EnglishActualmente, en muchos países Latinoamericanos predomina una gran tendencia de gobernantes que, en su mayoría, son líderes mesiánicos que prometen salvar a sus países de los problemas que enfrentan (pobreza, bajo crecimiento económico, corrupción y narcotráfico) e incluso de problemas que no se han siquiera suscitado.
Tomemos como ejemplo a Venezuela, Bolivia, Brasil, Cuba, Ecuador, Nicaragua y ahora en mayor medida Argentina e incluso Chile, con el triunfo de la socialista Michelle Bachelet. El discurso y las acciones de los presidentes de estos países y sus funcionarios han dotado – y pretenden seguir haciéndolo – de un gran rol al Estado dentro de la economía.
Tenemos, entonces, un bloque de países en donde reina un populismo disfrazado de democracia, así como muchas promesas sin cumplir por parte de un Estado que cuenta con demasiadas facultades y que termina siendo no más que una burocracia ineficiente que utiliza los impuestos de los ciudadanos para mantenerse, pero no para mantener hospitales, carreteras, ni mucho menos escuelas.
Algo que caracteriza a estos países es la serie de ataques frontales que hacen en contra del sistema capitalista y a favor del socialismo, sin aceptar que es justamente el socialismo el que está destruyendo sus economías. No podemos sino preguntarnos, ¿cómo se puede seguir creyendo en el socialismo viendo el hambre y desabastecimiento del pueblo de Venezuela, que es uno de los países más ricos de América Latina? El socialismo ha logrado que la producción de petróleo de Venezuela se reduzca, llegando incluso a importar gasolina.
Culpan al capitalismo de todas las desgracias de sus países, sin aceptar que es el capitalismo con corrupción o mercantilismo, que tanto daño ha hecho a los países de esta región. Esa es una razón más por las cual se debería limitar el poder al gobierno, para que no lo usen los políticos de turno con ánimos de favorecer a unos cuantos; y es que la solución no está ni en el socialismo ni en la corrupción.
Para alcanzar el desarrollo, el progreso y la prosperidad, es necesario que exista la libre empresa para que genere riqueza y empleo, pero es ésta la que más sufre por la miopía y sed de poder que tienen la mayoría de jefes de Estado latinoamericanos, que a través de bonos y subsidios mantienen en dependencia a sus poblaciones, pero no promulgan la verdad innegable que el mejor programa social es generar empleo.
Para tener una verdadera libertad empresarial, es necesario que se practique un sistema económico en el que por medio de intercambios pacíficos y voluntarios, los individuos puedan hacer uso de su propiedad para generar beneficio propio, teniendo como límite el respeto al derecho ajeno.
Son las diferentes empresas las que asisten necesidades diferentes y serán los consumidores quienes decidan, según sus preferencias, premiar o castigar a uno u al otro en un sistema de libre competencia, en donde se permita la entrada de todo el que quiera emprender, dando así más opciones para consumir.
Una vez se den estas condiciones, habrá más ofertas para emplearse y de hacer con los frutos de dicho trabajo lo que más beneficio contraiga. Pero esta versión no le agrada a los políticos, puesto que limita su poder. Por tanto, seguirán utilizando cuanta demagogia sea necesaria en una oferta política de lo imposible de dar.
Es importante recalcar que sumado a lo anterior, debe de prevalecer en los países un respeto irrestricto a la Ley, y es justamente esto lo que nos distingue o diferencia de los países desarrollados, como lo son la mayoría de naciones europeas o estadounidenses, en los cuales la democracia se sustenta sobre el Estado de Derecho.
La pobreza, el desempleo y la falta de crecimiento de muchos de los países, sobre todo de América Central (Honduras, El Salvador y Nicaragua) y del sur, son reales y deben de ser combatidos. Pero está más que comprobado que el socialismo (ya sea del Siglo XXI o simplemente socialismo) no es la solución, sino el problema. ¡Defendamos a la libre empresa sin miedo!