
Me sorprendió gratamente la victoria de la razón en el referéndum en Colombia, era improbable, no imposible, vimos otras bofetadas electorales de gente común a la alianza política, mediática e ideológica internacional que pretendió disfrazar de acuerdo de paz la rendición del Estado colombiano ante las FARC.
Mientras exista prohibición de drogas recreativas en los mayores mercados, mafias gigantescas emergerán y la derrota de una será el surgimiento de otra, la riqueza mafiosa implicará mayor corrupción y las mafias con discurso y proyecto político-militar totalitario, como las FARC, tendrán ventaja sobre otras. Así, la paz será utópica, reducir y despolitizar la violencia no.
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La media Colombia que apenas superó al resto abofeteó a gran parte del establecimiento político internacional, a la intelectualidad izquierdista de occidente –escritores, profesores universitarios, y artistas– con la mayoría de quienes hacen la gran prensa internacional ideológicamente sesgada a la izquierda, y más dispuesta a apoyar los más totalitarios de sus aliados mientras más lejanos geográficamente estén.
Parte del Departamento de Estado dirigido por la actual candidata presidencial demócrata estadounidense, vio como aliados a terroristas marxistas militarmente derrotados, y los socialistas del Foro de Sao Paulo no lo podían desaprovechar. Sumar ex terroristas a la política con ventajas mafiosas, junto a la venganza ejemplarizante contra quienes los derrotaron por las armas, se ha visto de Argentina a Guatemala. Con una ventana de oportunidad así en Washington, lo intentan para Colombia, pues mientras en Washington fue más influyente esa facción, se negoció el acuerdo de la Habana.
Media Colombia vio claramente la estafa de Santos, él inició el proceso prometiendo paz sin impunidad y términó firmando impunidad sin paz. Era mentira que el acuerdo rechazado en las urnas garantizaba la paz, las FARC creían haber logrado además de impunidad, el mantenimiento de sus negocios de narcotráfico, minería ilegal, secuestros y extorsiones junto a un partido legal y multimillonario, con su propio brazo armado expandiéndose en Venezuela, además de una nueva Constitución de contrabando y señoríos territoriales con representantes censitarios, sin la molestia de ganar una elección, excepto en sus predios y sin competencia.
Eso no era paz, era la antesala de más violencia terrorista y de un asalto electoral al poder en que el multimillonario brazo legal protegido por el propio Estado y por el brazo ilegal armado capturaría después, de una u otra forma, los votos de la media Colombia que confiaban aprobaría el acuerdo.
Venezuela fue hasta hace poco arrogantemente rica y ha sido escandalosamente hundida en la miseria y el atraso en poco más de una década por el mismo proyecto político al que en Colombia le entregarían ventajas que garantizaban su eventual toma del poder. Y Venezuela fue el espejo de lo que sería Colombia si las FARC caminaban al poder sobre las tumbas perdidas de sus innumerables victimas a través de una mayoría desinformada y aterrada, para luego aferrarse al poder intentando armar el totalitarismo por etapas.
La arrogancia de la propaganda y desinformación local e internacional por el SÍ, que llegó a usar la terminología estalinista, fue una de las causas de su derrota. A quienes defendieron el NO se les tachó de “enemigos de la paz” “guerreristas” y “fascistas” terminología del Comintern, y por supuesto, de neoliberales que “matan de hambre bebés”, aunque bebés mueran de hambre realmente en la socialista Venezuela. Al polarizar agresivamente a la sociedad colombiana lograron que al NO se sumaran calladamente más votos, cada insulto, cada grosero abuso, cada genuflexión ante los terroristas, cada puñado de sal en las heridas de víctimas de las FARC, cada identificación con el socialismo del siglo XXI, cada actor y actriz en plan de “amante de la paz”, cada figurín intelectual o político de la izquierda internacional que pretendió sumar votos al SÍ en Colombia, sumó involuntariamente más votos al NO.
Casi todos los colombianos quieren la paz, a excepción de narcoterroristas que viven de la guerra, la desean la gran mayoría de los que, engañados por la propaganda u obnubilados por sus fantasías ideológicas neocomunistas votaron SÍ, y la desean más seriamente los que votaron NO, por fortuna para Colombia, y para todo el continente, los que más desean la paz y mejor la entienden fueron más, y votaron NO a una rendición que en lugar de una paz sin impunidad, garantizaba una impunidad sin paz.
Ahora, todo depende del par que se habían puesto de acuerdo, porque su estafa no pasó, Santos y su arrogante alianza política deberían entender que representan poco menos de medio país y que sin el resto no tienen legitimidad para renegociar, y el líder las FARC tendrá que aceptar la responsabilidad de sus innumerables crímenes, responder a todas y cada una de las familias de sus innumerables víctimas, aceptar la naturaleza criminal de su empresa, y entender que es su rendición incondicional, y su posterior incorporación a la política legal con garantías, y no la rendición del Estado la que se negociaría ahora, o tendrán que aceptar la responsabilidad de reiniciar la guerra. Ese sería el camino a la paz, pero me temo que intentaran repetir el engaño.
De la bofetada que les han dado los colombianos, la izquierda global buscará venganza, en la gran prensa seguirá desinformando, pero ya se ha roto su monopolio de la gran prensa por plumas como la de Mary Anastasia O´Gredy en el Wall Street Journal. Pero aunque ahí tuvieran el monopolio absoluto, su problema es que el poder ya no es lo que era, la gran prensa ya no tiene el monopolio de la formación de opinión, y la manipulación a través de los grandes medios y gobiernos no es como antes.
Que usted lea en PanAm Post por qué Colombia ganó el NO, también significa que los mandarines intelectuales de occidente han perdido su monopolio de la formación de opinión.