EnglishUn reciente artículo de opinión publicado aquí en PanAm Post hablaba de las falencias de los partidos opositores en Venezuela y su nivel de responsabilidad en el colapso del país. El artículo plantea varias preguntas importantes sobre la democracia en sí misma. La democracia es un sistema muy bueno y puede llegar a producir resultados muy positivos. Sin embargo, es también un sistema plagado de amenazas muy peligrosas.
La democracia representa la voluntad del pueblo, pero también representa sus caprichos, sus miedos y sus prejuicios.
El legado histórico: Falsas promesas, división, fracaso
Fue la democracia la que creó las leyes segregacionistas de Jim Crow en el sur de los Estados Unidos, y fue la democracia misma la que las abolió, con no poca ayuda de las cortes. Fue la democracia la que creó la Ley Seca y luego derogó la prohibición del alcohol en los Estados Unidos. La democracia creó la guerra contra las drogas que continúa hasta el día de hoy.
Fue la democracia la que convirtió a los fumadores en los leprosos modernos, basándose en datos científicos falsos y engañosos; si fuesen ciertos, hubiesen justificado la prohibición de los automóviles y los motores de combustión interna hace décadas. La democracia prohíbe las bebidas gasificadas de cierto tamaño, permite la aprobación de enmiendas constitucionales que impiden que ciertas personas se casen, y promulga leyes criminales y antiterroristas basadas única y exclusivamente en el miedo irracional.
La democracia promete dinero gratis, programas sociales generosos sin prestar atención a sus consecuencias financieras, y gestiona las crisis basándose en la desviación de la responsabilidad. La democracia promete igualdad de acceso a la vivienda e igualdad de beneficios sociales, todos programas que se venden como inversiones socialmente beneficiosas, pero que a la larga conducen directamente a la crisis financiera y el colapso. Y después la culpa de la destrucción de la economía la tienen supuestamente los banqueros de Wall Street, que hicieron exactamente lo que los políticos elegidos democráticamente les pidieron, e incluso ayudaron a estos mismos políticos a ganarse unos millones cada uno.
Fueron procesos democráticos los que dieron origen a Adolf Hitler y Hugo Chávez, y sigue siendo el método preferido para la elección de socialistas, tanto moderados como extremistas, en todo el mundo. En las Américas, los partidos de oposición, como los de Venezuela, siguen ofreciendo el mismo tipo de esquemas de dinero gratis para todos que provocaron el colapso de Grecia y amenazan con hacer lo mismo con Francia y otras naciones. Lo último en este sentido es el “ingreso básico garantizado“: US$2.000 al mes para ayudar a cada adulto del país a cubrir sus necesidades básicas.

Los partidarios de esta propuesta a menudo no mencionan el costo que implicaría: que US$2.000 multiplicado por 200 millones de adultos, multiplicado por 12 meses en un año, es igual a US$4.8 billones; en otras palabras, más de lo que actualmente gasta el gobierno en todo lo demás, y para lo que ya necesitamos tomar prestado un billón de dólares al año. Esta propuesta se toma en cuenta a pesar de una deuda nacional que oficialmente supera los US$17 billones, una deuda total de más de US$60 billones, y pasivos fiscales no financiados que exceden US$100 billones. El monto de la deuda actual supera el valor de la actividad económica anual global excluyendo a los Estados Unidos. O sea, nuestra deuda total supera todas la riqueza creada en un año en todo el mundo, sin incluir nuestra economía.
La democracia es la que nos permite debatir el valor y la conveniencia de cortar un par de millardos de dólares de gasto ahora o un billón de dólares en 10 años, lo que representaría una mera reducción del 3% en las proyecciones de gasto corriente, incluso en momentos en que el gasto total aumentaría de todos modos, posiblemente compensando esos recortes por completo. La democracia nos permite considerar esto como parte normal de nuestra cotidianidad y no como la crisis existencial que representa.
La gran ficción: El reino de las turbas y el saqueo legalizado
El gobierno, incluso en una democracia, es un ladrón. Es una organización criminal que arrebata dinero y bienes por la fuerza y viola los contratos. Ya sea por el “bien mayor” o el “bien común”, el gobierno representa el poder por la fuerza, incluso si su actuar se produce después de una elección abierta, libre y democrática.
En Venezuela, los miembros de la oposición han buscado continuamente el diálogo y llegar a acuerdos con el gobierno que posteriormente fueron completamente ignorados o violados a propósito. Después de las “Guerras Indias”, las tribus nativas de América hicieron lo mismo, con los mismos resultados. Los gobernantes de los Estados Unidos han continuado con esa línea de comportamiento bajo un concepto llamado “la Constitución”.
