Únicamente un completo idiota cree peores los vicios de sistemas mercantilistas cargados de autoritarismo, corrupción y violencia criminal, al infierno colectivista del totalitarismo socialista. Tontos útiles del socialismo se niegan a ver que cuando la libertad desaparece, los gobernantes necesariamente adquieren desprecio absoluto por la vida de todos y cada uno. El totalitarismo no se limita a violencia criminal y corrupción, es institucionalización del crimen como fundamento del estado de legalidad, que no de Derecho.
Mao afirmó en el congreso del partido comunista chino el 17 de mayo de 1958: “No hay que hacer tanto alboroto por una guerra mundial (…) Que la mitad de la población desaparezca (…) ya ha ocurrido varias veces en la historia de China. (…) Lo mejor sería que quedara la mitad de la población, lo siguiente mejor, que quedara un tercio”. Tal desprecio por la vida se materializó en sacrificar voluntariosamente cualquier cantidad de vidas por irrealizables objetivos de producción. En El Gran Salto Adelante, el propio Mao explicó el 21 de noviembre de 1958 que: “Trabajando de esta manera (…) es probable que media China tenga que morir; si no la mitad, una tercera o una décima parte”.
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No debería extrañarnos que sus víctimas –todos y cada uno de sus gobernados– terminaran por denunciar a cualquiera sin motivos y confesar lo que no habían hecho. Creían al arresto prueba irrefutable de culpabilidad, incluso ante sí mismos. Una vez que la víctima renuncia a sí misma, será secuaz denunciante y verdugo voluntario. Pero sobre todo, será un prisionero, donde quiera que esté. Únicamente gobernando sobre hombres sin esperanzas se perpetuará el fracaso de algo inviable económicamente e imposible en sus propios términos.
Y sin embargo, Han Dongfang intentó fundar la primera federación de trabajadores independientes de la Republica Popular China durante las protestas estudiantiles de la plaza Tiananmen en 1989. Los obreros sufrieron el abierto rechazo de los estudiantes y la más brutal represión del poder. Obreros, no estudiantes, fueron los primeros ejecutados sin mayor trámite. Han se entregó a la policía de Beinjing negándose a confesar los crímenes que se le imputaban; fue incomunicado durante meses, alimentado forzosamente con sonda gástrica al intentar una huelga de hambre, encarcelado con criminales comunes, y encerrado con enfermos de tuberculosis para contagiarlo. Su libertad condicional evitó que un disidente que fue noticia internacional muriese en prisión. En la confesión que debía firmar para acompañar la libertad bajo palabra, en lugar de firmar, escribió “me niego a cooperar”. De inmediato presentó al Congreso nacional del Pueblo una petición de derechos para los trabajadores. Rebeldía en obreros es intolerable a un poder totalitario que se instauró en su nombre. Intolerancia compartida por intelectuales y estudiantes, más o menos, disidente.
Al instaurarse esos sistemas muchos murieron antes de aceptar la reeducación. Pero la mayoría se sometió y se perfeccionó en la sumisión. El sistema deshumaniza al prisionero, manteniéndolo hambriento, débil, agotado y consciente de depender para todo de sus guardianes. El verdugo hace de cada prisionero cooperador de la tortura y víctima de otros prisioneros. La supervivencia se reduce a la capacidad del prisionero para demostrar que cree en su culpa y justificar a sus verdugos.
Hay quien resiste aquello sin someter su conciencia, ni aceptar su inexistente crimen. Para eso no están preparados los esbirros del totalitarismo. Lo normal al poder totalitario, como explica Solzhenitsyn, es no encontrar resistencia en sus víctimas:
…parece que hubiera bastado con enviar una notificación a todos los borregos designados y ellos mismos se habrían presentado sumisamente a la hora señalada (…) Durante varias décadas, en nuestro país las detenciones políticas se distinguieron precisamente por el hecho de que se detenía a gente que no era culpable de nada y que por lo tanto no estaba preparada para oponer resistencia. (…) Incluso en el peor momento de la epidemia de detenciones, cuando al salir a trabajar los hombres se despedían de sus familias cada día, pues no podían estar seguros de volver por la tarde, incluso entonces apenas se registraban fugas (y menos aún suicidios). Así tenía que ser: de la oveja mansa vive el lobo.
El terror genocida crea tal temor en la sobreviviente víctima potencial que la hace cómplice por omisión, y de exigírsele por acción, del poder totalitario. No podía ser de otra forma desde el momento que había rendido su conciencia. El Gulag o el Lao Gai, como cualquier otro sistema de reeducación totalitario, son la expresión más dura de una sociedad que es una gigantesca y absurda prisión para la destrucción de la individualidad. En realidad, todos los que caen bajo un gobierno socialista revolucionario son prisioneros de una vida absurda, gris y sin sentido, que hace a cada cual carcelero de sí mismo. Ir a prisión es ir al infierno de las celdas de castigo, cuando ya vives en prisión. Y sin embargo, incluso el Gulag soviético y el Lao Gai chino encontraron personas comunes y corrientes que resultaron seres extraordinarios, imposibles de someter.
A nadie se puede exigir que soporte la tortura que el esbirro totalitario eleva al estadio del arte. Pero ocasionalmente tropieza el verdugo con quien había interiorizado ser el único dueño de su conciencia, y dando todo lo demás por perdido, la conserva a cualquier costo. La primera libertad emerge del surgimiento de esa conciencia de individualidad y a ella se reduce la última libertad posible. Solzhenitsyn la explica como la firme convicción de que “mi espíritu y mi conciencia son lo único que aprecio y que me importa.” Es la suprema virtud moral, a la que aspiran en verdad muy pocos, y que los menos de entre ellos alcanzarían realmente.
Sí. Bajo el socialismo todos son prisioneros, víctimas, cómplices y verdugos, pero unos lo son más que otros. La estafa socialista que hace del igualitarismo envidioso su razón de ser es realmente muy desigual, incluso en sus peores miserias.