Personalmente considero que el objetivo ético del hombre es su propia felicidad. Felicidad que depende poco del disfrute de los sentidos y mucho del desarrollo del potencial intelectual y moral de cada cual. Ni original, ni novedoso. Es parte de una tradición moral –filosófica y teológica– de individualismo, tolerancia y paz que al secularizarse entre el siglo XVIII y XIX se comenzó a denominar liberalismo. Buen nombre para valores que emergen con la evolución de la propia civilización y que, como aquélla, son tan brillantes y exitosos como recientes y frágiles en nuestra todavía muy salvaje especie. Después de todo y como afirmara José Ortega y Gasset en La rebelión de las masas:
“El liberalismo —conviene hoy recordar esto— es la suprema generosidad: es el derecho que la mayoría otorga a las minorías y es, por tanto, el más noble grito que ha sonado en el planeta. Proclama la decisión de convivir con el enemigo; más aún, con el enemigo débil”
Es importante recordar que la abrumadora mayoría de las personas se aferra a sus convicciones morales sin necesidad de fundamentarlas racionalmente. A nadie extraña que se aprenda y adopte la moral que prevalezca en la cultura en que se viva. Es así como los individuos se adaptan mejor al entorno social. Quienes introducen innovaciones morales pagan el coste social de asumir y defender lo que la mayoría rechazará o despreciará. Al menos al principio. Y aunque a largo plazo, tenderemos a adoptar de una u otra forma las tradiciones morales de los pueblos más exitosos. Es selección adaptativa. No hay garantías. Civilizaciones enteras han colapsado mientras los individuos que las conformaban se empeñaban en las acciones por las que mejor se adaptaban a su entorno social. Las ideas tienen consecuencias. Y cuando las ideas equivocadas prevalecen, adoptarlas será útil para cada individuo que lo haga. Pero su generalizada aceptación social producirá negativos efectos agregados deplorables para todos y cada uno.
Es claro que hay fuertes motivos emocionales por los que malas ideas morales pueden ser ampliamente aceptadas. Y buenas o males, las más importantes ideas son creencias que explican la moralidad del propio orden social. Muchas personas se aferran emocionalmente a ideas morales tan profundamente equivocadas que atacan las bases mismas de la civilización. Inútil será explicarles teóricamente o mostrarles históricamente que propiedad privada y mercado libre son los únicos medios para sostener la vida de miles de millones de seres humanos en condiciones superiores a las de cualquier otro orden social. Infructuoso enfrentarles a la imposibilidad de obtener el elevado producto material de la economía de libre mercado en ausencia de propiedad privada, dinero y precios libres. Jamás aceptarán la necesaria correspondencia entre un sistema de mercado, su adecuado marco moral y legal y sus frutos materiales e intelectuales. Porque teoría económica y experiencias históricas que contraríen sus utópicas aspiraciones serán “el susurro del mal” para los creyentes de la supuesta maldad moral del orden social libre. Y la supuesta bondad moral de la utopía totalitaria.
Lo maligno en el socialismo es una primitiva aberración moral que no deja de encontrar asideros en occidente. Doctrinas teológicas filo marxistas como la teología de la liberación aparecen una y otra vez entre católicos y protestantes. Las anteceden grandes herejías comunistas cristianas medievales y renacentistas que inician la tradición revolucionaria comunista. Socialismos religiosos revolucionarios se sustentaron en la supuesta revelación del espíritu santo. Y en textos sagrados de religiones orientales, sincretismos neopaganos, iluminismos hermético-gnósticos y racionalismos iluministas. No deja de ser una religión de esa tradición el materialismo profético y dogmatico rigurosamente ateo de Marx. La más influyente actualmente es precisamente esa tradición revolucionaria de inmanente escatológica profética que llegó a desligarse de su origen herético cristiano y negar su naturaleza de religión, sin perder su feroz dogmatismo. No hay otra manera de profetizar la futura inevitabilidad y perfección material y moral de algo cuyas materializaciones únicamente ocasionaron destrucción material y moral.
Ya que desde hace siglos no deja de intentarse para concluir siempre colapsando entre miseria y destrucción. ¿Cómo logra la mentalidad socialista ignorar olímpicamente los exterminios criminales consubstanciales a sus revoluciones, siglo tras siglo? ¿Cómo termina siempre por negar el carácter socialista de innegables fracasos que primero glorificó como la revolucionaria materialización nueva y finalmente auténtica del socialismo? ¿Cómo puede ocultar, negar, minimizar y sobre todo, justificar crímenes genocidas espantosos en revolución tras revolución? ¿Cómo puede aferrarse a denominar socialismo, sistemas mixtos razonablemente eficientes que no adoptan de lo que se puede llamar socialismo sino lo secundario y de lo que es razonable llamar capitalismo lo principal? Pues aferrándose a una arrogante fantasía de omnipotencia mental. Negando la realidad misma. Sin asidero teórico o histórico en la realidad, lo imaginan fuera. Y se empeñan en creerlo.
El liberalismo no es fantasía perfecta de heroica grandeza irreal. Forzar criaturas imperfectas en sueños de perfección garantiza pesadillas. El ideal liberal es modesto y posible. Producto imperfecto de la siempre renovada observación, identificación y estudio teórico de tradiciones institucionalizadas que aseguraron el éxito evolutivo a las sociedades que las adoptan ampliando las posibilidades de desarrollo de una vida libre, mediante la valoración moral de la dignidad del individuo. No es casual que las sociedades más exitosas sean aquellas en que mayor cantidad de imperfectos individuos diferentes y reales desarrollan más y mejor sus capacidades al perseguir su propios fines. El colectivismo de la utopía socialista pretende perfectos e idénticos hombres nuevos en una perfecta tierra nueva. No sin antes martirizar los hombres y la tierra que realmente existen. Pero nunca hay hombre ni tierra nuevos tras el martirio. Solo espectros y desiertos martirizados por una estafa. La radical inmoralidad del socialismo reside en que:
- Su gloriosa promesa de perfección futura es mentira.
- La destrucción y sacrificio sin fin son su única verdad.
- Y su único resultado inevitable será siempre la miseria material y moral más abyecta.