El regreso del presidente de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva, como anfitrión de la cumbre del G20 en Río de Janeiro, confirma que su intento de posicionarse como un mediador a escala global con este evento lo conduce a su peor momento diplomático. Las indulgencias del referente del Partido de los Trabajadores (PT) con Rusia, pese a mantener la guerra con Ucrania, las divisiones entre los países miembros por el conflicto en Gaza y el inminente arribo del republicano Donald Trump a la Casa Blanca pronostican una reunión en decadencia.
El resultado —que ya puede estimarse— es sólo culpa de Lula. El tiempo de fotos con consensos es pasado. Hoy, vislumbrar un acuerdo del G20 es casi imposible, cuando el mandatario propone la emisión de un comunicado en el que queda en evidencia su posición blanda con Moscú a dos años de iniciar los ataques contra Kiev.
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Pretender persuadir a las naciones que conforman el bloque con un documento que beneficia sin ningún disimulo a Rusia, Turquía, Indonesia, Arabia Saudita, Sudáfrica e Irán mientras cuestiona a Ucrania, Estados Unidos, Israel, los países europeos del G7 y Argentina, simplemente hunde a Lula en un abismo. También a la misma cumbre, en la cual, la unanimidad en el bloque luce inviable por la posición a favor de Palestina que profesa Lula.
Las objeciones al papel ya no son secretas. Los representantes del G7, el cual está integrado por Estados Unidos, Alemania, Francia, Reino Unido, Japón, Canadá e Italia, notificaron a la Cancillería de Brasil su rechazo al borrador planteado.
Crisis institucional a la vista
Las complacencias de Lula con el presidente de Rusia, Vladimir Putin, ausente del encuentro del G20 por la orden de aprehensión vigente en su contra emitida por la Corte Penal Internacional, le salieron caras.
Si bien la implementación del principio de no alineación para simular una política más acorde a sus intereses permitió a Lula alcanzar una posición privilegiada para ser anfitrión del G20, la propuesta de un plan de paz para Rusia y Ucrania con China que no exige la retirada de las tropas del Kremlin de Ucrania, sepultan no sólo ese rol sino que detonan una crisis puertas adentro.
Es un desafío directo a Estados Unidos, luego de que se filtrara que el saliente gobierno de Joe Biden aprobó a su par ucraniano, Volodímir Zelenski, usar “armas estadounidenses de largo alcance dentro de Rusia”, lo cual abre un panorama nada alentador.
Las diferencias no cesarán ante semejante panorama, menos con la férrea defensa de Brasil a Palestina, la cual está en manos del grupo terrorista Hamás, sumado a la condena simultánea a Israel desestabilizó los ánimos internos del bloque en Río de Janeiro. Pretender utilizar la plataforma para promover las ideas que en conjunto vociferan Irán, Turquía e Indonesia en pro de la desaparición del Estado judío, expuso su afinidad con Medio Oriente y detonó la inconformidad.
Alianza de consolación
Todo indica que lo único que podrá presumir Lula será la alianza contra el hambre del G20 para 2030, así lo asegura Thomas Traumann, exministro de gobierno y consultor político con sede en Río a la agencia Associated Press.
“Brasil quería un acuerdo global para combatir la pobreza, un proyecto para financiar la transición ecológica y algún consenso sobre un impuesto global para los superricos. Solo el primero ha sobrevivido”, dijo Traumann.
Llegar a esta alianza ameritó promesas. Brasil aportará la mitad de los costos administrativos del proyecto, estimados en diez millones de dólares. Noruega está dispuesto sumarse, pero nada es definitivo aún. De hecho, ni la asistencia del presidente de Estados Unidos, Joe Biden, cambiará el pronóstico, considerando que su participación es simbólica ante la cercanía del fin de su mandato. Cualquier compromiso asumido entrará en revisión por el próximo gobierno de la Casa Blanca.