
EnglishTal vez el capitalismo esté en el umbral de su definitiva globalización, y de ser así implica algo tan inconmensurable y extraordinario que la casi totalidad de quienes hablan hoy de globalización no pueden siquiera imaginarlo. Quizás nos encontremos en el umbral de un fenómeno histórico tan o más importante que la revolución industrial, un fenómeno que borraría todo lo que damos por hecho como referencia política y económica usual, y del que emergerían nuevas relaciones de poder entre estados y nuevos flujos de inversión, comercio y consumo en direcciones hasta hace poco inimaginable y en magnitudes que nos resultan tan inconmensurables que apenas podemos imaginar algunas de las más evidentes consecuencias del que algo así llegase a ocurrir en nuestro tiempo.
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Por ejemplo, todavía entendemos el mercado energético en términos del acaparamiento del petróleo a nivel global por petroestados miembros de la OPEP para especular con el alza de precios, y la producción alternativa de petróleo por inversiones paralelas en el resto del mundo, mientras imaginamos –como promesa o amenaza– la eventual sustitución del petróleo por otras fuente de combustibles.
Pero en el escenario alucinante del que hablamos sería más factible un nuevo mercado energético con una demanda tan enorme que la oferta de múltiples fuentes crecientes de energía paralelas crezca hasta llegar a espacios de mercado mucho mayores a los que ocupa el petróleo hoy, al tiempo que el mercado petrolero sigue creciendo paralelamente por muchas décadas sin ser capaz de satisfacer la nueva demanda de energía y sin atisbo de desaparecer del mapa por mucho tiempo.
Puedo imaginar un mundo en que el crecimiento de economías emergentes como China, India y Malasia podría conducir efectivamente a que en dichos mercados la mayoría de la población acceda en las próximas décadas a niveles de consumo similares a los de la Europa Occidental contemporánea, y en que nuevos marcos institucionales puedan integrar la totalidad de su población en el desarrollo capitalista moderno sin generar grandes economías informales paralelas por el alto coste de la legalidad que prevalece en Rusia, gran parte de la antigua órbita soviética y el mundo en vías de desarrollo, como lo explica Hernando De Soto:
“La crisis del capitalismo fuera de los países avanzados no se debe a que la globalización internacional esté fracasando sino a que los países en vías de desarrollo y los que salen del comunismo no han podido “globalizar” el capital en sus territorios. La mayor parte de las personas en estos países ve al capitalismo como un club privado, un sistema discriminatorio que sólo beneficia a Occidente y a las élites que viven dentro de las campanas de vidrio instaladas en los países pobres. Puede que más personas en el mundo estén calzando zapatillas Nike y exhibiendo relojes digitales, pero aun mientras consumen mercadería moderna son harto conscientes de que todavía deambulan por la periferia del juego capitalista, sin participación real en él”.
Porque si no fuera por la vía de los enclaves capitalistas privilegiados en economías socialistas primitivas empobrecidas, sino por la del capitalismo integral –no exento de grandes dificultades ciertamente, pero capaz de producir riqueza para todos– que se desarrolla a gran escala en el capitalismo asiático, ahí dónde hasta hace pocos años sólo había restos de economías precapitalistas solapándose con socialismo y pobreza, la globalización capitalista finalmente sería indetenible en la medida que otras grandes economías emergentes asiáticas primero, pero finalmente africanas y sudamericanas también, surgirían emulando el proceso de aquellas en la medida que sea exitoso.
Los problemas políticos e institucionales sobre la titularidad, propiedad e instituciones que sufre el tercer mundo y los restos del imperio soviético son prácticamente los mismos que sufrían los Estados Unidos hace 100 años. De solucionarlos de similar forma, su crecimiento económico llegaría a ser equivalente. El aumento del consumo en Asia ocurre porque miles de millones de personas están pasando de la leña, los candiles, la tracción de sangre y las bicicletas a la luz eléctrica, los electrodomésticos y el transporte automotor.
Hasta 1985, el 7% de las familias de la República Popular China tenía refrigeradores en sus viviendas mientras que actualmente el número de hogares que lo tienen supera el 85%. En la India en número de automóviles ya se triplicó cada década. Tan atrás como en el informe de la Cumbre Mundial sobre desarrollo sustentable de las Naciones Unidas del 2002 nos decía que “Se sumarán 200 millones de vehículos al parque automotor mundial si la cantidad de automóviles en circulación en China, la India e Indonesia alcanza la media mundial actual de 90 vehículos por cada 1.000 personas, aproximadamente el doble de la cantidad de automóviles que circulan actualmente en los Estados Unidos de América”, entonces las estimaciones más conservadoras indicaban que entre China, la India y el Sudeste de Asia se podrá hablar de una clase media comenzando a acercarse a los niveles occidentales de consumo del orden de las 300 a 400 millones de personas, y de hecho ya está ocurriendo.
De mantenerse el proceso será el de una nueva revolución industrial con la capacidad de integrar a la primera línea de la economía capitalista contemporánea a más de la mitad de la población mundial que se mantenía en los márgenes de dicho sistema de producción y consumo.
El mundo nunca fue tan próspero como lo es hoy, jamás tantas personas fueron arrancadas de la secular pobreza. Podemos estar a pocas décadas del fin de la pobreza, pero es únicamente una posibilidad, la historia no está predeterminada en forma alguna por fuerzas místicas como creen sus falsos profetas, pero el capitalismo global –vistos sus verdaderos frutos y contrastados con los verdaderos frutos del socialismo– es el ideal por el que vale la pena luchar y el futuro que vale la pena construir. Después de todo, tampoco estamos predestinados a llegar siempre de últimos, pudiéramos colocarnos en poco tiempo en la primera línea de la siguiente revolución capitalista y producir niveles de prosperidad que hoy no se pueden siquiera imaginar, o podemos optar mayoritariamente por el socialismo y la consecuente miseria material y moral en que nos hundirá hasta que finalmente colapse por su intrínseca inviabilidad.