Siempre ha sido y será mejor que cada quien planifique su propia vida con sus propios recursos, y siempre materializará al infierno en la tierra que los iluminados planifiquen la vida de los demás con los recursos de todos. Carecen tales planificadores de la cambiante información para sus pretensiones y con el intento detienen al más poderoso motor de la civilización, la identificación y aprovechamiento de oportunidades por quienes en busca de sus propios fines descubren lo que otros no vieron, habilidad evolutiva que nuestra especie despliega en áreas que van desde la búsqueda de pareja hasta el arte, la cultura y la política, tanto como en la producción y el comercio.
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Todas las acciones humanas se pueden analizar económicamente porque la ganancia es tan subjetiva como los gustos y preferencias de cada cual. Quien descubre nuevo conocimiento científico, puede ver o no su éxito recompensado. Si lo ve, será en prestigio y reconocimiento más que en riqueza, y no falta quien valore más eso que la riqueza. Pero quien identifica y aprovecha una oportunidad de mercado exitosamente, verá su éxito traducido en riqueza más que en prestigio.
El totalitarismo que pareció funcionar en la URSS hasta que colapsó, pretendía una aristocracia cuya imposibilidad política se evidenció del antiguo régimen a ese marxismo que proclamó la dictadura del proletariado, ejercida por la vanguardia del partido y resumida en la persona del máximo líder, en un proyecto totalitario que instauró la dinastía hereditaria norcoreana, rehízo en Sudamérica su teoría aristocrática instrumentalizando el populismo democrático para repetir en tiempo récord el fracaso económico del socialismo real sin sus éxitos, y adoptó soluciones parcialmente capitalistas en China para evitar un colapso de tipo soviético, modelando de la recuperada isla capitalista de Hong Kong multitud de zonas económicas especiales con algo de iniciativa y propiedad privada, dependientes del humor de un poder tan totalitario y colectivista como corrupto y cruel.
El socialismo, como explicó Ludwig von Mises desde principios del siglo pasado, es tan económicamente inviable como el intervencionismo económicamente mediocre.
El capitalismo ha demostrado ser la quintaesencia de la productividad, pero los primeros esfuerzos por la institucionalidad política correspondiente, aunque transformaran una sociedad pobre y periférica en la primera potencia del planeta en menos de dos siglos, fallaron en las barreras que diseñaron para mantener al poder limitado.
Debemos admitir que tras la Revolución Liberal de los siglos XVIII y XIX, del racionalismo evolutivo que inspiró la Revolución Americana que hizo la Constitución de los EE UU al constructivismo racionalista y el socialismo que emergieron de la Revolución Francesa en adelante, los esfuerzos por dividir, contener y limitar el poder político forzándolo a garantizar la propiedad y el derecho en lugar de pisotearlos fueron insuficientes. El poder hoy está disperso por la complejidad de las sociedades abiertas, y eso no lo planeó nadie, pero carece de más límites efectivos que los resultantes de esa dispersión imprevista.
Los límites constitucionales concienzudamente planeados no podían prever todo y la realidad del siglo XXI exige nuevas –y muy prudentes– instituciones liberales para la república democrática, pues como explicó Friedrich Hayek en su libro Derecho, legislación y libertad, “No es razonable esperar que en los miembros de una asamblea parlamentaria sensibilizada a la idea de que deben velar por los intereses de sus electores vayan a coincidir las cualidades humanas que los teóricos de la democracia atribuían a quienes debieran representar una muestra fidedigna de la opinión popular”.
Tal realidad, sin embargo, en modo alguno implica que, en la medida se le solicite a las masas la elección de representantes a quienes les esté vedada la posibilidad de otorgar concretos favores o prebendas, no vayan aquéllas a ser capaces de seleccionar a hombres cuyo buen criterio merezca su confianza, sobre todo si la elección se realiza entre personas que, en el desarrollo del cotidiano quehacer, hayan alcanzado buena reputación. Parece, pues, conveniente encomendar la labor legislativa propiamente dicha a una asamblea de hombres y mujeres elegidos para la función pública a una edad relativamente madura y por un período de tiempo suficientemente dilatado.
El crecimiento de la economía y la prosperidad creciente de la humanidad han reducido tanto la pobreza desde que se iniciaron en la Revolución Industrial que olvidamos cómo dependen de la delicada dinámica de relaciones evolutivas entre cultura, instituciones, libertad, innovación, empresarialidad, crecimiento y prosperidad.
Únicamente mientras la evolución cultural e institucional garanticen libertad y propiedad individuales en grandes sociedades, la innovación superará resistencias y la empresarialidad identificará la demanda futura con mínimo margen de error, garantizando un nivel de vida creciente con impacto ambiental decreciente, para escarnio del ecologismo socialista empeñado en la planificación central como única solución del impacto ambiental de la sociedad industrial, pese a que el impacto ambiental de las economías socialistas ha sido mucho mayor con una productividad mucho menor.
Libertad, prosperidad y paz son posibles, no por el diseño consciente del modelo de sociedad, sino por la dinámica de una sociedad libre en constante evolución, y precisamente por depender de la evolución de un orden espontáneo, producto de la acción pero no del designio humano. El que ese orden evolutivo garantice o no la libertad –y por consecuencia la prosperidad– dependerá de una guerra cultural en que se deciden nuestras creencias sobre qué es bueno y qué no, pues en función de las que adoptemos podrán prevalecer la civilización y la prosperidad con la individualidad en sociedades libres, diversas, desiguales y pacíficas, o prevalecerá la barbarie del envidioso colectivismo en sociedades tan igualitaristas como míseras y conflictivas.
Con la población que alcanza ya nuestra especie sobre el planeta el equilibrio de la miseria sería insostenible. Una humanidad de miles de millones tendrá un futuro de libertad en la civilización capitalista, o simplemente no tendrá futuro.