En el regulado y burocratizado comercio internacional de nuestros tiempos la modesta reducción del arancel promedio de 25 % en 1986 a 8 % en 2010 disparó la globalización –el aporte de los flujos comerciales al PIB global subió del 39 % en 1989 al 56 % en 2010– pese a clausulas ideológicas, topes, exclusiones y subterfugios de los mal llamados tratados de libre comercio.
En esa globalización, las muy modestas concesiones a propiedad y mercado para grandes poblaciones empobrecidas por radicales o moderados socialismos –China, India, Vietnam, etc.– lograron la salida de la pobreza de cientos de millones en todo el mundo. Y una notable mejora del nivel de vida en la mayor parte del planeta. Producto de la modesta desregulación –internacional y en mercados claves– No exageremos: Ni libre comercio. Ni libre mercado. Mucho menos que eso por ahora.
Tenemos –con más o menos concesiones al mercado– un complejísimo sistema global de regulaciones comerciales. Gobiernos pretendiendo micro gestionar indirectamente –en mayor o menor grado– economías nacionales. Y comercio internacional. Lucha de intereses que deja ganadores y perdedores diferentes a los que dejaría la libre competencia. Pero un capitalismo intervenido –con propiedad privada y plural, sistema de precios y suficientes incentivos de mercado– produce más que el viejo mercantilismo. Y muchísimo más que el inviable socialismo.
Obama enmascaró su creciente proteccionismo tras un falso discurso globalista. Globalización del burocrático intervencionismo –altos impuestos y crónicamente deficitario Estado del bienestar– con agenda marxista posmoderna. Se sumó al socialismo de élites prevaleciente en la UE Trump representa el creciente rechazo a la globalizada versión contemporánea del viejo progresismo estadounidense.
Adelantó una reducción de impuestos y desregulación como no se ha visto en Washington desde Reagan. La reducción de impuestos en una economía que pesa en el mundo lo que EE. UU. implicaría competencia fiscal por inversionistas. Terror de vampiros fiscales a la cabeza del infierno tributario europeo. Sin la correspondiente reducción del gasto federal es deuda a futuro. En el mejor de los casos cubierta por ingresos fiscales mayores debidos a la mayor inversión. En el peor más y más endeudamiento. Es impredecible cual prevalecerá.
Carecemos de un estándar monetario global y sólido como el patrón oro. Con dinero global sin manipulación política, los excedentes comerciales de un país con superávit serían ingreso de dinero y salida de bienes. Que elevarían precios internos, haciendo exportaciones menos competitivas. El déficit comercial sería egreso de dinero e ingreso de mercancías. Reduciendo precios internos haría exportaciones más competitivas. Serían imposibles déficits comerciales a largo plazo.
Hoy la manipulación monetaria se suma a regulaciones, cuotas y aranceles para desviar los resultados dinámicos de la especialización competitiva. Protegiendo ganancias de productores incompetentes a costa del público.
Con reglas de comercio internacional burocratizado para gobiernos micro-gestores del sector externo. Y un sistema internacional de tipos flotantes con dinero fiduciario mediante el que bancos centrales manipulan el valor de sus monedas. Es éste el mundo –justo en el que se revirtió desde el 2007 la tendencia hacia la mederada apertura comercial– donde la administración Trump elevó aranceles de importación sobre acero, aluminio, ciertos electrodomésticos y paneles solares de China. Y otros países
Sin el nuevo arancel ganaba la industria siderúrgica china, que obtiene parte de su competitividad del dinero barato –política monetaria y manipulación cambiara– electricidad subsidiada por el Estado. Y mano de obra barata. Ganaron quienes importaron y transformaron acero barato. Y empresas que trasladaron parte de su producción a China. Y otros países. Por mano de obra barata y menor costo regulatorio. Ganó el gobierno federal vendiendo deuda al Banco Central Chino. Y ganó el consumidor estadounidense común con precios más baratos de aparatos electrónicos y otros bienes.
Con mayor arancel ganan siderúrgicas protegidas y sindicatos. Pierden, quienes ganaban antes. Especialmente el consumidor común. Mejorar la competitividad reduciendo impuestos y regulaciones es acertado –desacertado es no reducir el gasto– Y aunque los aranceles chinos en promedio duplican los de EE. UU. Hay más proteccionismo agrario en la UE que en EE.UU. El crédito barato y la represión financiera en Japón y Europa no son inocuos. Y la manipulación del Yuan arriesga una gigantesca burbuja de errores de inversión. Subir aranceles es más que un cambio en la lista de ganadores y perdedores. Y más que nivelar terreno para industrias estadounidenses ante competidores externos protegidos por sus gobiernos.
Es más complicado. Y más peligroso. No es un cambio de orientación más o menos neutro. Todos tienen consecuencias no intencionadas, y éste refuerza –en el peor momento– la previa escalada proteccionista. Efecto no intencionado notable, es el riesgo de pérdida de competitividad del sector petrolero. La producción por fractura hidráulica cambió el escenario petrolero global. La desregulación reforzaba la producción de hidrocarburos en EE. UU. Fuera del acuerdo de París produce ya más de 10 millones de barriles diarios.
Así pasaría de importar a autoabastecerse, e incluso a competir como exportador. Pero refinerías, equipos de perforación, tuberías, terminales de gas natural licuado y mucho más en la industria, dependen de acero importado, barato y especializado. Cuestión de costos. Bitúmenes en cualquier tipo de yacimiento, y cualquier hidrocarburo que exija fractura hidráulica, implica costos entre 35 y 55 dólares por barril. La mayoría más cerca de 55.
Sobrevivió esa industria una caída de precios que “expertos” anunciaban la desaparecería. Sus costos también bajaron y no se redujo la producción. Por la inversión previa, la AIE estima un incremento de producción en los EE. UU hasta el 2020. A partir de ahí, un nuevo ciclo de inversión será necesario para mantener e incrementar la producción. Así que el efecto del incremento de costos sobre la extracción, transporte y refinación no sea inmediato.
Hay poco espacio para un incremento de costos –especialmente del acero– producto del nuevo arancel –peor si fuera mayor y más diverso, con una escalada proteccionista hoy apenas contenida– en la producción petrolera estadounidense cuyos márgenes son más estrechos que los del promedio de la OPEP. Y la Federación Rusa. Incluso en términos de un nacionalismo económico estatista e interventor, no parece buena idea comprometer independencia energética para subsidiar producción siderúrgica.