Que una medico cubana en Brasil explicara cómo tardó en comprender que estaba sometida a un sistema esclavista me hizo recordar la importancia de la manipulación del lenguaje por el totalitarismo socialista. Empecemos con el significado de libertad. La máxima conquista lingüística del socialismo revolucionario es que muchos hoy llamen esclavitud a la libertad. Y libertad a la esclavitud.
La civilización misma. Y la enorme riqueza de las sociedades más libres —productos del orden espontaneo, emergente de resultados involuntarios e impredecibles de acciones humanas que buscaban fines propios— dan cuenta del poder de miles de millones de mentes creativas actuando libremente. Algo que junto a la prosperidad trae la incertidumbre como única certeza aparente.
Negándose a ver que todo lo que tenemos de valor material, intelectual y moral ha emergido de aquello. Y que sin aquello no surgirían otros y se perderían todos los existentes. Los abrumados por la incertidumbre del futuro se empeñan en un espejismo de seguridad sin futuro. Con lo que no salimos del camino a la servidumbre. Ahí seguimos, entre firmes y celebrados avances e incidentales y ambivalentes —pero esperanzadores— retrocesos. Sí, de la comprensión de la libertad que prevalezca en nuestro tiempo, dependerá en gran parte que el futuro de nuestra civilización sea de de libertad y prosperidad. O de servidumbre y miseria.
En el elogio fúnebre a los caídos en el primer año de la Guerra del Peloponeso, Tucídides señala que para explicar por qué luchaban, Pericles recordó a los atenienses que los diferenciaba tan radicalmente de los lacedemonios:
“En nuestras relación con el Estado vivimos como ciudadanos libres y, del mismo modo en lo tocante a las mutuas sospechas propias del trato cotidiano, nosotros no sentimos irritación contra nuestros vecino si hace algo que le gusta y no le dirigimos miradas de reproche, que no suponen perjuicio, pero resultan dolorosas. Si en nuestras relaciones privadas evitamos molestarnos, en la vida pública, un respetuoso temor es la principal causa de que no cometamos infracciones, porque prestamos obediencia a quienes se suceden en el gobierno y a las leyes, principalmente a las que están establecidas para ayudar a los que sufren injusticias y a las que, aun sin estar escritas, acarrean a quien las infringe una vergüenza por todos reconocida”.
Generalmente diferenciemos el concepto de la libertad que atribuimos a los antiguos del que asignamos a los hombres de Medioevo y el que identificamos con la modernidad, oponiendo este último a los anteriores. Pero lo cierto es que en cada período citado el concepto de libertad no fue uno sino varios, muchas veces contrapuestos y siempre en competencia. Y que a lo largo de dichos períodos —en civilizaciones diversas y en competencia— encontramos nociones de libertad, variadas y contradictorias.
Pero respecto a la idea de libertad en occidente, lo vital es lo que en su elogio fúnebre ya empezaba a perfilar Pericles, la idea de la libertad del hombre ante el Estado y los demás hombres dentro del marco de una ley, que aún no escrita, es por todos reconocida. Se dice que la libertad en occidente nace en las ciudades griegas.
En realidad nació en Atenas. La libertad en el sentido antiguo era un concepto más o menos común a toda la Hélade. Rastreable a costumbres de lejanos antepasados de los griegos clásicos, ya en la temprana edad del Bronce. Y es la libertad del hombre que no siendo esclavo, vive bajo la ley de su propia nación y/o tribu con las prerrogativas y obligaciones correspondientes a su casta y condición.
En ese sentido, libre es quién sea parte de un Estado Libre —y libre sería cualquier Estado que bajo su propia ley fuera gobernado por sus propias autoridades—. Así entenderíamos igualmente libres a los espartanos que vivieron bajo el primer totalitarismo de la historia de occidente. Y a los atenienses que comenzaban a ejercer una incipiente libertad individual ante el Estado y la sociedad misma. De esa libertad, no otra, es de la que emerge el capitalismo y la prosperidad. Libertad bien definida por Lord Acton hacia 1873:
“Por libertad entiendo la seguridad de que todo hombre estará protegido para hacer cuanto crea que es su deber frente a la presión de la autoridad y de la mayoría, de la costumbre y de la opinión (…) En la antigüedad el Estado se arrogaba competencias que no le pertenecían, entrometiéndose en el campo de la libertad personal. En la Edad Media, por el contrario, tenía demasiada poca autoridad y debía tolerar que otros se entrometiesen. Los Estados modernos caen habitualmente en ambos excesos. El mejor criterio para juzgar si un país es realmente libre es el grado de seguridad de que gozan las minorías”.
Lógica y evolutivamente, la libertad como ausencia de toda restricción arbitraria en un orden civilizado precede y comprende a la libertad como desarrollo de cualesquiera potencialidades individuales. Alguna potencialidad puede no llegar a desarrollarse libremente por la ausencia de condiciones materiales apropiadas. El respeto a la libertad de los otros es tanto limite como garantía del ejercicio civilizado de la libertad propia. Y la escasez es un hecho natural del que nunca podremos realmente “liberarnos” completamente.
Una “liberación” de la realidad misma es un argumento falaz —burdo o sutil— que necesariamente exige la masiva restricción arbitraria de toda libertad individual. Destruyendo las condiciones institucionales indispensables para que sea ejercida por todos y cada uno hasta dónde las circunstancias materiales y potencialidades personales lo permitan. Todos los horrores del socialismo.
De la barbarie de los comunismos revolucionarios medievales y renacentistas, a las hambrunas y Gulags soviéticos. Las alucinaciones genocidas del camarada Mao. Y la miseria material y moral ocasionada por sus émulos de ayer y hoy. Todos y cada de uno de los crímenes inhumanos que definen a todos y cada uno de los socialismos revolucionarios que han alcanzado el poder, empiezan en sus conquistas sobre la lengua.