Me preocupa el populismo proteccionista y la inclinación autoritaria del presidente Trump. Pero me guste o no, encabezó la reacción contra algo mucho peor. Algo que sí es mi enemigo. Algo que hace a todo socialista antioccidental políticamente correcto odiarlo a muerte. Trump es el enemigo de mi enemigo.
Sé que no hay tendencia librecambista alguna en la red de tratados de “libre comercio” a la que opone Trump un difuso proteccionismo nacionalista. Son dos formas de intervencionismo comercial enfrentadas. La transnacional con nueva agenda ideológica y la nacionalista del pasado. Versiones del fallido mercantilismo, diferentes pero equivalentes. Y no olvido que quienes aplaudían –o callaban– los excesos autoritarios de Obama en la peor administración de la historia de los EE.UU. se escandalizan cuando Trump usa el poder que validaron al Ejecutivo.
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Si la administración Trump intenta lo que Hispanoamérica hizo en la segunda mitad del siglo pasado –crecimiento auto centrado intensamente proteccionista– fracasará. Si surfea su ola proteccionista con medidas emblemáticas de bajo impacto, impulsa desregulación, reducción de impuestos, y competitividad tecnológica, tendrá éxito. El equilibrio entre mejorar la competitividad y atraer inversiones y la compensación de afectados por la prolongada recesión que son su base electoral, es el desafío del Trump.
El peligro para EE.UU. es el creciente poder del Estado sobrepasando barreras constitucionales. De la abrumadora capacidad del Ejecutivo para espiar sin control a sus propios ciudadanos, al peligro de una Corte Suprema controlada por el activismo judicial de la doctrina “progresista” radical. No es de esperar que la nueva administración debilite sino que aproveche la NSA que la anterior hizo crecer como nunca. Pero está conjurando el de una Corte Suprema entregada al totalitarismo políticamente correcto. Para quien entienda los pesos y contrapesos constitucionales y políticos de los EE.UU. no es poco.
Las mayores amenazas totalitarias a la libertad, diversidad y prosperidad de la civilización occidental, son el islamismo radical y el marxismo revolucionario. Núcleos radicales fanáticos buscando condicionar mayorías en una corriente cultural más amplia. El marxismo sobrevivió al colapso de su fallida civilización soviética. Marxista tardío y post soviético es el centro de gravedad y núcleo irradiador para casi toda fuerza disruptiva en la civilización occidental.
En mi país, Venezuela, las grandes universidades públicas eran soviets de intolerancia en que se quemaban libros y se impedía violentamente que se expresara quien pusiera en duda el dogma. Perdieron las universidades cuando llegaron al poder. Pero el socialismo que nos hunde en la miseria estableciendo la dictadura se forjó en aquellas universidades. Islas de socialismo radical totalitario en un mar de socialismo democrático moderado. Quienes viven bajo el socialismo que impidió violentamente una conferencia de Carlos Rangel, cuando la Universidad era lo único que gobernaban, entienden el peligro del que universidades devengan Soviets. Así se irradia el evangelio de odio e intolerancia historicista.
La escalada de la interminable pataleta infantil de la izquierda de los EE.UU, es más violenta en sus secciones de asalto universitarias. Su fanatismo historicista está tan ofendido por la derrota de Clinton que se les han suspendido exámenes para que se recuperen “emocionalmente”. Exigen “espacios de sanación” para lloriquear cuando alguien que no repita el dogma, hable en un campus. Creen que la historia tiene propósito y progresa por la dialéctica lucha de clases –El marxista, a conveniencia agrega o retirara a las nunca bien definidas clases sociales de Marx, cualesquiera clases y luchas dialécticas históricas y anti-historicas que requiera– Creían al Obamismo histórico y a Hillary Clinton la escalada de esa historia. Trump se les antoja anti histórico; los confunde y enfurece.
Que niños ricos, blancos, anglosajones y de origen protestante impidan con protestas vandálicas la conferencia en la Universidad de Berkeley de un periodista de origen griego, británico, católico, mitad judío y homosexual con pareja de raza negra ¿Fue un ataque fascista, racista y homofóbico? No según los “progresistas” que protestaban. Dicen que el fascista, homofóbico y racista es el periodista. Impedir que hable Milo Yiannopoulos violentamente es “antifascista”. Así piensan del activista al tonto útil promedio del marxismo tardío que controla como soviets las mejores universidades de EE.UU. El 20 de enero en protestas contra una conferencia de Yiannopoulos en la universidad de Washington un activista promedio cualquiera disparó contra alguien desarmado y alegó “autodefensa” por parecerle la víctima de su intento de asesinato supremacista blanco. Yianipolulos se negó a suspender en Washington sin importar el riesgo. En California fue la Universidad la que lo silenció
No hay peor término que “marxismo cultural” para definir al sincretismo religioso tardo marxista. Es otra racionalización de la envidiosa aspiración retrograda de igualitarismo primitivo a que se reduce todo socialismo. Los marxistas lucharon por controlar los centros de la cultura mucho antes que Gransci lo teorizase. No es nuevo. Lo nuevo –hoy viejo– fue que en el primer tercio del siglo pasado otros socialistas totalitarios –fascistas y nacionalsocialistas– descubrieron mejores estrategias para encabezar la cultura y alcanzar el poder. Fue temporal, pero desde entonces acusan de fascismo a cualquiera que amenace su hegemonía sobre lo que, más o menos, logren controlar como un soviet.
No son incidentalmente autoritarios y potencialmente intolerantes. Son fanáticamente totalitarios y agresivamente intolerantes. El intento de asesinato en Washington no es un evento aislado de un fanático, es un “exceso” de un activista típico. Su doble moral es obvia y peligrosa, pero pueden enmascararla. Pueden ser pragmáticos, realistas y pacientes para avanzar en poder político e influencia cultural. Son el enemigo interno y su reacción histérica ante el inesperado y para ellos “anti-histórico” triunfo de Trump los ha forzado a mostrarse como lo que realmente son. El enemigo de mi enemigo no necesariamente es mi amigo. Pero el enemigo de la civilización occidental siempre será mi enemigo, por definición. Cuando lo que nos estamos jugando es la propia civilización occidental, la única en que realmente han prosperado libertad y diversidad, hay que tener claro quién es el enemigo