja y costosa– empezaría desplazándolos del poder para elevar una alternativa capaz de revertir la destrucción. Desplazarlos es, de suyo, un problema gigantesco. Y que la alternativa no comparta, de forma y fondo, los vicios de lo que eventualmente sustituiría otro similar.

Que celebre hipócritamente el chavismo la revelación de corruptelas en su oposición es inútil. Su viga en el ojo es demasiado grande para convencer con la paja del ajeno. Sin embargo, preocupa lo que tantas reacciones al asunto revelaron del socialismo opositor. Cuando un periodista serio revela un caso real de corrupción, los partidarios decentes del gobierno y/o partidos afectados maldicen a «sus» corruptos. El resto, corruptos en ejercicio o aspirantes, al periodista. ¿A quién maldijo la mayoría de periodistas, intelectuales y políticos opositores? ¿Cuántos miraron a otro lado? ¿A quién maldijo la mayor parte de los opositores comunes?

Y usted, suponiéndolo parte la abrumadora mayoría de venezolanos que hoy se oponen al socialismo en el poder en Venezuela, ¿usted a quién maldijo esta vez?

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Guillermo Rodríguez González

Guillermo Rodríguez G. es investigador del Centro de Economía Política Juan de Mariana y profesor de Economía Política en el área de extensión de la Facultad de Ciencia Económicas y Administrativas de la Universidad Monteávila, en Caracas, Venezuela.

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