Uno de los libros que más ha marcado mi vida, especialmente como economista, fue el libro de “Economía Básica” Thomas Sowell. En este libro, Sowell trata de desgranar todos los mitos que, habiéndose llevado a cabo en economías extremadamente planificadas -como en su día lo era la URSS-, han fracasado por la incapacidad permanente de los gobiernos para gestionar toda una economía en su conjunto. Pues, como solía decir el propio Sowell cuando hacía alusión a la gestión de precios por parte del Estado durante la URSS, “es imposible que un Estado, independientemente del que sea, controle todo lo que, en este caso, se intercambia en una economía”.
En este sentido, Sowell, un gran defensor de la libertad se centró mucho en el estudio de las falacias que, desde el Estado, venden prosperidad y justicia social. Pues, como nos ha enseñado la historia económica, no hay mejor gestor de una economía que el libre mercado. Y es que, aunque podamos entrar en materia y comentar el contrafáctico generado cuando se dan los conocidos “fallos de mercado”, aún no ha habido un economista, por ortodoxo que sea, que haya demostrado a la academia la eficiencia de una economía en la que el Estado, con su capacidad limitada, trata de organizar al conjunto de agentes económicos, bienes, servicios, así como todo lo que a la economía del país se refiera.
Pues, aunque nos cueste creerlo y, como minarquista, precisemos un Gobierno y Estado que trate de gestionar todos los elementos constitutivos de un propio Estado, como ya ocurrió en la URSS durante el siglo XX, existen motivos de peso para razonar y justificar el porqué una economía planificada en su totalidad, sean cuales sean sus intenciones, no cuenta con el respaldo de la academia. Sí, se aboga por la intervención estatal, tal y como recogen muchas de las teorías keynesianas; pero, al margen de una intervención estatal y moderada, pocos son los que aconsejan un control total como el que se dio en la Rusia comunista de entonces. Un control de la economía que llevó a la URSS a la escasez, así como a la asignación ineficiente de recursos.
Esto Sowell en su libro lo explica con las pieles de topo que producían los rusos durante la URSS.
Debido a que la economía estaba plenamente centralizada y planificada, así como sujeta a la ley de precios y costos, el gobierno se encargaba de gestionar toda la producción, la asignación y la utilidad de los recursos, los precios de todos los bienes y servicios distribuidos en el país, así como todo aquello que estaba relacionado con la economía. Esto llevó al país a caer en el error de que, pese a sus buenas intenciones, es imposible asumir el papel de un sistema libre de precios. Tanto es así que, en su intento de que la URSS centralizase todo, lo que ocurrió fue que miles de pieles se pudrieran en los almacenes; ante la escasa demanda de estas y los elevados precios impuestos. Pues, como acabó demostrándose, en una economía planificada no se atienden a razones reales, sino a razones ficticias. El uso de la materia prima para producir pieles con las que hacer abrigos y sombreros no era el uso eficiente, así como el uso que le habrían dado a dicho insumo; pero el Estado, en su afán de controlar los precios de todo aquello que se intercambiaba en el país, no podía saberlo.
Como concluye Sowell durante su explicación: “Las políticas no deben medirse por las intenciones que nos llevaron a aplicarlas, sino que deben medirse por los efectos que estas tienen en la sociedad”.
Las intenciones de los mandatarios rusos no eran que miles de pieles se pudrieran año tras año en los almacenes ante la escasa demanda. Sin embargo, su capacidad limitada hizo que este no pudiese centrarse en la gestión de la producción y asignación de precios a las pieles, ya que, como con las pieles, debía hacerlo con una infinidad de otra serie de bienes y servicios que, de la misma forma, debía gestionar. Su incapacidad para controlar todo, como lo hace un sistema libre de precios y un mercado libre, le obligó a caer en ineficiencias que, en lugar de favorecer a los agentes económicos, aceleraron la escasez en el país.
Y así, con estas referencias a Sowell y los casos de estudio que éste cita en su libro, quería extrapolar dicha situación para lo ocurrido en España en los últimos días. Es decir, la puesta en marcha de políticas que, como los ERTE o el ingreso mínimo vital, no están gestionándose todo lo bien que se debía. Ya que, aun siendo una economía que no es comparable a la Rusia comunista que mencionábamos anteriormente, es curioso el hecho de que, ahora más que nunca, se están viendo ineficiencias en las que, ante la imperiosa necesidad de una sociedad castigada por una crisis que no cuenta con precedentes en nuestra historia reciente, el Estado no está capacitado para la gestión total de todo lo ocurrido. Al tener que asumir la gestión de una gran cuantía de empleados que, ahora, dependen de dicho Estado, éste ha colapsado; dicho sea de paso, provocando el caos entre más de 150.000 trabajadores que, a día de hoy y tras más de 100 días, no han percibido ningún cobro.
Algo similar a lo que ha ocurrido con la centralización del IMV. El colapso ha provocado que una política social de gran magnitud como esta, pese a ser buena, únicamente haya legado al 1 % de los solicitantes. Todo ello, y a diferencia de la Rusia comunista, obligando al Estado a subcontratar servicios privados externos que, con su ayuda, permitan la correcta gestión de dichas asignaciones.
Y es que, valga la redundancia, creo que recordar la frase de Sowell en la que cita la necesidad de medir las políticas por su impacto y no por sus intenciones debe ser la premisa. Pues, por desgracia para los marxistas, el Estado ha vuelto a demostrar nuevamente, que junto a los fallos de mercado, siguen existiendo los fallos del Estado; de esta forma, subrayando la importancia de la libertad.