Como a los políticos hay que medirlos por lo hacen y no por lo que dicen, lo cerca que ya estábamos de una guerra comercial global —que revertiría la sostenida reducción mundial de la pobreza— y lo que significa en ese entorno la retorica proteccionista de Trump, es algo que —con análisis detallados de políticas, legislación y regulaciones— nos dejan claro los informes del Geopolitical Intelligence Service fundado por el Príncipe Miguel de Liechtenstein.
Desde el 2007 se ha ocultado tras una retórica seudo-globalizadora una escalada de creciente proteccionismo. Nuestros mal llamados tratados de libre comercio son en realidad tratados de comercio regulado política y burocráticamente.
Discursos y declaraciones aparentan —y es únicamente apariencia— una lucha entre revolucionarios globalistas y reaccionarios proteccionistas. Que supuestos adalides de la globalización sean políticos —y altos burócratas multilaterales— socialistas o socialdemócratas incorporando en acuerdos de comercio su agenda ideológica ya daba mucho que pensar. Revisar lo que hicieron más que lo que dijeron aclara el asunto.
Bajo la administración Obama –presunto campeón de la globalización– Estados Unidos fue el país que más políticas proteccionistas aplicó entre las principales economías del mundo.
Y esa silenciosa guerra comercial de baja intensidad impulsada desde la Casa Blanca entre 2008 y 2016 —toda la Administración Obama— logró que el comercio mundial se estancase. Cuando el comercio global se desacelera los políticos lo asumen como un juego de suma 0. Es natural, el juego de políticos, burócratas e intereses concentrados contra la población general sí es un juego suma 0. Es lo que conocen. Y de lo que dependen sus carreras.
Aunque el proteccionismo encarezca productos —locales e importados— para todos los consumidores, la perdida de muchos puede ser la ganancia de pocos. A diferencia del comercio libre en que todos ganan —unos más y otros menos— las ganancias de los beneficiarios del proteccionismo sí que salen de las pérdidas de todos y cada uno de los forzados a no disponer de productos más baratos que compitan con los de esos incompetentes.
Las pérdidas de cada uno se dispersan en la multitud que no se organiza políticamente. Las ganancias se concentran en pocos organizados para invertir en influencia política para ganar sin competir. En lugar de invertir en mejores bienes y servicios para ganar compitiendo.
Son cuestiones de hecho —independientes de la retórica política en una u otra dirección— que:
- La liberalización del comercio se ha detenido e incluso revertido desde 2008.
- La administración Obama lideró la aplicación de medidas proteccionistas bajo el manto de su retorica “globalista”.
- La crisis mundial dio validez política a discursos populistas e intervencionistas contrarios al libre comercio
- La administración Trump arriesga los éxitos de sus políticas de reducción de impuestos y desregulación —con las que crecen las inversiones— coqueteando con una política comercial que continuaría —y profundizaría— la hipócrita política comercial proteccionista con que Obama dejó al mundo al borde una guerra comercial. Como no se ha visto desde la década de los 30 del siglo pasado.
Es el peor momento imaginable para que el proteccionismo pase de ser la vergüenza mal escondida de Obama. Al error abierto con que Trump arriesga dar al traste la mayor reducción de impuestos y el mayor esfuerzo de desregulación visto en EE. UU. desde la administración Reagan.
El mundo disfrutó una gran expansión del comercio en los últimos 35 años. La contribución de los flujos comerciales a lo que se estima como PIB global subió del orden del 39 % en 1989, al del 56 % en 2010. En 1986 el arancel promedio del comercio internacional era de poco más del 25 %.
En 2010 había bajado a poco más del 8 %. Un cambio que requirió mucha negociación política, hacer eficientes incompetentes empresas protegidas, y enfrentar intereses especiales. Y que logró más productividad y mayores ingresos en todo el mundo.
De hecho, la actual caída de la pobreza global depende de mantener el flujo del comercio internacional competitivo. La tendencia a la nivelación forzosa de tasas de impuestos en las marginales más altas impulsada por la UE chocó con el Iceberg de la reforma fiscal de Trump. Y la mayoría de las iniciativas reglamentarias implementadas con Obama han sido bloqueadas o rescindidas.
Dos terrenos en que la competencia internacional debe impulsarse para que la globalización se traduzca en mayor competitividad y mayores salarios en economías como la de EE. UU. Efectos que se revertirían si la administración Trump profundiza en lugar de revertir la política comercial de Obama.
Las declaraciones de Trump sobre guerras comerciales serían poco creíbles si Obama no nos hubiera —a EE. UU. y el resto del mundo— en medio de una guerra comercial subrepticia en que todos perdemos. O la administración Trump logra dejar mayormente en palabras su propia retórica proteccionista. Y desmontar la masiva bomba proteccionista que Obama dejó en cuenta regresiva. O estallará, destruyendo su política impositiva y regulatoria.
Como la mayoría republicana en las Cámaras, no logró integrar una necesaria reducción del gasto en la política tributaria para completar una reforma fiscal coherente. Dependen del endeudamiento en lo inmediato. Y de posteriores efectos de la reducción de impuestos y la desregulación sobre la inversión y el crecimiento para neutralizar —al menos parcialmente— ese endeudamiento.
Asumir abiertamente la desastrosa política comercial que Obama impulsó en la sombra sería malo en cualquier escenario. Y peor en éste, tan frágil como prometedor.