Es un calvario, un drama y es real. En Venezuela para comprar un dólar son necesarias seis colas bancarias, una por día, para retirar los únicos 200.000 bolívares que el régimen de Nicolás Maduro permite dispensar a los cajeros automáticos.
Sólo de esa manera es posible reunir el monto en el que se cotiza la divisa extranjera que oscila entre 1,3 y 2,1 millones de bolívares. La pericia demuestra que “el manejo de efectivo en Venezuela siempre ha sido escabroso, oscuro y bastante difuso” asegura Tal Cual.
Al ritmo en el que aumentan los precios en el país se necesitan cada vez más billetes para pagar por los mismos bienes y servicios. Sin embargo, el Banco Central de Venezuela ha reducido la emisión de billetes hasta tal punto que actualmente el efectivo representa apenas 2 % del total de bolívares que circulan en la economía, incluyendo los que están en el sistema bancario. En condiciones normales, el porcentaje debería ser 13 %.
Menos valor en la calle
Es cierto que el dólar en el país se cotiza de forma paralela a la oficial. En este mercado sin normativa, la divisa alcanza 1,8 millones de bolívares pero su valor se deprecia cuando la transacción ocurre en las calles, en efectivo, lejos de las plataformas electrónicas.
En Venezuela se cotiza la compra de dólares en billetes de baja denominación en 1,3 millones de bolívares. Es un negocio. Quienes se dedican a esto, reportan una ganancia de 577.000 bolívares por cada dólar al recibirlo por debajo del precio estimado.
Significa que cada dólar pierde el 30 % de su valor porque “como hay muy pocos billetes para dar cambio y pagar, estos billetes cobran valor adicional y sirven a muchos para pagar cosas que son difíciles de cancelar con billetes grandes, bolívares o medios electrónicos como transferencias o Zelle” afirma Tal Cual.
Es así. Las piezas que alimentan la dolarización transaccional son principalmente de 20, 50 y 100 dólares y ello ha ocasionado que los billetes de uno, de cinco e incluso de 10 sean codiciados porque en el país no existen mecanismos tradicionales de inyección de divisas, como presencia importante de banca extranjera, apertura al comercio internacional o entrada de capitales externos pese al mismo llamado de Maduro de inversionistas chinos para “nuevas asociaciones y la recuperación definitiva”.
Mientras su clamor obtiene respuesta. Los negocios informales con divisas abundan. Además de perder valor para unos, otros ganan. Luego de recibir los billetes por menos de su valor, estos vuelven al ruedo de cambios por dos millones de bolívares cada uno y le produce una ganancia de 65 % a quién los porta y ofrece. Insólito.
Una devaluación más
Ese proceso de dolarización fáctico y transaccional que tiene Venezuela empuja al comercio formal a una devaluación implícita que se genera recibir las tarjetas de pago respaldadas en dólares pero cuyos abonos se hacen en bolívares.
Es un riesgo. Y no hay forma de evadirlo. Quien recibe bolívares asume el costo de la devaluación e hiperinflación imperante que obliga recálculos de los costos de productos terminados hasta la materia prima a diario lo que deriva en más costos transaccionales que son relevante en una economía con un importante porcentaje de importación de bienes y servicios.
Es evidente que desde el poder se incentiva el uso del bolívar a la par del dólar. Pero un bolívar que sigue estando enfermo y lejos de gozar de algún tipo de confianza o credibilidad.
Habrá, sin duda, corporaciones que por su escala se verán forzadas a enrolarse en este sistema de conversión bolívar-dólar para seguir operando en Venezuela, pero el comerciante difícilmente admitirá cobrar en dólares para recibir bolívares y el resultado no será otro que una mayor informalización de la economía especialmente en el ámbito micro, con su respectiva consecuencia en el ámbito fiscal (recaudación), transparencia (mayor incentivo para la legitimación de capitales) y ausencia de incentivos para cumplir con el marco regulatorio imperante.
Así “un sector población viviría al margen de la ley, con consecuencias jurídicas e institucionales cuando menos preocupantes mientras la dolarización seguirá dando tumbos, al igual que muchas otras cosas que suceden en Venezuela” analiza El Nacional.
Un flujo necesario
En las condiciones actuales de Venezuela, la única posibilidad de proveerse de un flujo importante de dólares es a través de la inversión externa y el retorno de los capitales, previamente fugados, y que mantienen algunos venezolanos en el extranjero cuyo valor asciende a 500 millones de dólares según cifras del Consejo Nacional de Promoción de Inversiones.
Una parte de estos fondos sería suficiente para estabilizar la economía pero no podría asegurar un flujo de divisas suficiente para mantener en funcionamiento la economía venezolana sin registrar una caída insostenible de la economía y del consumo.
Pero si estos capitales llegaran tendrían que enfrentar la extensión de la dolarización en la economía nacional que fomenta la aceleración de la tasa a la que se elevan los precios de los productos que circulan en la economía nacional, pues ahora se expresan los precios en dólares y a un valor equivalente o más cercano al precio internacional, lo que a su vez anula las ganancias de competitividad que pudieran obtener.
Cambiar el escenario requiere más que divisas en la calle. Una de las primeras medidas sería adoptar programas contra la inflación y promover la producción nacional mediante la recapitalización de la banca para el otorgamiento de créditos. En medio de ello, contemplar además una política orientada a reactivar los salarios y prestaciones que dependen de éste para recuperar gradualmente la capacidad de compra de estos. Y la guinda del plan sería una auditoría de la deuda, limitar su servicio y reducir su saldo.
Un corral inminente
Planes con peligros no son una buena fórmula y la solución chavista activa nuevas alertas sobre la apertura de cuentas en dólares en Venezuela porque con ellas, las libertades financieras enmarcadas en la dolarización al estilo Maduro propiciaría un “corralito financiero”.
El economista José Vicente Haro alega que el régimen creará de inmediato un “corralito financiero” para despojar a los cuentahabientes de su dinero, es decir, “obligará a convertir divisas a bolívares y a que los bancos entreguen dólares al Banco Central de Venezuela y den bolívares a cuentahabientes: no dólares”.
El corralito financiero más reciente, es el de Argentina en 2001 y es hasta hoy considerado la pesadilla de Fernando de la Rúa debido a la crisis de deuda, por unos 100000 millones de dólares, provocada por una política de sobreendeudamiento.
Esto degeneró en una falta de liquidez y una masiva fuga de capitales. En los 11 primeros meses de 2001 se retiraron 18000 millones de dólares debido a la enorme desconfianza de los ciudadanos en la solidez de las entidades que derivaron en restricciones para retirar el dinero que los ciudadanos tenían depositados en cuentas corrientes y cajas de ahorro.
Tras semanas de caos entre protestas y represión, De la Rúa abandonó el poder y cinco presidentes pasaron por el poder en menos de un mes. El ‘corralito’, que con tan solo escucharlo podría provocar escalofríos entre los ciudadanos de cualquier país en crisis, ya tocó la puerta de los venezolanos a mediados de 2015 con la falta de efectivo y la limitación de retiros de dinero en efectivo.