Tras su segunda reunión en la ruta de encuentros del presidente Pedro Sánchez, las conversaciones con los mandatarios que hasta el momento se ha ido reuniendo han ido todas en la misma dirección: testear cómo se encuentran las tensiones, así como los ánimos, en la negociación del fondo de rescate. Un fondo para el que Sánchez tenía un plan ya diseñado, donde Calviño jugaba un papel esencial. Sin embargo, la derrota ante el irlandés Paschal Donohoe ha suscitado la necesidad en el presidente de reunirse con unos mandatarios que, al igual que daban la victoria a Calviño y posteriormente se la negaron, niegan la llegada de ayudas a España sin condiciones previas.
Esto de las condiciones es algo que se está escuchando mucho, aunque mucha gente no comprende a qué nos referimos los economistas cuando hablamos de ellas. Las condiciones, al igual que con la crisis de 2012, son las exigencias que, a cambio de las ayudas y los fondos europeos que llegarán para hacer frente a la pandemia, Europa exige a España para corregir una situación que, a la luz de los datos, se muestra muy deteriorada. Cuando hablamos de países como Alemania, por ejemplo, donde el superávit y el escaso nivel de endeudamiento resaltan frente a un grupo de naciones outliers muy deteriorados, no hacemos referencia a dichas condiciones. Pues no es preciso pedir condiciones a un país que cumple estrictamente con la normativa europea.
Sin embargo, cuando hacemos referencia a España, con un déficit que se sitúa en el 2,8 %, teniendo en cuenta que el límite europeo establecido se encuentra en el 3 %; con una deuda que podría superar el 120 % con relación al PIB; así como una situación en la que la inestabilidad política no despierta el optimismo comunitario, debemos ser conscientes de que, en nuestra situación y ante los precedentes con los que contamos, no somos un país que goce de una credibilidad comunitaria que nos pueda avalar sin condiciones. Para ello, ante una disciplina financiera muy cuestionable como la que presenta España, el bloque comunitario, integrado por los países miembros, busca asegurarse de que las ayudas que llegarán de Europa no solo serán devueltas, sino que se utilizarán de forma efectiva y eficiente.
Para ello, Europa propone una serie de condiciones que, en aras de favorecer esa efectividad y esa eficiencia, puedan presionar los deseos de un Gobierno que, de tener que cumplir con sus votantes, destinaría el dinero de las ayudas, o parte de él, al pago de unos intereses políticos que, en situación de crisis como la que ahora nos encontramos, no son una prioridad para la economía. Además, teniendo en cuenta que la economía española, a diferencia de otras economías de la Unión Europea, ha aplicados políticas procíclicas en plena fase expansiva que nos han llevado a meternos en una crisis con una deuda cercana al 100% y con un déficit que rozaba máximos históricos, las condiciones ganan mayor importancia para unos mandatarios europeos que no confían en la gestión pública que, con total soberanía, aplicaría el país.
Esto es algo que ya ha comenzado a entender el presidente Sánchez. Aunque le cueste, aunque las condiciones le impongan el incumplir con las promesas que le impulsaron hacia la Presidencia del Gobierno, este debe ser consciente de que no estamos ante una situación cualquiera. Pues podemos seguir faltando a la ortodoxia y ensanchando el balance del Banco Central Europeo con políticas de estímulo —que, dicho sea de paso, estimulan cada vez menos— para tratar de amainar los efectos de una crisis sin precedentes, ya que ante situaciones excepcionales siempre he sido un fiel defensor de adoptar medidas excepcionales. Ahora bien, esas medidas excepcionales no solo hacen alusión a la Unión Europea, sino que deben ser tomadas también por el Gobierno. Pues, siendo esta la prioridad, las medidas excepcionales también incluyen al Gobierno de España, a la vez que también incluyen recortes en un gasto público que, como además concluye el ministro Escrivá en sus estudios cuando se encontraba al mando de la AIReF, se muestra desorbitado.
Como decía, tras la reunión con los mandatarios de Holanda y Suecia, el presidente Sánchez ha comenzado a entender qué vía han adoptado dichos países, así como la que él debe escoger si quiere contar con el respaldo europeo. Además, durante sus últimas declaraciones, el propio Sánchez ha comunicado que “habrá que hacer esfuerzos para lograr un acuerdo europeo”. Esos esfuerzos son los recortes que tanto exige Europa, así como las reformas que, por otro lado, tanto precisa —y desde hace años— la economía española. Unas reformas que no solo tienen como fin el reducir el ensanchamiento de los desequilibrios de determinados países como España, en contraste con el conjunto de homólogos europeos, sino dotar de estabilidad a un proyecto europeo que, ante la situación y las tensiones, sale muy deteriorado y resquebrajado.