EnglishA finales del verano de 1989, alrededor de un mes antes de que el huracán Hugo llegara a Puerto Rico, tuve lo que podría considerarse una experiencia religiosa muy importante. Lo cual es irónico, ya que soy la persona menos religiosa que conozco.
He intentado no compartir esta historia más allá de mi familia cercana, pero puede que haya llegado el momento de hacerlo, porque hay un mensaje importante en esa experiencia: una guía para la fe y para nuestros actos, y para alinearnos con la mente universal.
Mientras me hospedaba en la casa de mis padres en Ceiba, Puerto Rico, me despertaron los ladridos de nuestros perros en medio de la noche, como si estuviesen ahuyentando a un intruso. Eso me dejó un poco asustado, por lo que me paré sobre la cama para intentar ver a través de las tres ventanas contiguas algo que hubiese podido alarmar a los perros.
Para mi sorpresa, en la tercera ventana, la más distante de mi cabeza, vi a una mujer que brillaba tenuamente en color ámbar, con la cara cubierta por un velo, y que miraba directamente hacia la habitación. No me miraba directamente; era como si estuviese aguardando a alguien.
Le llamé la atención, pero sencillamente desapareció ante a mis ojos, dejando un resplandor suave sobre los arbustos al otro lado de la ventana. Ciertamente estaba asustado, pero pensé que había sido nada más que mi imaginación. Lo curioso es que los perros dejaron de ladrar cuando la mujer desapareció.
Varias noches después sucedió exactamente lo mismo, sólo que esta vez la mujer con el velo se encontraba parada en el medio de las tres ventanas, más cerca de mi cabeza. Nuevamente, miraba hacia dentro de la habitación, con el rostro cubierto por el costado del velo. Volví a llamarle la atención, pero desapareció de nuevo, esta vez más lentamente, dejando un tenue brillo sobre los arbustos del otro lado de la venta. Y de nuevo los perros, que habían empezado a ladrar a su llegada, dejaron de hacerlo cuando se marchó.
Ahora sí estaba asustado. Presenciar una aparición una vez puede descarse como una alucinación o ilusión óptica. Pero el que hubiese sucedido dos veces con la confirmación de los perros significaba que esto era otra cosa. Y la historia todavía no llegaba a su fin.
Unas noches más tarde, regresó. Esta vez estaba en la ventana más cercana a mi cabeza. A diferencia de sus visitas pasadas, miraba a su derecha, hacia la colina detrás de la casa. De nuevo, el velo cubría su rostro, pero no cabía la menor duda: estaba allí para hacerme llegar un mensaje.
Los perros me habían alertado de su presencia como las otras veces. Sin embargo, no me levanté, sino que le hablé con calma, preguntándole qué quería. La única respuesta que recibí fue “ya lo sabes”. Luego se desvaneció lentamente, tomándose varios minutos para desaparecer, dejando un brillo sobre los arbustos por lo que pareció una eternidad.
Siempre he creído que esta visita fue de María Magdalena, no de la Virgen María, porque en otros relatos de apariciones de la Virgen, parece que la gente siempre logra ver su cara a través del velo, lo cual a mi no me fue posible en ninguna de las tres ocasiones.
No revelaré en esta oportunidad “lo que yo ya sabía” y que María me estaba recordando, pero basta con decir que el mundo en que hoy vivimos no es el único mundo que existe. Hay algo más que este mundo, que nuestras vidas y nuestros cuerpos. Esto ha sido expresado en muchas religiones como un dios, ángeles, diablos o demonios, sin embargo sospecho que de lo que se trata es de algo ligeramente distinto.
A través de los siglos, miles de personas han afirmado haber sido testigos de apariciones o fantasmas. Si bien es imposible verificar la autenticidad de cada caso, sé que no soy el único que ha tenido este tipo de experiencias. Lo que esto sí dice sobre la naturaleza humana, es que existe un deseo inherente de buscar algo más grande que nosotros mismos, algo más allá de este mundo.
Con el correr del tiempo, algunos autores que no son del todo religiosos lo han comprendido. Napoleon Hill en su famoso libro “Piensa y vuélvete rico“, Tony Robbins en “Despierta al gigante interno“, y uno de los primeros de este género, “El secreto de los tiempos” de Robert Collier, que ahora estoy leyendo.
Cada uno de estos libros, a su manera, se refiere a la mente universal y a nuestra conexión con ella. Cada uno nos enseña a focalizar nuestros esfuerzos y pensamientos hacia un fin específico y positivo. Si bien también hablan sobre la riqueza material, lo hacen desde un punto de vista espiritual. Y a pesar de que todos mencionan a la religión en algún momento, tienen un mensaje central que sin ser religioso, es muy espiritual.
Ahora que los cristianos celebran la muerte y resurrección de Cristo, es importante recordar, independientemente de tu religión, este importante concepto:
Existe lo divino y existe lo correcto.
Muchas veces nos dejamos perder en la superficialidad de nuestras vidas cotidianas, nuestras pasiones terrenales y temeridades políticas. Somos mejores que el mundo que hemos creado, y ya es hora de que volvamos a la tarea que importa: ser mejores seres humanos, ser mejores los unos con los otros y construir un mundo mejor.