English“Desde el punto de vista de los derechos humanos, a ningún ciudadano se le puede negar su derecho a reelegirse en un cargo toda vez que tenga el respaldo popular”. Estas fueron las palabras de la presidente del Partido Nacional de Honduras, Gladis Aurora López.
La primera respuesta que me vino a la mente al leer una declaración tan desconcertante fue el artículo 374 de la Constitución hondureña, que prohíbe expresamente la reelección presidencial.
Fue el mismo intento de manipulación de los llamados artículos pétreos de la Constitución de Honduras lo que condujo a la crisis política de 2009 que culminó con el derrocamiento de un presidente electo, Manuel Zelaya.
Sin embargo, parece que los latinoamericanos, y en especial los centroamericanos, sufren de un caso de amnesia de corto plazo. Volvamos al pasado por un momento y revisemos la propuesta de Zelaya de incluir una cuarta urna de votación en las elecciones de noviembre de 2009. El propósito era que los votantes hondureños decidieran si se debía o no convocar a una Asamblea Constituyente con el objetivo de reescribir la Constitución, en particular el artículo 374 y los otros artículos fundamentales.
El Tribunal Supremo Electoral consideró que la propuesta era ilegal, al igual que otras instituciones nacionales, incluidos los militares. Zelaya, como comandante en jefe de las Fuerzas Armadas, removió al jefe del Estado Mayor Conjunto por su falta de apoyo.
Juan Orlando Hernández, por su parte, tiene una relación mucho más amistosa con los militares. El Congreso también lo apoya, al igual que la Corte Suprema de Justicia. Aprendió de los errores de Zelaya, y en ningún caso los repetirá.
Hernández ha estado allanando “legalmente” el camino para la reelección durante años, incluso antes de asumir el cargo como presidente. El 12 de enero de 2011, como presidente del Congreso, Hernández supervisó la aprobación de reformas estructurales, incluyendo cambios en el artículo 5 de la Constitución, que ahora permite celebrar referendos y plebiscitos para someter el tema de la reelección al voto.
Al controlar 48 escaños en el Congreso, y recurriendo a medios no tan legales para obtener el apoyo de los otros 17 necesarios para alcanzar la mayoría, esto no ha sido tan difícil para Hernández como lo fue para Zelaya.
El típico narcisismo latinoamericano está perfectamente plasmado en la renuencia de nuestros políticos a dejar el poder luego de terminado su período. Los intereses políticos siguen socavando las ya debilitadas y frágiles instituciones democráticas de Honduras. Las diferencias profundamente arraigadas en la cultura política entre, por ejemplo, Estados Unidos y el presidencialismo latinoamericano, hacen que sea imposible que la reelección tenga éxito en esta parte del mundo.
En Honduras, el presidente está tratando de permanecer en el poder durante el mayor tiempo posible, y por cualquier medio posible. Esto incluye recurrir a la manipulación, la intimidación y la corrupción, si es necesario, de manera muy similar a como el presidente Hugo Chávez se mantuvo en el poder en Venezuela durante 13 años.
Hernández ha dicho “voy a hacer lo que tenga que hacer” para alcanzar el poder y “recuperar la paz” en Honduras. En ningún momento su retórica incluyó un enfoque de unidad nacional, de liderazgo inspirador, ni de respeto al Estado de derecho y a la democracia. Él ha dicho abiertamente que quiere que su partido político “gobierne durante los próximos 50 años.”
Si Hernández logra su objetivo y se aprueba la reelección, podría verse tentado a seguir el camino de la vecina Nicaragua, donde Daniel Ortega ha manipulado descaradamente al Congreso y la Constitución de su propio país para habilitar la reelección indefinida. Hernández puede incluso optar por imitar a Chávez, quien en 1998 juró que solo serviría como presidente por un mandato, pero luego cambió las reglas y se mantuvo en el poder hasta su muerte, 14 años más tarde.
El punto es que la reelección no es funcional, incluso en períodos alternos, en regiones corruptas con instituciones débiles y pobreza generalizada, como Honduras. En cuanto a la reelección como un “derecho humano”, la presidente López debería investigar sobre qué en realidad implican los derechos humanos, y darse cuenta de cómo el partido gobernante, que ella representa, ha lamentablemente fallado en el tema.
En palabras del historiador Enrique Krauze, no existen hombres “necesarios”. Honduras debe concentrarse en consolidar un fuerte liderazgo democrático, y en garantizar que las instituciones y las elecciones sean legítimas, transparentes y eficientes.
Está en manos de los ciudadanos permitir o detener esto, haciendo uso de las garantías constitucionales y exigiendo a los políticos el respeto a la Constitución y el Estado de derecho. Es a través de la participación activa responsable, y un sistema fiable de frenos y contrapesos, que surgirá una cultura pública verdaderamente democrática, donde los únicos “necesarios” son los ciudadanos, que actúan libremente en el marco de la ley y las instituciones.
Una vez en el poder, muy pocos líderes latinoamericanos alguna vez voluntariamente dejaron el cargo. Si permitimos la reelección, incluso aquellos sí lo hicieron podrían intentar recuperar el poder, incluyendo a Zelaya.