Citando el elogio fúnebre a los caídos el primer año de la Guerra de Peloponeso, Tucídides nos dice que para explicarles su causa, Pericles les recordó a sus compatriotas algo que –incluso compartiendo cultura, idioma y religión común– los diferenciaba radicalmente de sus enemigos lacedemonios:
“En nuestras relación con el Estado vivimos como ciudadanos libres y, del mismo modo en lo tocante a las mutuas sospechas propias del trato cotidiano, nosotros no sentimos irritación contra nuestros vecino si hace algo que le gusta y no le dirigimos miradas de reproche, que no suponen perjuicio, pero resultan dolorosas. Si en nuestras relaciones privadas evitamos molestarnos, en la vida pública, un respetuoso temor es la principal causa de que no cometamos infracciones, porque prestamos obediencia a quienes se suceden en el gobierno y a las leyes, principalmente a las que están establecidas para ayudar a los que sufren injusticias y a las que, aun sin estar escritas, acarrean a quien las infringe una vergüenza por todos reconocida.”
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No menos interesante es que en el año 91 A.d.C. Cicerón, apoyándose en Catón el viejo, afirme sin duda alguna que:
“…nuestra república romana no se debe a la creación personal de un hombre, sino de muchos. No ha sido fundada durante la vida de un individuo particular, sino a través de una serie de siglos y generaciones. Porque no ha habido nunca en el mundo un hombre tan inteligente como para preverlo todo, e incluso si pudiéramos concentrar todos los cerebros en la cabeza de un mismo hombre, le sería a éste imposible tener en cuenta todo al mismo tiempo, sin haber acumulado la experiencia que se deriva de la práctica en el transcurso de un largo periodo de la historia.”
Ya en la antigüedad clásica se comienza a relacionar en occidente el imperio de la Ley consuetudinaria y la libertad individual. Lo que definamos y materialicemos como libertad dependerá de lo que entendamos por Derecho. Aunque los antiguos entendían que libre era quien no siendo propiedad de otro, pertenecía a un orden político y jurídico como miembro de un Estado soberano. Así sería tan libre un ateniense como un espartano. No es esa la que defiende Pericles, según Tucídides.
No menos impresionante es que Cicerón entendiera al Derecho como producto de un orden espontaneo, ni lógico ni teleológico, sino producto de la costumbre, la moral y la praxis jurídica misma. Con esos dos conceptos definimos libertad como el ámbito privado protegido del individuo ante sus congéneres; especialmente ante Estado y religión. En eso, y no otra cosa, hasta nuestros días los liberales coincidimos como libertad individual materialmente posible en el orden social en que el Derecho la proteja.
Los enemigos de la libertad usan la confusión entre este concepto y poder para defender las restricciones a la libertad como vía de falsa redistribución del poder. Su estafa es prometer imposibles. Como que la invasión de un poder ilimitado al ámbito privado que define la libertad de todo individuo, lograría más para los más débiles. Los socialistas además de confundir libertad y poder retoman la antigua identificación de libertad del Estado con la de los súbditos. La libertad del Estado es su soberanía ante otros Estados, e incluye ser libre de conculcar la de los súbditos. Bajo un gobierno foráneo puede regir el imperio de la ley mejor que bajo uno local. Fueron menos libres tras la descolonización de mediados del siglo pasado los súbditos de algunos nuevos estados soberanos de lo que habían sido bajo gobiernos coloniales. Es frecuente que la libertad de la Nación sirva de excusa para someter a sus nacionales a injustificables restricciones a su libertad.
Que la libertad se defina por la participación en la elección de nuestro propio gobierno soberano –y se incumple en socialismos revolucionarios que lo cubren confundiendo soberanía del Estado con dignidad del ciudadano– es algo claramente desmentido por la elección de gobiernos totalitarios por el voto mayoritario en elecciones libres. La democracia permite a la mayoría votar a quienes abierta o veladamente propongan acabar la libertad.
Abrahan Lincoln en plena guerra civil rozo la violación de la Constitución tanto para la suspensión del Habeas Corpus como para la Proclama de Emancipación. El astuto abogado que fue Lincoln entendía lo que separaba las partes en la guerra civil que sufrieron los EE.UU. Por eso afirmó que:
“El mundo no ha tenido nunca una acertada definición de la palabra libertad (…) Todos nos pronunciamos por la libertad, pero cuando usamos la misma palabra no le damos idéntico significado (…) Existen dos cosas no solamente diferentes sino incompatibles, que designamos con el termino libertad.”
Hacia 1887 Lord Acton, definió libertad como “la seguridad en torno a la protección que cada cual disfrutaría para hacer lo que crea su deber ante la presión de la autoridad, la mayoría, la costumbre y la opinión” para concluir que la libertad de un país se debería medir “por la seguridad que tuviesen sus minorías”. Por lo que bien definía Friedrich Hayek la libertad como “aquella condición de los hombres por la que la coacción que algunos ejercen sobre los demás queda reducida, en el ámbito social, al mínimo.
La paradoja de la libertad humana no es que paz civil, prosperidad y justicia únicamente sean materialmente posibles bajo del imperio del Derecho que garantiza la libertad y la propiedad individual como limite al poder. Es que entre quienes más la disfrutan tiendan a estar los más dispuestos a perderla frívola y caprichosamente, mientras que entre quienes nunca la tuvieron o la han perdido ya, tiendan a estar quienes mejor la entienden y más la valoren.