Dentro de esa Constitución hay una Declaración de Derechos, las primeras diez enmiendas. Sin embargo, ¿cuántos de esos acuerdos contractuales se han violado sólo en los últimos 50 años? ¿Cuántas veces la Corte Suprema de los EE.UU. ha respetado las novena y décima enmiendas respecto a los derechos y facultades estatales reservados a las personas y no delegadas al gobierno federal? ¿Cuántas veces hemos oído una nueva y novedosa interpretación de la cuarta enmienda relativa a redadas e incautaciones irrazonables, y cuántas veces tendremos que soportar otra discusión filosófica acerca de cuál es la definición de “es”?
¿Deberíamos discutir y debatir de nuevo el derecho a la seguridad de nuestros hogares, propiedades, documentos y efectos personales contra registros e incautaciones irrazonables? ¿Vamos a soportar otra discusión sobre la definición de las palabras “no se vulnerará el derecho a poseer y portar armas”? ¿Vamos a escuchar de nuevo los argumentos acerca de la declaración que precedió a esas palabras y cómo esa declaración puede no haber querido decir en realidad que podemos poseer y portar armas?
Las reglas aplican para todos, menos para las élites
El estado de derecho en una democracia sólo puede existir si los que detentan el poder acatan ese estado de derecho, que es lo que los autoriza a ejercer sus funciones y limita sus poderes. En cuanto hacen caso omiso de la Constitución de los EE.UU., en cuanto violan las libertades consagradas en la Declaración de Derechos, en cuanto encuentran una nueva y novedosa interpretación de la Constitución que les permite aplastar a una libertad más, muere el estado de derecho.
¿Cómo se puede esperar que alguien obedezca cualquier ley aprobada por cualquier legislatura o por el Congreso de los Estados Unidos si los que la promulgaron ignoran la ley orgánica que creó sus puestos? ¿Qué más debemos discutir?
¿Cómo se puede negociar con un ladrón? ¿Cómo se puede llegar a hacer concesiones con una organización delictiva o encontrar un punto medio con la mafia? ¿Cómo cualquiera de nosotros puede votar a un político que no reconoce ni actúa sobre la amenaza existencial que representa la deuda nacional actual y no acepta equilibrar el presupuesto de inmediato y a como dé lugar? ¿Cómo podemos apoyar a cualquier gobierno que se compromete a proteger las libertades civiles de los votantes pero que no procesa a las Panteras Negras por permanecer armados frente a los locales de votación?
Nuestra propia dependencia, mezquindad y credulidad perpetúan el problema
La democracia sólo puede funcionar si la gente y los políticos que eligen asumen la responsabilidad que implica naturalmente ser hombres y mujeres libres y soberanos. Sólo puede funcionar si imperan la honestidad y el estado de derecho, ¿Cómo puede alguien tener una conversación sensata y seria mientras estemos, por ejemplo, aferrados a continuar la seguridad social, el tamaño y el alcance de nuestras fuerzas armadas, o a la implementación de un plan de salud que probablemente extenderá y agravará el actual desastre fiscal de los Estados Unidos?
La democracia ha fracasado. Como nación y como planeta, hemos permitido que nuestras emociones tomen las decisiones de voto y que nuestras intenciones ocultas convenzan a los políticos, pero rara vez hemos pedido a nadie rendir cuentas, mucho menos a nosotros mismos. Preferimos discutir sobre aborto o alegar una guerra contra las mujeres que no existe. Preferimos tratar a un hombre hispano como un blanco racista en vez de aceptar que, tal vez, un hombre negro murió porque se le lanzó a alguien encima y le golpeó la cabeza varias veces contra el suelo mientras gritaba “te voy a matar”.
Hemos permitido que nuestro gobierno monte a gente en autobuses para protestar sobre ese acto, la muerte de Trayvon Martin, y hemos permitido que nuestro gobierno intente enjuiciar a un hombre que por donde se lo mire actuó en defensa propia. Hemos permitido que nuestro gobierno robe tierras, regule cultivos, escuche nuestras llamadas telefónicas, lea nuestros correos electrónicos, bombardee a civiles inocentes, cobre injustamente impuestos a personas mientras que permite a la mayoría de la población adulta no trabajar y no pagarlos. Este es el mismo gobierno que recientemente trató de matar a miles de cabezas de ganado, al parecer para que los chinos puedan construir una planta de energía solar en nuestro territorio, todo en nombre de la protección de un animal de cuya existencia muchos ni siquiera estaban enterados.
Esto lo permitimos; lo toleramos con nuestro voto o renuncia al mismo, nuestra corta memoria, y porque queremos hacer las cosas bien y no ser “poco razonables”. Nuestros políticos, por temor a la manipulación de las masas por ejercida por un quinto poder que hace mucho tiempo vendió su alma a diversos movimientos políticos y empresariales, seguirá jugando el juego de quién puede dar más dinero gratis.
Lo que está ocurriendo en Venezuela y lo que pasó en Grecia no será nada en comparación con la calamidad financiera mundial que le espera a la gente de los Estados Unidos y de cualquier nación o pueblo que dependa de la influencia económica, militar y política de la otrora gran república.
Es una locura, pura y simplemente. La democracia nos ha fallado, porque nos hemos fallado a nosotros mismos.