
Los momentos de Pablo Iglesias en la segunda vicepresidencia del Gobierno español se acabaron. Sus 14 meses en la Moncloa dejan el sabor amargo de 441 días de retórica socialista contra la prensa, el sector privado y cuanto blanco se atravesó a sus ideas izquierdistas.
El saldo del líder del partido Unidas Podemos es como mínimo desfavorable, en principio por los problemas de su organización política con la Justicia por presuntamente manejar una “caja B” y desviar recursos a través ella, así como también usar a la consultora internacional Neurona Consulting —asociada ampliamente con su compañero de tolda Juan Carlos Monedero—para obtener liquidez.
Lo más destacable de su participación en esta administración de coalición es la multiplicación de su patrimonio personal que ahora alcanza el millonario valor de 539.880 euros, el cual también es superior al de Pedro Sánchez que cerró el año fiscal en 372.000 euros.
Su dimisión para competir por la Comunidad de Madrid encierra alguna similitud con su llegada al Gobierno: nadie lo esperaba. Pocos apostaban en el verano de 2019 por un Ejecutivo con presencia de Unidas Podemos y menos aún con su líder dentro.
Sin embargo, Pablo Iglesias lo logró. Su mayor reto fue atraer a la parte socialista del Gobierno a unos presupuestos para su aprobación, con la mayoría de la moción de censura. De su despacho salió una sola ley, la de protección de la infancia (apodada ley Rhodes).
Así Iglesias se despide de su alto cargo como un “político que ha perdido el principal activo con el que inició su vida pública: la novedad. Ya se le conoce lo suficiente como para saber que su acción política es tan vacía como sus ideas” porque “demostró lo que la historia tenía acreditado: que un comunista, entre otras cosas, es un pésimo gestor” analiza ABC.
Locuaz indolente
Los datos —según el medio— retratan a Iglesias como un locuaz indolente en la Vicepresidencia segunda del Gobierno que sólo sacó adelante dos reales decretos-leyes, uno de ellos el del Ingreso Mínimo Vital, que no recibe aún gran parte de sus teóricos destinatarios y aún no se aprueba.
Su legado por la pandemia es nulo, pese a que el primer estado de alarma constituyó a su Gobierno en mando único y esto le habría permitido intervenir en la gestión de las residencias de ancianos, en vez de dedicarse a arrojar los ancianos muertos a Díaz Ayuso.
Para ser el responsable de lo ‘social’ en un país con seis millones de desempleados, Iglesias olvidó a los jóvenes parados, los niños hambrientos o las familias sin ingresos.
Sus actos públicos se contaron y su actividad parlamentaria se centró en el vapulear los controles semanales al Gobierno, eludiendo hasta veinticuatro comparecencias solicitadas por la oposición. Lo que nunca abandonó fue su verbo incendiario y polémico en asuntos políticos y otros estratégicos.
Comunismo a lo chavista
Iglesias es una mezcla. A veces, es socialista, otras socialdemócrata y otras un comunista convencido y pragmático. Con él, llegó la izquierda a toca poder en España desde los aciagos tiempos de la Segunda República. No cree en la propiedad privada -al menos, en la de los demás- y aboga abiertamente por nacionalizar empresas y “sectores estratégicos” como la banca o la energía, entre otros.
“No me temblaría el pulso en nacionalizar farmacéuticas si tuviera el poder”, confesó Iglesias en el transcurso de su vicepresidencia.
Batalla contra los medios
La radicalidad de Iglesias se extiende igualmente al ámbito de los derechos civiles más básicos, como la libertad de expresión.
Es partidario de una regulación de los medios de comunicación desde el poder público porque “los medios de comunicación tienen que tener mecanismos de control público”.
Hoy he estado en @FurorTelevision en twitch hablando sobre las consecuencias de la concentración de la propiedad del poder mediático 👇 pic.twitter.com/H3xknPPPGO
— Pablo Iglesias 🔻{R} (@PabloIglesias) February 25, 2021
Peleas con el PSOE
Las batallas políticas de Iglesias en el seno del Gobierno signaron su paso por la Moncloa. De la noche a la mañana desaparecieron los maitines de los lunes, en los que presidente y vicepresidente despachaban semanalmente y acordaban posturas comunes.
“Sánchez es un monárquico convencido, yo soy republicano” así marcó la polarización en febrero de este año el dirigente morado con el presidente del Gobierno español.
Es parte de su línea discursiva orientada siempre a desmarcarse del PSOE y tildar a sus socios de Gobierno de defensores de la Monarquía, uno de los ejes de la campaña catalana.
Persecución como retórica
“Las cloacas del Estado son una de las grandes vergüenzas de nuestra democracia”. De esa manera, apegado a su estilo y sin reservas Iglesias mantuvo una y otra vez que él y su formación era víctima de “persecución” y que con su entrada en el Ejecutivo, la derecha estaba dispuesta a utilizar “todos los medios, legales e ilegales” para verlo caer.
Caja B en investigación
Malversación de fondos, corrupción y lavado de activos son causas que involucran el nombre de Pablo Iglesias. Podemos está inmerso en una investigación por parte del Juzgado de Instrucción número 42 de Madrid tras la consignación de pruebas por el antiguo abogado del partido, José Manuel Calvente. Ese mismo Juzgado también llamó a declarar a otros miembros de esta cúpula por indicios de contabilidad paralela dentro del partido. La denominada «Caja B».
Al margen de este caso, Iglesias también es de los sospechosos en el «Caso Dina», que data de 2015, cuando su entonces asesora denunció el robo de su teléfono celular. Las investigaciones luego probarían que el supuesto hurto habría sido un montaje protagonizado por el actual segundo vicepresidente de España. Aún así se despide “orgulloso”.
Hoy ha sido mi último Consejo de Ministros. Orgulloso de terminar mi etapa en el Gobierno de coalición cumpliendo el compromiso de reconstruir el sistema de atención a la dependencia, revirtiendo los recortes del PP. Ha sido un honor ser vicepresidente del Gobierno de España. pic.twitter.com/7h4bQ3Wl9n
— Pablo Iglesias 🔻{R} (@PabloIglesias) March 30, 2021