Sin un cese al fuego a la vista por parte de Rusia en Ucrania y con el rublo cayendo a sus mínimos históricos, la bolsa de valores de Moscú cerrada y el aumento de sanciones financieras sobre el Kremlin, el régimen de Nicolás Maduro intenta transferir sus fondos atrapados en la banca rusa a entidades chinas o criptomonedas.
El tiempo apremia. Putin vocifera que “hay que asumir grandes pérdidas”, pero el chavismo parece no estar dispuesto a lo mismo y maniobra para que en un conflicto donde las alianzas comienzan a quedar de lado, las suyas sean mínimas.
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Según ABC, Maduro tiene previsto “enviar una misión a Moscú” para gestionar la recuperación de los fondos estatales venezolanos en Rusia –cuya cifra es desconocida–; así como de los generales, alcaldes, diputados y ministros leales a su administración que también tienen cuentas en la banca rusa. Si lo logra, unos 23 funcionarios del régimen resultarán favorecidos.
El plan de Maduro coincide con el arribo de una delegación de Estados Unidos a Caracas para buscar un acercamiento en un contexto de presión internacional a Rusia. A Joe Biden le preocupa que un embargo total al crudo ruso provoque un alza alarmante en los precios de la gasolina en Estados Unidos, y Maduro es una opción para mitigar ese impacto. Quizá prive la conveniencia.
Mayor presión
Cuba y Nicaragua son otros dos regímenes que enfrentan el mismo problema que el chavismo. La trilogía está bajo presión.
En el caso de la dictadura venezolana, sus cuentas están en el un banco ruso llamado Evrofinance Mosnarbank, entidad sancionada en 2019 por EE. UU. por autorizar operaciones con Miraflores. Según la documentación que maneja Washington, los activos del banco crecieron 50 % en 2018, fecha en la que el gobierno de Donald Trump intensificó las sanciones contra Maduro.
La utilización de este banco ruso para mover el dinero por todo el mundo data de 2012. Un año antes y con el país todavía bajo la presidencia de Hugo Chávez, Venezuela compró la mitad de las acciones de esta entidad financiera por medio de un fondo nutrido con dinero público, el Fondo de Desarrollo Nacional (Fonden).
Así obtuvo un sinfín de cuentas para canalizar todos sus movimientos internacionales. Desde allí han salido pagos a distintos proveedores tras el traslado de la oficina de la petrolera estatal PDVSA de Lisboa (Portugal) a Moscú (Rusia) en marzo de 2019 para manejar todas las cuentas petroleras y los negocios de oro, minerales y metales que en aquel momento pactaron con sonrisas y estrechando manos.
Un salvavidas
Aquello salvó a Nicolás Maduro del colapso financiero durante los últimos tres años, pero ahora el acceso a la banca es limitado. Hasta el momento, la Unión Europea confirmó que quedarían excluidas del sistema SWIFT: Bank Otkritie, Novikombank, Promsvyazbank, Bank Rossiya, Sovcombank, Vnesheconombank (VEB) y VTB. Dentro de la lista aún no se encuentran ni Sberbank, el banco más importante del país, ni Gazprombank, que procesa gran parte de las operaciones en materia de energía con el bloque europeo.
Si bien el banco con el que tiene vínculos directos el chavismo ya estaba sancionado, los fondos no reposan solo en este sino que se estima que están distribuidos en otras entidades de la red rusa.
Hay que tomar en cuenta que Venezuela no pudo votar en contra de la resolución condenatoria en las Naciones Unidas por estar en mora con el pago de la cuota de 40 millones de dólares para ejercer su derecho y, aunque sugirió un préstamo a Putin en la última llamada, este se rehusó, alegando que está en medio de una “guerra económica”.
Sin sobresaltos
El panorama para la fortuna de Putin es distinto. El paradero de sus posesiones es incierto. Anders Aslund, profesor adjunto de la Universidad de Georgetown y autor del libro de 2019 Russia’s Crony Capitalism, estima su riqueza en 125.000 millones de dólares, ocultos mediante una red de paraísos fiscales en manos de aliados, amigos y familiares.
Según el New York Times, el mandatario gana casi 140.000 dólares al año y tiene un pequeño departamento. Ambos datos son los únicos en sus declaraciones financieras públicas, pero existe el “Palacio de Putin”, una vasta finca en el mar Negro cuyo costo se calcula en más de 1000 millones de dólares, con un complejo historial de propietarios que no incluye al presidente ruso, pero que se ha vinculado a su régimen de diversas maneras.
Las revelaciones tampoco darían cuenta del “yate de Putin”, una embarcación de lujo de 100 millones de dólares vinculada a él desde hace tiempo en informes periodísticos. El mismo que salió de Alemania con destino a Rusia pocas semanas antes de la invasión a Ucrania. También está el apartamento de 4,1 millones de dólares en Mónaco, comprado a través de una empresa extraterritorial por una mujer que, presuntamente es la amante de Putin. Y además está la costosa villa en el sur de Francia vinculada a su exesposa.
Estos laberintos complican la ejecución de las sanciones de Estados Unidos y sus aliados en su contra porque ninguno de los activos puede relacionarse directamente con el mandatario ruso, por lo cual extendieron las restricciones a los sospechosos de servir como apoderados, entre ellos, Kirill Shamalov, su exyerno y uno de los principales accionistas de una empresa petroquímica rusa; Boris Rotenberg, un magnate del sector de la construcción; y Gennady Timchenko, un inversionista.