Distinguió a la escolástica concebir que la ley natural se pudiera deducir de la propia naturaleza humana mediante la razón. La ventaja que tales filósofos morales obtenían de su teología era la noción de pecado de la que deducían una razón poderosa aunque imperfecta. El racionalismo cartesiano llega a imaginarla capaz de reconstruir racionalmente la tradición moral heredada. El racionalismo crítico de la ilustración escocesa entiende la razón humana como limitada. Deduciendo que es de un proceso evolutivo, no del todo racional, que obtenemos normas morales de las que dependemos para subsistir en un orden civilizado.
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Reinterpretando ese racionalismo crítico de la ilustración escocesa Friedrich Hayek realiza una reconstrucción conjetural de la evolución moral. La clave es la coexistencia solapada de dos códigos morales mutuamente excluyentes, pero conciliables en la interdependencia de los diferentes tipos de organización social en los que evolucionaron. Para Hayek:
“Nuestros instintos morales, nuestros sentimientos espontáneos, han evolucionado durante probablemente cerca de un millón de años, que la raza humana dedicó a la caza menor y a la recolección en grupo. La gente no sólo se conocía cara a cara, sino que también actuaba en conjunto tras objetivos claros y comunes. Fue durante este largo período, que precedió al desarrollo de lo que llamamos civilización, que el hombre adquirió sus respuestas genéticas.”
Tal orden colectivo tribal eventualmente dio paso a la civilización en el sentido que fue subsumido en aquella. Subsiste en su ámbito propio un adaptado orden tribal con su atávica moral instintiva. Porque como aclara el propio Hayek “fue la evolución de la propiedad, de los contratos, de la libertad de sentimiento con respecto a lo que pertenece a cada uno, lo que se transformó en la base de lo que yo llamo civilización”.
La realidad del asunto es que el forzado altruismo, colectivismo y obediencia que permiten el funcionamiento de los pequeños grupos tribales altamente cohesionados dependen de su aislamiento y xenofobia. Con la reducción de temores xenófobos evolucionó la sociedad a gran escala. El altruismo de un pequeño grupo es de imposible extensión práctica a los extraños al mismo. Como indica el profesor Julio Cesar de León Barbero:
“la violencia inherente al espíritu tribal. Parece una contradicción, dado el énfasis que la tradición comunitaria hace en el amor, la mutua identificación, la solidaridad y el interés por el otro. No. No hay contradicción sino una total congruencia. Veamos. El amor y la solidaridad no pueden sino posibilitarse únicamente en relaciones cara a cara, íntimas, personales. Vale decir, hacia el interior del intragrupo y las relaciones con los pares. Pero estos mismos sentimientos hacen que el hombre tribal sea desconfiado de todo lo que es ajeno a su grupo. Lo que es peor, que considere una auténtica amenaza la simple existencia de otros individuos o tribus, por lo que hacia el exterior se manifiesta, de hecho, desconfianza, recelos, enemistad y, en último término, violencia.”
Fue extraordinario que emergiese una moral cuyas normas abstractas permitieran al desconfiado xenófobo tribal cooperar pacíficamente con miembros de otras tribus. Sin incluirlos en normas aplicables exclusivamente a su propia tribu. La conveniencia de interactuar —especialmente comerciar— con otras tribus, nos parece obvia como beneficiarios del orden civilizado. No sería obvia en órdenes sociales primitivos, con escaso número de individuos, tecnologías simples y mínima división del trabajo.
Nada de lo que emergió como civilización pudo siquiera ser imaginado por quienes lo adelantaron. Pero la moral que permite el funcionamiento del orden extenso no es sino una serie de normas de conducta que permiten la interacción pacífica y constante entre hombres que se conocen poco. Habría evolucionado por intercambios comerciales pacíficos entre individuos de diferentes grupos tribales. Y por el sojuzgamiento político violento de unas tribus por otras. Nada de ello fue planificado, ni pudo ser imaginado siquiera por quienes lo adelantaron. Cambios en la religión pudieron facilitar esa evolución moral.
Coexisten en la sociedad extensa dos códigos morales. El tribal más antiguo del altruismo y la acción común bajo un mando único. Implica identificación de igualdad de resultados con justicia y moral orientada a la legitimación de la envidia. —Anhelos atávicos de imponer esa moral primitiva sobre la sociedad extensa es lo que Hayek entiende por socialismo— Y está el código moral universal de la sociedad extensa. Normas abstractas e impersonales y una moral de derechos inherentes a todo individuo. La persecución egoísta del bien propio se pone involuntariamente al servicio del bien ajeno cuando el aislamiento xenófobo da paso al intercambio comercial y la división del trabajo. Es mucho menos cálida la moral del orden extenso, pero es la única que permite a individuos que no se conocen cooperar pacíficamente. Y de ella emerge un orden capaz de dar sustento y bienestar a miles de millones de seres humanos.
Pero limitada a su propio ámbito natural. Subsumida dentro de la moral del orden extenso. La moral tribal ya no es aquella que reconstruida como atavismo destructivo por el resentimiento envidioso de los intelectuales se racionaliza en socialismo. Es otra la que ha evolucionado como fuente de tradición de gran valor para el dinámico equilibrio del orden espontaneo de la civilización. La solidaridad y el altruismo tienen un espacio libre de envidia en la civilización que no confunda justicia con igualdad. Porque la civilización misma es un increíble y asombrosamente afortunado resultado imprevisible de la selección adaptativa de las acciones de quienes no podían siquiera imaginarla.