La biografía del papa Francisco, escrita por Austen Ivereigh, ostenta el grandilocuente título: The Great Reformer: Francis and the Making of a Radical Pope”. Ivereigh es un creyente. Cree en la doctrina católica y en el socialismo. E intenta reconciliarlos.
Es un gran propagandista de Francisco porque le considera tan socialista como él mismo. Los socialistas actuales –aunque el común lo ignore y los pocos que lo saben pretendan negarlo– se limitan a replantear viejas utopías heréticas. Exigen que se les juzgue siempre por supuestas intenciones. Jamás por resultados. Y por intenciones que afirman tener para el futuro, no por las que muestren en el poder revolucionario. A sus enemigos también pretenden juzgarlos por intenciones. Las que les atribuyen, no las que tengan. Es la única forma de defender su fantasía inviable –frecuentemente genocida y siempre empobrecedora– negando la ciencia económica con voluntarismo ideológico que crea posible lo imposible. Que la mágica materialización se atribuya al espíritu comunitario altruista o la “ciencia” de la planificación central “racional, es indiferente. Ambas dependen del hombre nuevo que nunca aparece. Y cuyo fallido parto ha martirizado millones de seres humanos reales.
En un artículo en el New York Times, Ivereigh contrapone el populismo de Francisco al Trump. Alaba al primero y maldice al segundo vendiendo el papa a izquierdistas que odian histéricamente a Trump. Atribuyendo caprichosamente intenciones, Ivereigh afirma que:
“En el futuro posneoliberal de Francisco, los pobres del mundo trabajan con la Iglesia y las organizaciones de la sociedad civil para crear una economía al servicio del florecimiento de la humanidad, mientras convocan a los Estados a recibir con solidaridad a los migrantes. En el futuro posneoliberal de Trump, los antiguos presidentes de empresas, los directivos millonarios de fondos de inversión y los magnates de los bienes raíces desmantelan al Estado […] pero usan al Estado para hacer más rígidas las fronteras”.
Futuros sin otra explicación que presuntas intenciones, imponiéndose contra teoría económica, teoría política y sentido común.
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La descripción de Ivereigh encubre la fantasía revolucionaria de teólogos de la liberación. Su iglesia en el papel que el marxismo leninista atribuye al partido. Jamás explican cómo funcionaría su “economía […] del florecimiento de la humanidad” al igual que esa ciencia ficción en que aquella economía inviable existe en un futuro imaginario, sin explicación alguna. La única economía “al servicio del florecimiento de la humanidad” que ha existido y existe es la economía de libre mercado basada en propiedad privada. Y es la economía que rechazan intelectuales como Ivereigh y sacerdotes como Francisco. Rechazan el único orden económico que en todas las culturas en que se implantó, arrancó de la miseria a millones. La alternativa es una confusa amalgama de nostalgia fantasiosa por un orden precapitalista misérrimo con el socialismo, que únicamente ha materializado los privilegios groseros de brutales minorías expoliadoras totalitarias sobre la pobreza, atraso y hambrunas de mayorías explotadas. Y más de un genocidio.
Si existiera una alternativa viable a la economía de libre mercado. Una alternativa que no nos condenase a la miseria material y moral junto a la espantosa destrucción ambiental. No sería repitiendo el fracaso de la inviable economía socialista, ni retornando a un pasado de miseria. La economía y la política no son asuntos de intenciones y fantasías, sino de causas y consecuencias materiales y morales.
Cuando he tratado sobre el Presidente Trump, he dejado claro que no tengo simpatía por su populismo y me preocupan sus veleidades proteccionistas. Eso no me impidió reconocer que:
- Derrotó a una alternativa política mucho peor. Una que implicaba no solo mantener sino profundizar lo que fue, en casi todos los campos, la peor administración de la historia de los EE. UU.
- Se colocó –pese a contradicciones y ambigüedades– en lado correcto en la guerra cultural por el alma de occidente.
- Su política fiscal –que ha avanzado en el legislativo– puede recuperar y atraer inversiones a los EE. UU. reactivando su economía. Su proteccionismo se ha limitado a renegociar tratados de comercio regulado. Y su política antiinmigrantes resultó en menos deportaciones anuales totales que bajo Obama; pero con más deportaciones de criminales.
Para la administración Trump sería relativamente simple financiar una caída temporal de ingresos fiscales por la reducción de impuestos. Pudiera logran eventualmente más impuestos totales por inversión y crecimiento económico. Y también podría reorientar el gasto federal hacia inversiones de infraestructura pública a crédito. Con inflación baja puede impulsar el crédito barato. Crédito artificialmente barato que crearía una burbuja, pero es de suponer que tardaría más de ocho años en inflarse y estallar.
Trump es únicamente el Presidente temporal de una poderosa república con serios contrapesos al poder del Ejecutivo. Francisco es uno de los últimos gobernantes absolutos vitalicios de la tierra. Reina sobre un minúsculo Estado soberano rodeado de murallas físicas y jurídicas. Además –y es lo principal– encabeza una iglesia global, numerosa, antigua e influyente. El populismo de Trump no se propone la fantasiosa distopía que le atribuye Ivereigh. Trump se hizo populista y nacionalista para enfrentar a una izquierda elitista y cosmopolita, incapaz de entender que los palurdos pueblerinos que ostensiblemente desprecia osarían elegir un presidente que los representa.
Parte de lo que ofertó Trump fue demagógico. Otra parte implica cambios indispensables en los EE. UU. y el mundo para aproximarnos más a la economía de libre mercado. Y alejarnos del falso capitalismo neomercantilista. Otra parte sería crecimiento de corto plazo a costa de recesión futura; lo de costumbre. La combinación tal vez se salde con una administración exitosa. O tal vez no. Pero no traerá miseria, escasez, enfermedad y hambruna. La fantasía económica de Ivereigh –que no son sino su interpretación de la visión económica del Papa Francisco– lo único que materializaría en la realidad sería escasez, miseria y hambre de mayorías sojuzgados brutalmente por minorías privilegiadas, actuando en nombre de buenas intenciones y hermosas fantasías.