EnglishLa lucha contra las drogas tiene lugar hace varias décadas. En 1954, el Presidente de Estados Unidos, Dwight D. Eisenhower, creó un comité con el fin de “acabar con la adicción a los narcóticos”. Pero no fue hasta 1973 que se acuñó el término “Guerra contra las Drogas”, cuando el entonces Presidente Richard Nixon creó la Drug Enforcement Administration (DEA), anunciando una “guerra global contra la amenaza de las drogas.”
Dos años después de la creación de la DEA, en 1975, Estados Unidos enfocó su atención en la industria de la cocaína en Colombia. Las autoridades de ese país habían incautado 600 kilos de cocaína ocultos en varios contenedores; ante esto, los narcotraficantes se vengaron matando a unas 40 personas en un fin de semana.
Ya para los años ’90 y el inicio del siglo XXI, el problema del narcotráfico había generado una espiral de violencia fuera de control en América Latina, con la cadena que iba desde la producción en Colombia, pasando por América Central, subiendo a México y siendo el destino final Estados Unidos, punto de distribución en donde se generaba la mayor demanda.
En el año 2011, el Departamento de Salud y Servicios Humanos publicó una encuesta basada en datos del 2010, cuyos resultados reflejaron que más de 22 millones de ciudadanos estadounidenses – casi el 9% de la población – había hecho uso de drogas ilegales en el último mes. El número se había incrementado en relación a las cifras del 2009 (8,7%) y del 2008 (8,0%).
Actualmente, los jefes de los cárteles de la droga tienen un gran poder en varios países de América Central y sobre todo, en sus instituciones. Ante ésto, las políticas que han implementado tanto México como los países de Centroamérica en su “Guerra contra las Drogas” han resultado ser un fracaso. Estos países no tienen la capacidad institucional para realmente luchar contra los poderosos cárteles de la droga.
El narcotraficante más poderoso del mundo es el billonario mexicano Joaquín “El Chapo” Guzmán Loera, quien ha sido incluso designado por la Comisión de Crimen de Chicago y la DEA como el Enemigo Público de Chicago #1, título ostentado por Al Capone en los años ’30, cuando estaba en auge la famosa “Prohibición” del alcohol.
Podemos comparar muy bien la “Prohibición” del alcohol (que prohibía su venta con el objeto de impedir su consumo), con la prohibición de las drogas. Esta medida convirtió lo que era un negocio formal en uno ilegal, generando mercados negros que vendían informalmente el producto, así como bandas criminales y mucha violencia, por lo que en 1933 se puso fin a dicha proscripción.
Al día de hoy, drogas como cocaína, heroína, éxtasis, opio o marihuana siguen siendo ilegales en la gran mayoría del continente. Y es justamente esta prohibición e ilegalidad lo que provoca que el narcotráfico sea un negocio tan rentable; el precio de una sustancia ilegal se determina más por el costo de su distribución que por el de su producción. En Latinoamérica, especialmente en Centroamérica y México, la violencia generada por esta red de distribución ha costado millones de vidas, que tienen como víctimas tanto a los traficantes y consumidores, como a personas inocentes (incluidas mujeres y niños) que nada tienen que ver con este negocio, pero que representan su daño colateral.
Países como Guatemala, El Salvador y Honduras se han convertido en las naciones más violentas del mundo a causa del narcotráfico. Por este motivo, se torna necesario un cambio de estrategia y de políticas en la guerra contra la drogas; como bien lo ha planteado el presidente de Guatemala, Otto Pérez Molina, al observar que la legalización debería ser una prioridad en las agendas de los países Latinoamericanos.
Al día de hoy, las políticas implementadas han estado enfocadas directamente en erradicar la oferta, algo que será imposible mientras exista la demanda. Por mayores esfuerzos y gastos en inteligencia que hagan los países, esta estrategia no ha funcionado y ha generado, por el contrario, un círculo perverso en donde solamente los más sofisticados, violentos y crueles sobreviven. Una de las mayores complejidades del narcotráfico, es que a diferencia del terrorismo, secuestro o extorsión, los ciudadanos (consumidores) son cómplices de estas organizaciones criminales. La inconsistencia de las erróneas políticas ejecutadas (orientadas a erradicar la oferta) y el comportamiento de consumo, hace que el problema persista.
Tomemos como ejemplo a seguir a Uruguay, cuyo Congreso ha votado a favor de permitir la producción, comercialización y distribución de cannabis, convirtiéndose en el primer país en el mundo que legaliza la marihuana. Uruguay se convierte así en el estandarte de la necesaria reforma a la política de drogas. Aún siendo un país pequeño que no sufre del problema de la violencia relacionada a las drogas, como México o Centroamérica, la legalización de la marihuana en Uruguay constituye un paso trascendental en esta lucha contra un enemigo sin cara.
Solamente la legalización lograría eliminar los mercados negros de la producción y comercialización de las drogas, y le daría a los gobiernos más control sobre el mercado de estupefacientes. Se regularía y gravaría la producción y venta de cualquier sustancia, como ya se hace con el tabaco y el alcohol, logrando suprimir la violencia que genera la prohibición, y además se lograrían mayores ingresos para los países a través de garantizar la libertad de producción, distribución y consumo, desvaneciendo también así a los miserables cárteles que tanta tragedia han causado.