Los rusos han sido los antagonistas perfectos de Hollywood desde el final de la Segunda Guerra Mundial. Son los aliados convertidos en enemigos, los espías encubiertos y sin sentimientos, los villanos del mundo sin colores, el contrapunto ideal en las tramas de ciencia ficción, acción, suspenso y aventura que ahora la invasión de Moscú a Ucrania baña de realidad.
Más de uno compara las escenas del ataque que tiene una semana en ejecución por distintos costados de la frontera con Ucrania con aquellas que representó alguno de los incontables filmes norteamericanos donde el estereotipo ruso formó parte del elenco.
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“Esa vieja imagen gana popularidad de repente”, afirma el director y guionista Michael Idov en una reciente columna publicada en Los Ángeles Times, porque la falta de sentido del humor, frialdad y espíritu inescrutable que los caracteriza en sus personajes de la gran pantalla coinciden con los rasgos de quienes hoy lideran el conflicto desde el Kremlin.
"A problem with Putin’s unending hold on power, however, is that it makes 'Russian' easy to overlook as an ethnic or cultural identity in favor of a purely political one," writes Michael Idov, a director and screenwriter.https://t.co/WE8Ztqiz6Y
— Los Angeles Times (@latimes) March 2, 2022
Si bien “los rusos comunes no son todos secuaces del sinsentido de Vladimir Putin”, para Idov, su “control interminable en el poder hace que el ser ruso” sea fácil de pasar por alto como una identidad étnica o cultural, en favor de “una identidad puramente política”.
Un buen ejemplo de ello es la miniserie televisiva de Hulu, Devs, de Alex Garland, centrada en el sector tecnológico de Silicon Valley repleto de inmigrantes de Asia y Europa del este. En sus ocho episodios los personajes chinos e indios podían ser ellos mismos de una manera que no predetermina la trama mientras que el ruso se revela como un espía del gobierno. De hecho, el único personaje ruso en el panorama actual es Anna Volovodov, en The Expanse, una serie de ciencia ficción en la que Rusia como país ni siquiera existe.
Un mal referente
Ver lo ruso como algo político y sinónimo de Putin mantiene vivo el estereotipo en Hollywood. Hay piezas, incluso, que muestran al país como un Mordor –tierra negra– en Black Widow y Red Notice, mientras que otras lo exhiben como el lugar de nacimiento de oligarcas groseros. En esta categoría califican RocknRolla hasta Tenet y algunas como Red Sparrow, Anna y, en In From the Cold lo presentan como un territorio con asesinos “simpáticos”.
¿Hay alguna esperanza de representación del estereotipo ruso fuera de la villanía? Es la interrogante que abunda y que probablemente no arrojará respuestas positivas a corto plazo.
“Los intentos de la industria cinematográfica rusa de suavizar su camino hacia una mejor representación parecen sombríos, y el régimen de Putin también tiene la culpa”, asegura el mencionado crítico exrefugiado soviético e hijo de refugiados, quien aboga por “descubrir, y luego hacer cumplir, la idea de cómo es el ser ruso fuera del alcance de Putin”.
Alrededor de 2011, el mercado ruso era lo suficientemente importante como para ampliar franquicias completas como Piratas del Caribe. Comenzaron a aparecer personajes “amables” interpretados por actores rusos reales como Vladímir Mashkov en Mission: Impossible – Ghost Protocol. Los norcoreanos y los terroristas parecían ser tendencia para acaparar el estereotipo de “malos”, pero la anexión de Crimea por parte de Putin puso fin a todo eso, saliendo nuevamente afectado el gentilicio ruso.
Patriotismo como arte
Vladímir Putin se preparó con el financiamiento del cine “patriótico”. Películas de guerra, dramas históricos, hazañas espaciales o deportivas ocurridas en tiempos de la Unión Soviética son parte de su receta cultural para combatir a Hollywood.
Hacia arriba, la cinta que narra la mítica victoria de la URSS sobre Estados Unidos en la final de baloncesto de los Juegos Olímpicos de Múnich 72 y T-34, la versión rusa de Furia, de Brad Pitt, que repasa las aventuras de un grupo de soldados soviéticos que logra huir de un campo de concentración alemán abordo de un tanque, coparon las carteleras.
Es una orden. El ministro de Cultura, Vladímir Medinski, decretó priorizar al cine ruso frente al estadounidense en caso de que los estrenos coincidieran en el tiempo. Los controles son profundos. La película Fiesta, una comedia negra sobre el bloqueo de Leningrado, fue considerada una “blasfemia” por políticos rusos y obligó a su director, Serguéi Boyarski, a limitar su estreno a YouTube.
Aunque Medinski niega que en Rusia exista la censura cultural, otra comedia, la británica La muerte de Stalin, que aborda en tono de humor las luchas intestinas que siguieron a la muerte del líder soviético en 1953, vio retirada hace un año su licencia de proyección.
Sin acceso
Es posible que después de la invasión a Ucrania ni siquiera haya un Netflix ruso del que hablar ante el anuncio de pausa en las producciones, y además la mayoría de las tarjetas bancarias rusas ya no sirven para pagar el servicio.
En una carta, 115 directores de fotografía rusos rechazaron la guerra en Ucrania. Paramount pausó el lanzamiento de Sonic The Hedgehog 2 y The Lost City, Sony hizo lo propio con Morbius, Warner Bros con The Batman, y Disney con Turning Red.
El Festival de Cine de Cannes anunció que en su más reciente edición no recibirá ninguna delegación rusa y a nadie ligado a Putin si el conflicto armado no “termina bajo condiciones satisfactorias para las personas ucranianas”. Significa que Roskino –organismo de promoción de películas respaldado por Rusia– no podrá participar en el Marché du Film, uno de los mercados de cine más importantes del mundo, en donde se realiza la adquisición de los derechos de distribución de las películas.