Me temo que el problema con las elecciones en Venezuela, es que ya no son elecciones, son montajes de un teatro flexible y cambiante, mediante el que una dictadura intenta maquillar parcialmente lo que ya es. La táctica no es tan novedosa. Es muy obvia su similitud con la táctica del salchichón aplicada por los soviéticos para ir vaciando de contenido las condenadas democracias de Europa oriental. Aquello, por momentos fue simplemente idéntico a lo que vemos hoy en Venezuela, Nicaragua o Bolivia.
Pero ese juego depende del control gubernamental sobre una oposición domesticada. La vieja táctica consistió en eliminar rebanada a rebanada, toda oposición real al proyecto totalitario filo soviético, hasta que no quedara nada. Hoy es ligeramente más sofisticado.
Para controlar el tablero de juego, el socialismo en el poder va designado los actores de una oposición a su medida en cada etapa. Empieza con oposición real –pero exclusivamente socialista– aspirando al poder y confiando en lograrlo eventualmente. De la que son elevados artificialmente por el propio gobierno a la cabeza admitida de esa oposición unos u otros sectores, según los estiman tan simples de derrotar en realidad como difíciles en apariencia. Al principio es peligroso, pero con cada sucesión de nueva “oposición designada” desde el poder, será menos oposición. Y más teatro del propio gobierno.
El asunto es que cuando las elecciones no son tales, la oposición que a ellas va tampoco lo es. El primer paso –no es novedad– fue asegurar una oposición exclusivamente socialista ante un gobierno socialista. Que unos y otros se nieguen mutuamente serlo no oculta que todos lo sean, en mayor o menor grado. Las razones para no adoptar la “democracia popular” del siglo pasado; y pese a vaciarla de contenido republicano, seguir aparentando las formas de una democracia representativa –a la que en caso necesario aplican métodos fascistas de “democracia orgánica”–.
Como en la “elección” de asamblea constituyente plenipotenciaria en Venezuela– son obvias en el mundo actual. La URSS colapsó y desapareció, y las nuevas potencias antioccidentales, China, Rusia e Irán, juegan un juego diferente al de los soviéticos.
Quien aspire al totalitarismo hoy requiere de una oposición a su medida. Con operadores cómplices que contribuyen al sostenimiento de su régimen. Con mucho menos crudeza y mucho más teatro, que en la Europa oriental de la segunda mitad del siglo pasado. El primer paso es evitar una oposición al socialismo como tal. Oposición socialista es una ventaja para el socialismo en el poder. Incluso cuando esa oposición realmente aspira al poder.
El siguiente paso es lo del palo y la zanahoria. El palo es represión, ilegalización y persecución. La zanahoria va del limitado y recortado “poder” permitido –a veces dentro del plan y otras accidentalmente– a esa oposición, a la muy rentable complicidad en la corrupción del socialismo gobernante. Así quien gobierna puede sustituir organizaciones y dirigencias opositoras condenadas al fracaso en un cambiante y cada vez más controlado juego político con decreciente apariencia de democracia.
Creo que la oposición deja de ser política para ser teatro cuando se “eleva” a aposición oficial una alianza de caídos en desgracia en las filas del socialismo en el poder, con notables fallidos políticos de la vieja oposición socialista. Mientras se proscribe y persigue a otros menos manejables. Sería una “oposición” para la que el papel de oposición oficial que apuntale cierta legitimidad al socialismo en el poder es el mejor negocio político posible. Siempre y cuando, no se le califique abierta e inequívocamente como integrantes –y en ningún sentido alternativa– del socialismo totalitario en el poder, por factores externos ante los que se presenta ese teatro.
Se intentó a escala continental. Logró alcanzar el control político que garantizaría –mientras no cambien las condiciones– no entregar el poder en Venezuela y Nicaragua. Y estarían a poco de lograrlo en Bolivia. Lo que no funcionó en el escenario de la guerra fría, funcionó en un mundo sin poder soviético. El populismo de izquierda llegando al poder con alianzas electorales –vieja estrategia del Frente Popular controlando por el núcleo central comunista en la sombra– y la utilización de la democracia para la suplantación institucional y eliminación de todo contenido republicano primero. Y finalmente de la propia democracia. Hacer la revolución y alcanzar el totalitarismo desde el poder electo únicamente lo había logrando el nacionalsocialismo. Los marxistas lo intentaron sin éxito. Hasta ahora.
En Venezuela con Hugo Chávez y Nicolás Maduro; en Bolivia con Evo Morales; en Nicaragua con Daniel Ortega –y en su momento en Ecuador con Rafael Correa– vimos cambios constitucionales, centralización del poder, destrucción material de la separación de poderes. Y abuso partidista de todo el aparato del Estado en elecciones tan frecuentes como manipuladas. Vimos como a la oposición que ganaba en esas elecciones mayorías legislativas se le despojaba de una u otra forma de la capacidad de ejercerlas contra el gobierno. Pero la clave es pasar de las etapas de la oposición sojuzgada, corrompida y acorralada. A la de la “oposición” como teatro. Al servicio de la permanencia del socialismo totalitario en el poder. Sin la menor aspiración de substituirlo. Y con un discurso ridículamente indistinguible del discurso gobernante.
La debilidad de eso es que fuera de sus propios circuitos internacionales de complicidad ideológica, agitación y propaganda. La legitimidad que obtengan de una oposición designada por el propio régimen será menor en la medida que tenga cada vez menos de oposición. Y más de teatro. Pero al final, eso les preocupa tan poco como la miseria y el hambre de quienes gobiernan. Les importa establecer el totalitarismo y mantenerlo por cualquier medio. El engaño será su mejor medio mientras logre lo mismo que la represión. Y resulte más barato que reprimir.