Excedería las dimensiones de una columna explicar cómo terminamos con lo que tal vez sea el sistema monetario internacional más frágil posible, justo en medio de una globalización –reducción de la pobreza, desarrollo tecnológico y expansión capitalista– como no habíamos visto desde la revolución industrial.
No es novedad, desde que emerge el dinero como la institución por la que evolucionamos de mercados de trueque a los de intercambio indirecto, con un sistema de precios que revela información antes desconocida sobre las posibilidades de intercambio, el poder gobernante –y los intelectuales a su servicio– ha hecho lo posible por desprestigiar y al mismo tiempo monopolizar el dinero.
Bien decía Hayek que “el dinero, casi desde su aparición, ha sido tan desvergonzadamente manipulado por los gobiernos, que se ha convertido en la principal causa de perturbación del proceso mediante el cual se auto-organiza el orden extenso de cooperación humana. A excepción de unos pocos períodos afortunados, la historia del tratamiento del dinero por parte del gobierno ha sido un incesante ejemplo de fraude y decepción”.
La paradójica fragilidad del sistema monetario contemporáneo es parte destacada de esa nefasta historia. Y ha sido especialmente nociva para los países con institucionalidad débil. Buen ejemplo es que en el previo sistema monetario internacional –menos frágil– Venezuela llegó a emitir por largo tiempo una de las divisas más estables y aceptadas del mundo. Hoy Venezuela sufre la instauración del totalitarismo socialista filo-cubano gracias al empobrecimiento socialista acelerado mediante la mayor y más prolongada hiperinflación contemporánea. Sin la herramienta destructiva de la degradación de la moneda, jamás habría llegado a tales extremos el socialismo en mi país.
Pero no pretendo en esta columna otra cosa que resumir algunos de los factores claves de la fragilidad de nuestro sistema monetario. Empecemos en que si el precio de todos los bienes se expresa en dinero, el precio de dinero únicamente lo pudiéramos expresar en bienes, lo que eso no significa que lo podamos expresar realmente en una cesta o promedio de bienes, principalmente porque las escalas de valores subjetivas de las personas no son estables.
Como explica Rothbard: “Supongamos, por ejemplo, que la oferta de dinero aumenta un 20%. El resultado no será, como da por sentado la economía clásica, un simple aumento general del 20% en todos los precios. Imaginemos, a título de suposición, el caso más favorable (…) según el cual el Arcángel Gabriel (…) incrementa el saldo de caja de todo el mundo precisamente en un 20%. Ahora bien, no todos los precios aumentarán simplemente un 20%, porque cada individuo tiene una escala de valores diferente, un ordenamiento ordinal diferente de las utilidades, incluso las utilidades marginales relativas de los dólares y de todos los otros bienes de su escala de valores. A medida que aumenta el stock de dólares de cada persona, sus adquisiciones de bienes y servicios variarán de acuerdo con la nueva posición que éstos ocupan en su escala de valores (…) variará la estructura de la demanda, al igual que los precios relativos y los ingresos relativos de la producción, y se modificará (…) la gama de bienes y servicios que constituyen el poder adquisitivo del dólar”.
En una economía monetaria, el dinero es el único bien que se encuentra en estado de trueque con los demás bienes y servicios, por lo que en el estricto presente no tenemos ni un precio monetario del dinero, ni un emergente cardinal equivalente, como es la tasa de interés para el intercambio de dinero presente por dinero futuro. En tal sentido, el poder de compra, que resulta ser el concepto con el que identificaríamos un “precio del dinero” no equivale exactamente a un nivel de precios que pudiéramos representar mediante un número índice.
Pero el que no podamos medir, y en ese sentido conocer algo, no significa que no exista. El poder de compra es un precio del dinero en bienes cuya existencia entendemos perfectamente, pero que no podemos conocer en el sentido que conocemos el precio del dinero en el tiempo, o el precio monetario de cualquier bien o servicio diferente del dinero mismo.
Recordando que el peculiar problema del que el valor marginal del dinero se derivase de su utilidad como medio de intercambio, y a su vez se derivase de su poder de compra, fue resuelto por el teorema regresivo de Mises en su Teoría del Dinero y el Crédito de 1912 citaré a Rothbard resumiendo la teoría marginal aplicada al dinero por Mises: “Las utilidades relativas de las unidades monetarias comparadas con otros bienes determinan la demanda de saldos de caja de cada persona (…) Aplicando al dinero la ley de la utilidad marginal (ordinal) decreciente, y teniendo en cuenta que su “uso” ha de reservarse para su futuro intercambio, Mises llegó implícitamente a una curva de demanda descendente para el dinero en relación con el poder adquisitivo de la unidad monetaria. Este poder adquisitivo, al que Mises denominaba también “valor de cambio objetivo” del dinero (…) determinado (…) por la intersección del stock de dinero y la demanda de un plan de saldos de caja. (…) terminó de redondear el análisis señalando que la oferta total de dinero en cualquier momento dado no es ni más ni menos que la suma de los saldos de caja individuales existentes en ese preciso momento”.
Y es en ese sentido que el dinero fiduciario es dinero, porque en la medida que los saldos de caja están depositados a la vista, el circulante ampliado resulta ser el dinero y no únicamente el dinero de base monetario. Así, no es difícil comprender qué tan frágil en última instancia es un dinero que existe exclusivamente como promesa sobre una base monetaria muy inferior al circulante que puede hoy emitir en cantidades astronómicas y mañana desaparecer gran parte sus existencias una simple orden del emisor.