Cuando el sistema de semáforos deja de funcionar en la ciudad de Asunción, la ciudadanía suele aplicar lo que se conoce como la Ley del Mbaraté que traducido al español sería la ley del más fuerte, por lo que las intersecciones cruzan quienes son más prepotentes, a pesar de contar con la Policía Municipal de Tránsito, quienes en estos casos, deberían actuar de oficio.
La situación con la seguridad en Paraguay es bastante similar a lo mencionado. Uno se encuentra seguro en la medida de sus posibilidades, a pesar de contar con la Policía Nacional, órgano que cuenta con el monopolio de la fuerza y por ende el único organismo facultado para garantizar la seguridad de la sociedad civil, hecho que se encuentra establecido en el artículo 175 de la Constitución Nacional. Lastimosamente, como en el caso anterior, su actuar es prácticamente nulo.
Esta paradoja nos lleva a los sucesivos acontecimientos que demuestran la creciente inseguridad que se encuentra azotando a la población paraguaya. Entre los hechos que más resuenan se encuentra el asalto en el Cerro Tres Kandú, lugar concurrido por jóvenes, turistas, familias, etc; el intento de secuestro de la familia del exjugador de fútbol profesional Nelson Haedo Valdez, y por supuesto el atentado perpetrado en la ciudad de San Bernardino.
Con relación a lo último, el hecho sucedió el día domingo 30 de enero, día que se llevó a cabo un festival musical en la ciudad veraniega de San Bernardino, denominado Ja’umina Fest, el cual tuvo que ser suspendido antes de su finalización debido a “cuestiones de seguridad”, como dijeron en su momento. Esas “cuestiones de seguridad” en realidad fue un atentado perpetrado por sicarios provenientes de Pedro Juan Caballero, ciudad que hace tiempo es considerada propia de los narcotraficantes y del crimen organizado.
Los casos de sicariato en Paraguay no son nuevos, el que se llevó a cabo en la ciudad de San Bernardino fue el número 25 del mes de enero, que tuvo un total de 27 casos, prácticamente un hecho por día. Lo diferente en esta ocasión en particular, gira en torno a que una de las víctimas fatales del suceso en el Ja’umina Fest era una conocida “influencer” y esposa de un jugador de fútbol del Club Olimpia. Cristina “Vita” Aranda terminó pereciendo en el Hospital Nacional de Itaugua, debido al disparo en la cabeza que recibió. El mismo desenlace sufrió Marcos Ignacio Rojas Mora, supuesto blanco de los sicarios, según la fiscalía, mientras seis personas resultaron heridas por la balacera.
Entre los heridos se encontraba nada más que José Luis Bogado Quevedo, quien contaba con orden de captura internacional desde el año 2014 y cuya extradición era solicitada por Brasil donde tiene una condena pendiente de 17 años de cárcel, pero como nos tienen acostumbrados en su ineficiencia e ineficacia, una de las autoridades policiales borró del sistema por “error“ dicha orden. El otro es Marcelo Monteggia reclamado por Bolivia para ser juzgado por homicidio. Ahora ya queda claro porqué Mengele vino a vivir a Paraguay luego de la derrota nazi en la Segunda Guerra Mundial.
Sin embargo, toda esta situación es producto de años de desidia, de la falta de calidad en las instituciones gubernamentales, la creciente y rampante corrupción en todos los estamentos de poder, en este caso en particular de la policía nacional y del Ministerio del Interior. Sobre este último ente, Arnaldo Giuzzio, ministro del Interior había declarado que desde el Departamento de Inteligencia de la Policía Nacional se tenía conocimiento sobre el desplazamiento de personas fronterizas en la ciudad de San Bernardino, su inacción sumada a su incompetencia tuvo como desenlace el asesinato de dos personas, en un evento que reunió a más de 12.000 personas.
Por lo tanto, hay que dejar bien en claro que la inseguridad no inicia con este gobierno, más se encuentra consolidada, el país se encuentra a merced del crimen organizado, cuya relación con la política no solamente implica coerción sino cooperación y se encuentra beneficiada de lo que ya fue mencionado, el alto nivel de corrupción y la impunidad.