EnglishEl nacionalismo, una idea que se nos inculca desde la niñez, no es sólo una ideología, sino una visión del mundo ampliamente difundida y firmemente arraigada. Mientras crecemos, tanto en el hogar como en la escuela, el nacionalismo se nos presenta como algo que debemos sentir obligatoriamente: el amor a nuestro país y la cultura por encima de todo los demás. Nuestros mayores nos enseñan a amar nuestra bandera y el himno nacional, y a enorgullecernos de nuestra historia.
Sin embargo, para que exista el nacionalismo, también es necesario un sentido de pertenencia a una nación. Y por nación, me refiero a un grupo de individuos (o ciudadanos) que viven en un territorio definido y se organizan bajo una estructura legal. No necesariamente tienen que compartir características similares, como la cultura, el lenguaje, y los símbolos .
En muchos sentidos, el nacionalismo fomenta el sentimiento de la propia nación como superior a las demás, lo que promueve el racismo y la xenofobia. Tales sentimientos conducen a la condena de la inmigración, y hasta a la oposición por parte de grupos extremistas hacia la importación de bienes que no se producen en su propio país.
Si miramos hacia atrás en la historia, veremos que el surgimiento del nacionalismo ha llevado a catástrofes globales: la Primera y la Segunda Guerra Mundial, por ejemplo, representan el epítome de los peligros del nacionalismo. Aunque no hay nada malo en tener un sentido de pertenencia a un lugar específico, los políticos han utilizado el nacionalismo para justificar los conflictos y disfrazar la injusticia bajo la bandera del patriotismo.
La oposición visceral a la inmigración en varios países, desde Europa a varios estados de los Estados Unidos, se deriva, precisamente, de la fuerte prevalencia del nacionalismo extremo y la xenofobia. Los partidos políticos como el Frente Nacional en Francia, o el Partido Nacional Británico en el Reino Unido, proponen la expulsión de los inmigrantes y la creación de sociedades en las que prevalezca una raza “pura”.
Las prohibiciones a la inmigración, sin embargo, dificultan la elección individual y la libertad de movimiento, mientras que apoyar la inmigración enriquece a los países económica y culturalmente, incluso cuando se trata de inmigración ilegal. Así que en lugar de crear más leyes draconianas, los países deberían facilitar la llegada de los inmigrantes en lugar de deportarlos a sus países.
Desde un punto de vista humanitario y ético, el rechazo de los inmigrantes presenta una serie de consecuencias morales: se envía de vuelta a los individuos a vivir en condiciones inhumanas, bajo las que se convierten en una clase inferior cuyos derechos son violados constantemente.
Reforma migratoria en los Estados Unidos
La necesidad de una reforma migratoria en los Estados Unidos es imperiosa. La afluencia de personas que cruzan la frontera de a miles, a diario, y de manera ilegal, arriesgando sus vidas, especialmente desde México y América Central, continúa ininterrumpidamente.
La respuesta de EE.UU. a esta situación ha sido la militarización contraproducente de la frontera sur de una manera nunca antes vista, casi emulando la frontera entre Corea del Norte y Corea del Sur. Estas medidas no mitigan el número de intentos de cruzar la frontera, dado que el factor determinante de la migración no es la cantidad de barreras en la frontera, sino la situación económica del país al que se desea ingresar.
Se ha llegado a un punto en el que resulta imprescindible formalizar la situación ilegal de los más de 11 millones de inmigrantes que viven indocumentados en Estados Unidos. Debe encontrarse una manera que permita a esta gente entrar legalmente al país, porque la deportación y el aumento del gasto en seguridad fronteriza (US$4,5 mil millones) claramente no son opciones éticas ni sostenibles.
La legalización de los inmigrantes indocumentados reduciría los cruces ilegales, y el despilfarro del gasto en la construcción de muros y patrullas fronterizas. También disminuiría las violaciones de los derechos humanos — como las patrullas que disparan a los inmigrantes — y ayudaría a impulsar el crecimiento económico: la inmigración puede aumentar las oportunidades de empleo, ya que los inmigrantes montarían nuevos negocios y pagarían impuestos.
Investigaciones académicas recientes sugieren que, en promedio, los inmigrantes elevan el nivel de vida general de los trabajadores estadounidenses al aumentar los salarios y bajar los precios. Una razón es que los inmigrantes y los trabajadores nacidos en Estados Unidos generalmente no compiten por los mismos puestos de trabajo, sino que más bien muchos inmigrantes complementan el trabajo de los trabajadores nativos, generan puestos gerenciales, y aumentan su productividad.
La inmigración genera remesas que se transfieren a los países de origen de los inmigrantes. De esta manera, contribuyen al crecimiento y desarrollo económico de estos países. Según el Banco Mundial, las remesas en 2005 representaron alrededor del 25% del PIB de Guyana y Haití, mientras que en Honduras, Jamaica, y El Salvador, representaron un 22%.
En el 2012, las remesas superaron los US$406 mil millones, y se estima que este número seguirá creciendo, aumentando un 8% en 2013. Varios estudios muestran que las remesas tienen un impacto positivo en la mitigación de la pobreza y el desarrollo económico en muchos países en desarrollo.
En cuanto al argumento de muchos detractores de la inmigración, que afirman que promueve el terrorismo y representa una amenaza para la seguridad doméstica — especialmente cuando se trata de aquellos que se identifican como musulmanes o árabes — Daniel Griswold, del Instituto Cato, expone brillantemente que la inmigración y el control fronterizo son dos cuestiones distintas: los ataques terroristas no son el resultado de políticas de inmigración abiertas y liberales, sino del fracaso de las infladas burocracias de inmigración para impedir la entrada al pequeño número de extranjeros que representan una verdadera amenaza para la seguridad doméstica.
El rápido incremento en el número de inmigrantes de todo el mundo es una tendencia imparable. En 2005 había aproximadamente 191 millones personas viviendo fuera de sus países de origen. Para el 2010, este número se estimaba que había aumentado a 214 millones. Y se mantendrá en aumento.
Así que en lugar de oponerse a la inmigración y cerrar la puerta a los que buscan mejorar sus vidas a través del trabajo honrado, los países deben aplicar políticas que celebren la inmigración y la diversidad cultural, dejando atrás las actitudes xenófobas y racistas, la exclusión de los grupos de inmigrantes, y la injusta percepción del inmigrante como enemigo.