La pataleta infantil interminable que el grueso de los demócratas mantiene tras la victoria de Donald Trump será, como mínimo, un pie de página notable en la historia política de los EE.UU. Jamás se vio antes algo así, en las calles o en los medios. Con su toma de posesión ante el Capitolio, Trump será la estrella del largo funeral del obamismo en que activistas callejeros, medios masivos, intelectualidad y hollywoodenses millonarios no dejan de llorar y gritar como histéricas plañideras.
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Trump podría iniciar su administración con un contundente alegato histórico contra la era de mentiras y fracasos de Obama. Su personalidad atenta contra él mismo en ese objetivo. Pero es innegable que pese a bien logradas e hipócritas manipulaciones como la de Meryl Streep, los fuereños a Beverly Hills, los ciudadanos de a pie, tienen razones para celebrar el fin de la administración Obama.
Con la salida de Obama concluyen ocho años con una crisis cuya falsa superación se anunció con bombo y platillo. Los fantasmas del racismo, la intolerancia, la violencia criminal, la corrupción, el abuso de poder político y policial, así como la violencia política radical, los resentimientos y la división se exacerbaron en una escala no vista en mucho tiempo. Obama logró durante su segundo mandato profundizar las divisiones que había creado en el primero. Y crear nuevas hasta fraccionar su país entre múltiples facciones enfrentadas. Los Estados Unidos estuvieron profundamente divididos en la guerra civil. Pero nunca, ni en la difícil década de los 60, habían estado tan fraccionados.
Los estadounidenses están más divididos, son más pobres y están más endeudados que hace ocho años. Al 1 % de élites financieras contra las que concentró su retórica la administración saliente y sus propagandistas le fue mejor que nunca. El Dow Jones superó cotas de la burbuja inmobiliaria y los traficantes de dinero contra los que acampaban en Wall Street los que ahora gritan contra Trump, ganaron en los últimos ocho años más dinero que nunca antes.
Lo políticos mienten. Pero es raro que logren hacer todo lo contrario a lo ofrecido saliéndose con la suya sin dar explicaciones. El amigo de los emigrantes en ocho años expulsó del país a 2 millones y medio. Concluye su mandato poniendo fin a la política de “pies secos pies mojados” y la Parole para médicos cubanos. Bajo Obama el muro entre México y EE.UU. creció en extensión, sistemas de video, sensores de movimiento y personal de patrullaje fronterizo. Si Trump logra completarlo como prometió, estaría ampliando y concluyendo la obra de su predecesor.
La prisión de Guantánamo que prometió ostentosamente cerrar al asumir la Presidencia está operando al 100 % cuando la deja. Sus promesas de paz para el Oriente Medio se tradujeron en una política irresponsable y errática que empeoró la interminable guerra civil en Irak y Siria. Sin lograr nada entre los palestinos, atacó por la espalda a Israel, debilitando la alianza más solida de los EE.UU. en la región. Ha empeorado la relación con la Federación Rusa tan torpemente como para fortalecer la geopónica de Putin. Su apertura a Cuba apuntaló la dictadura castrista, sin obtener nada a cambio. Concluye eliminando la política de refugio a los médicos cubanos en el exterior. Único golpe efectivo –sin costo para los EE.UU.– a prácticas neo-esclavistas del gobierno cubano.
Impulsó la rendición política del Estado colombiano ante las FARC, dando el soporte de Washington a la estrategia de La Habana para tomar Colombia a mediano plazo con un falaz tratado de paz que exacerbara la violencia en Colombia y apoyara el asentamiento de la dictadura socialista en Venezuela. Extraordinario apoyo al nuevo disfraz que adopta tras las derrotas y el reflujo el antiamericano proyecto continental del Foro de Sao Paulo. Con apoyo solapado y temporal de Washington, el antiamericanismo nunca había crecido tanto. Esperar lo contrario era una ingenuidad absurda.
Incrementó deuda y gasto sobre estándares del segundo Bush. Para un político que decía ser el adalid de la esperanza y el cambio, lo que hizo y lo que de ello resultó no se puede calificar sino de estafa y fracaso. La lógica respuesta eleva al poder finalmente al indiscutible outsider cuyo peligro sería la materialización del discurso proteccionista. Pero seamos francos. Los tratados de comercio administrados imponiendo clausulas ideológicas del consenso socialdemócrata, extorsión del acceso a mercados del obamismo, no fue precisamente libre comercio.
A pesar de todo, por Trump o tras Trump, aquello tiene solución de corto plazo. No la tiene, al menos a corto plazo, la profundización de los odios y el resentimiento por el ataque profundo y efectivo contra las bases morales de la sociedad estadounidense. Retomando la agenda cultural de Clinton que no llegó a revertir el segundo Bush, Obama atacó exitosamente las bases mismas de la República con una agenda de autoritarismo políticamente correcto. Anclado a la aceptación de los mitos políticos que han hundido a tantos países en el tercermundismo en el corazón mismo de la economía más grande y prospera del planeta. Ese es su verdadero legado.